Paloma Sánchez-Garnica: “El perdón cicatriza la memoria”
—El eje de su novela es la dificultad que tenemos para pedir perdón por el pasado.
—El pasado no se puede cambiar y esa evidencia es suficientemente lógica como para que no tenga sentido arrastrar toda la vida esa herida que no deja de supurar, que nos impide crecer emocionalmente y continuar hacia adelante. Muchas veces, tampoco sabemos perdonarnos a nosotros mismos. No es fácil. Hacerlo lleva un proceso de tiempo emocional que hay que saber trabajar, igual que es necesario comprender las razones del otro, aceptar sus miedos y sus errores, la misma debilidad y generosidad humana que hay en nosotros. Por ese proceso tiene que pasar Carlota para aprender que el perdón cicatriza la memoria.
—¿Perdonan mejor las mujeres que los hombres?
—Es posible, porque estamos más acostumbradas por la educación recibida a lo largo del tiempo, y porque tal vez seamos menos orgullosas que los hombres a la hora de pedir perdón y de perdonar. Quizá las mujeres tengamos una mayor sensibilidad para borrar heridas, entender la culpa y llevar a cabo la generosidad del ejercicio de olvido que supone perdonar.
—¿Se aprende a pedir perdón?
—La educación familiar nos enseña que perdonamos por hacernos un bien a nosotros mismos, no por la persona que nos dañó, y sin darnos cuenta lo hacemos superficialmente, dejando sin saberlo dentro un poso de resentimiento que va acumulando amargura, una incapacidad para gestionar nuestras emociones negativas. Es la vida la que nos enseña realmente que perdonar no es fácil, que conlleva un esfuerzo y debe ser una decisión sincera.
—Su novela en torno a las dos familias de Carlota, la protagonista, es también la historia de una telaraña de mentiras.
—En la novela hay secretos guardados, un pasado no desvelado, el deseo de vivir en la ignorancia frente a la pregunta de para qué saber. Todo se entremezcla en una búsqueda de la felicidad y también como una manera de protegerla de la amenaza de todas estas sombras. Pero al final tiene mucho peso la curiosidad humana por llenar en un momento dado esos vacíos, por descorrer las cortinas y saber lo que no se quería.
—¿Somos producto de nuestro pasado o del sueño de nuestro futuro?
—En uno de los capítulos de la novela hay una frase de Kierkegaard: “la vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia delante”. Y así es realmente. Lo que somos, lo que queremos ser, depende de cómo resolvemos la convivencia con nuestro pasado y de cómo trabajamos emocionalmente la conquista del destino que soñamos alcanzar en paz con nosotros mismos.
—En Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido, al igual que el resto de su obra, explora las mazmorras morales de la mujer.
—Desde El Quijote se ha escrito sobre los sentimientos de las mujeres y sus conflictos desde la perspectiva del hombre. Mientras que a nosotras se nos vetaba el acceso a su mundo, a ellos se les dejaba entrar y observar lo que ocurría en nuestro ámbito. Esa permisividad les permitía interpretar, recrear y en algunos casos juzgar nuestro mundo. Al surgir las mujeres escritoras comienza a escucharse la voz de nuestra mirada en torno y desde dentro de los conflictos morales: la maternidad, la convivencia entre madres e hijas, la falta de igualdad de derechos, la dependencia económica, social y jurídica del hombre, la construcción de los afectos y de las relaciones, el deseo, el sexo, la dificultad para elegir. Tanto en la época pasada como en la actual. Y aunque hemos avanzado mucho en la liberación de esas mazmorras, hemos pasado de ser víctimas a ser las que también juzgan, aún nos queda mucha lucha porque nuestro derecho a elegir no esté limitado por el hombre. Yo trato en mis novelas de mirar por una ventana la Historia y de vivir el presente. De escribir sobre mujeres decididas a salir de las mazmorras psicológicas, que a veces se imponen ellas, y a ser felices por sí mismas.
—En ese sentido, el matrimonio es una empresa que sale mal parada en su novela por ser una empresa de la infelicidad.
Es imprescindible que la educación proporcione a las mujeres parámetros mentales e instrumentos para identificar con claridad las actitudes violentas y que no sean manipuladas por la codicia emocional del hombre—A veces estamos mal educados para ser felices y en ocasiones también nos empeñamos en no serlo. El hecho de concebir el matrimonio como una empresa de bienes, de gastos, de recuerdos en común es cierto y resulta doloroso y complejo resolverlo si la empresa se disuelve. Pero lo peor es el veneno que se transmite a los hijos a través de la idea de mantener el matrimonio hasta la muerte. En la novela se refleja esa amargura autodestructiva con uno mismo y con el otro, cómo esa educación en mantener una apariencia provoca que los hijos repitan los mismos gestos. Es importante que al igual que hace el personaje de Julia las mujeres tengan el valor de separarse, de optar por una libertad que a pesar de conllevar una sensación de fracaso también favorece la búsqueda de la felicidad.—Los malos tratos, físicos y psicológicos, están muy presentes en la trama. ¿El amor es una forma de codicia?
—La violencia del hombre contra la mujer por el hecho de ser mujer todavía se lleva en las venas. Incluso el pegar, humillar, despreciar y someter se considera normal dentro de la convivencia. Hay que recordar que hasta 1989 la mujer no podía denunciar al marido por violación porque existía aquello del débito marital. Es imprescindible que la educación proporcione a las mujeres parámetros mentales e instrumentos para identificar con claridad las actitudes violentas y que no sean manipuladas por la codicia emocional del hombre, y sean capaces de decir basta ante cualquier gesto contra su libertad y desarrollo como persona. Las mujeres han de salir de una trampa de la normalización de la falta de gravedad, de la vergüenza, del que nunca más volverá a repetirse, de la que muchas no salen en toda su vida y en la que algunas la pierden en el intento.
—Una responsabilidad que también tienen la literatura y el cine.
—La sociedad ha normalizado la domesticación de la mujer a través del cine y de la literatura. La imagen que han dado muchos cuentos populares, las películas de Disney o las que dan recientes éxitos como la saga de Crepúsculo o Cincuenta sombras de Grey, es bastante dañina porque favorecen la creencia en que el amor conlleva sometimiento, celos, renuncias, cuando se trata de un sentimiento que se basa en la generosidad. Es importante que las mujeres al igual que los hombres aprendan a gestionar bien los sentimientos, a erradicar cualquier atisbo de machismo y a saber que si tu pareja no te enriquece, no saca lo mejor que tienes ni deja que brilles para brillar ella contigo, no merece la pena.
—En relación a la violencia de género, su novela aborda cómo también a veces se criminaliza erróneamente al hombre.
—Juzgamos a los demás con demasiada facilidad y en ese sentido prejuzgamos y criminalizamos enseguida al hombre. Nos olvidamos de que en este tema es una relación entre dos, que se rozan sentimientos profundos y a flor de piel, y que hay límites hacia los que también se puede empujar a una persona. En el ámbito judicial los jueces no pueden empatizar con las víctimas, como sucede en el sanitario, su obligación es escuchar a la otra parte, analizar todas las posibilidades.
—Matrimonios infelices, triángulos sentimentales, venganzas y la redención del amor. Tiene mucho de bolero su novela.
—Es verdad que tiene el espíritu del bolero, su baile de tristeza y de pasión entre el amor y el desamor. Hay historias en las que un tercero rompe la posibilidad de la felicidad, y otras es la que pesa la sombra de un pasado que duele. Y nadie vive la vida que tendría que haber vivido pero también está la esperanza de que el futuro del amor todo lo comprenda, todo lo cure, todo lo pueda.