Entrevista a Roberto Fernández
“Con Carlos III los españoles vieron crecer su conciencia de nación y fueron creando un estado más moderno y eficaz”
Parece que Roberto Fernández acaba de llegar del salón de audiencias de Carlos III. De hecho camina con soltura por el siglo XVIII, sus paisajes, sus campos de batalla, sus gabinetes reales. Este historiador y rector de la Universidad de Lérida ganó el año pasado el Premio Nacional de Historia por su libro sobre Cataluña y el absolutismo borbónico donde con un riguroso trabajo desbarataba ciertas instrumentalizaciones políticas sobre el pasado. Y ahora sorprende en el año del centenario con la monumental biografía Carlos III. Un monarca reformista (Espasa), la historia del niño Carletto que llegaría a ser rey de España en una época de vertiginosos cambios.
—La figura de Carlos III está en el imaginario popular. Sin embargo, ¿no es paradójico que su centenario esté pasando desapercibido?
—El centenario de la muerte en 1989 tuvo un despliegue extraordinario mientras que el del nacimiento está siendo mucho menor. Creo que probablemente sean las circunstancias políticas las que lo expliquen. En 1989 los socialistas tenían mucho interés en reivindicarse con Carlos III. Eran los herederos de la Ilustración, una Ilustración que pretendió la reforma y la europeización de España. De hecho, Felipe González se veía como un Carlos III redivivo, aunque esto es una metáfora, claro. También en un sentido universitario el siglo XVIII estaba muy en auge en las investigaciones de entonces. Incluso en Cataluña Pujol hizo un contrahomenaje pensando que si lo dejaba en manos de los socialistas, quizás organizarían una neoilustración uniformizadora. Ahora la coyuntura política no es la misma. Dicho esto, creo que las instituciones han reaccionado y habrá bastantes actividades en el último tercio del año.
—Carlos III ha sido un personaje utilizado como modelo ejemplarizante. ¿Se ha manipulado —para bien o para mal— su figura?
—Es una tentación casi inevitable de todo político buscar en el pasado los ejemplos que legitimen su proyecto. El que está en el poder desea tener el refrendo de la Historia creyendo que su propuesta será más sólida. Hay una gran bolsa de hechos históricos a la que tienen la tentación de ir, coger lo que les interesa y trasladarlo a su discurso para legitimarlo. Carlos III ha sido un referente por una razón: la reforma de España. ¿Por qué hay tantas avenidas dedicadas a Carlos III y tantas estatuas ecuestres? Porque la gente tiene la sensación de que en un mundo que estaba inmóvil propuso que las cosas se cambiaran para mejorar. Pero hay que decir que fue su padre Felipe V quien dijo primero que las cosas tenían que empezar a cambiar. Con Carlos III los españoles vieron crecer su conciencia de nación y fueron creando un estado más moderno y eficaz.
—Usted se coloca en una posición equidistante entre críticos y panegiristas de Carlos III porque ve sombras y luces, como si a pesar de haber hecho cambios no hubiera luchado del todo contra las clases privilegiadas.
—Yo soy historiador, no hago ni historia crítica ni hagiográfica. En un reinado como el de Carlos III no había luces y sombras, eso es una expresión literaria pero no científica. Hay un rey que vive en un sistema —el Antiguo Régimen— que no piensa que sea intrínsecamente perverso, pero en el que ve que hay que reformar algunas cosas para mejorar sin tener que cambiar de sistema político y social. Se siente un rey absolutista y reformista a la vez. En Nápoles empieza a reformar, pero lo hace moderadamente. Siguió los aires de la Ilustración y del reformismo que soplaban en Europa y también de lo que hacía su padre en España, y cuando veía que una medida creaba tensión social, la paraba y miraba si podía hacerlo de otra forma.
—¿Fue Nápoles el laboratorio en el que Carlos III experimenta la reforma?
—No, eso es una visión teleológica. Él pensaba que se moriría en Nápoles. Vivía muy bien y el pueblo lo quería, pero cuando ve que su hermanastro Fernando VI no iba a tener descendencia empieza a tener un ojito puesto en España. No hay que españolizar a Carlos ni tampoco italianizarlo. Él regresó a España por disciplina con su dinastía y porque era un reino mucho más importante que el de Nápoles.
—¿Hasta qué punto Carlos III estuvo subordinado a sus padres primero y luego a sus ministros? ¿Fue él de verdad la clave de la reforma?
—Fue el nervio de la reforma. Sin embargo, en los primeros años quien manda en Italia es su madre Isabel de Farnesio. Y afortunadamente, porque él era sólo un muchacho de 17 años. ¿Que si era prisionero de sus ministros? En absoluto. Hay una época en la que no podemos decirlo con total seguridad, porque es muy joven. Pero con los años Carlos será el nervio de la reforma. Él dice el qué, el cuándo y el cómo. No hay que olvidar que le llaman El Amo. Es un rey sin valido. Solo al final de su reinado se despega un poco del gobierno. Decían de él que era muy lento tomando decisiones pero porque se informaba muy bien.
—La época de Carlos III es muy agitada en Europa. ¿Qué reflejo hay de esa Europa convulsa en la que hoy vive uno de sus momentos más frágiles?
—Hasta la Segunda Guerra Mundial las similitudes son posibles por la existencia de conflictos intereuropeos. En el XVIII todos luchan por las colonias y las alianzas y contralianzas son constantes. Es un mundo depredador por alcanzar la hegemonía dentro de Europa con guerras durante el siglo. España sufrió la guerra de Sucesión, pero fue un país que se mantuvo sin conflictos interiores.
—¿Y el caso de esa Inglaterra ya despegada entonces del continente?
“La España que deja Carlos es mejor que la que recibe. La economía crece, hay cierta renovación social, la ciencia se hace presente, el urbanismo embellece las ciudades, las artes se renuevan, las nuevas ideas ilustradas avanzan”—A la pregunta de si el insularismo británico del XVIII es el mismo que ha provocado el Brexit, dejemos la pregunta en el aire… Si tuviera que encontrar una similitud, diría que entonces Inglaterra no luchaba por el continente sino por sus colonias. No quería que nadie tocara lo que poseía. Tenían claro que era la isla lo que había que defender y que Europa no era más que el escenario diplomático o militar en el que se decidía sobre sus posesiones coloniales. Y sí, ese elemento de insularidad puede que esté en el voto de la salida de Europa, porque tal vez piensen algunos británicos que solos pueden seguir siendo un gran imperio.—Más allá de Europa, América fue fundamental para Carlos III, donde también llevó la reforma a la administración colonial.
—América era lo que más le interesaba. Cuando está en Italia y ya sabe que va a ser rey de España lo primero que hace es preocuparse por el tema colonial. Hay una frase que resume su política: “Nada quiero, pero que nada me quiten”. Es decir, no tengo un ánimo expansionista, pero si la dinastía me da este reino y este reino incluye las Américas, cuando yo muera quedará así. Toda la política internacional de Carlos III es paz en Europa, abrir una vía comercial con el norte de África y, sobre todo, conservar las Américas. Él ya sabe que no va a conquistar Francia ni Prusia. Cuando muere es el momento en el que España tiene la mayor expansión colonial de toda su Historia. Nos fijamos mucho en el descubrimiento, pero su época es el gran momento del imperio colonial, porque son las posesiones más extensas que ha tenido España. Su política con América quizás sea un poco escandalosa en términos actuales, ya que intenta explotar mejor las colonias en beneficio de la metrópoli aunque para ello hiciera importantes reformas en las propias colonias.
—La dinastía borbónica mantenía sus problemas con Cataluña desde Felipe V. Sin embargo, cuando Carlos III regresa a España entra intencionadamente por Barcelona. ¿Se reconcilian los Borbones y Cataluña a partir de Carlos III?
—Bueno, habría que decir que nunca hubo un conflicto entre los Borbones y Cataluña. Sí entre los austracistas catalanes y los partidarios de Felipe V, entre los que había también bastantes catalanes. En cierta medida, se proponían dos modelos distintos para la monarquía española que significaban dos formas de gobierno diferentes, aunque no hay que olvidar que Felipe V juró las constituciones catalanas en Barcelona en 1701. Yo, desde luego, niego el conflicto Cataluña-España hablando del siglo XVIII. Cuando llega Carlos ya no hay casi heridas, han pasado 45 años, es un asunto de las pasadas generaciones. Sí que existe un cierto historicismo, la conciencia de una lengua y una cultura con rasgos particulares, pero hay una buena convivencia entre los gobiernos borbónicos y la mayoría de la sociedad catalana. Y Carlos intenta certificar esa realidad de forma definitiva.
—En su biografía se oye la voz de Carlos III, ya que usted ha recuperado buena parte de su correspondencia recordando así la querencia epistolar del rey.
—En efecto, él empieza a cartearse desde pequeño y siempre tuvo necesidad de comentar las cosas epistolarmente. La correspondencia te acerca mucho al personaje. Habla de caza y de sucesos cotidianos, pero también intercala importantes pasajes sobre las acciones de gobierno o sobre la política internacional. Carlos III era un tipo tranquilo, flemático, rutinario. No pedía demasiado a la vida y cazando se lo pasaba muy bien, aunque también cazaba porque así era la cultura noble de la época y lo hacían todos los reyes europeos. La caza significaba sociabilidad y él consideraba que la actividad física podía salvarle de la locura que habían padecido su padre y su hermano.
—¿Consiguió Carlos III la llamada felicidad pública?
—Ese concepto ilustrado de felicidad pública equivale a bienestar social. La España que deja Carlos es mejor que la que recibe. Sin olvidar que todo comienza a mejorarse con el reinado de su padre Felipe V y de su hermanastro Fernando VI. Con Carlos la economía mejora, hay cierta renovación social, la ciencia se hace presente, el urbanismo embellece las ciudades, las artes se renuevan, las nuevas ideas ilustradas avanzan, la nobleza y la Iglesia ven resituadas sus parcelas de poder, aunque un grande de España seguía siendo muy poderoso y el púlpito continuaba dictando la conciencia de los españoles. Con Carlos mejoraron bastantes cosas y otras muchas quedaron en disposición de mejorarse.
—¿Se arriesga a confirmar que Carlos III fue el mejor rey de España?
—La gente pregunta quién fue mejor, pero eso es muy difícil decirlo porque hay un Fernando el Católico, un Carlos V, un Felipe II. Me parece que en términos del Antiguo Régimen, Carlos III fue un rey muy aceptable. Pero no creo que podamos entrar en rankings. Todo historiador sabe que para valorar un periodo o un reinado tienes que contar con la herencia y el contexto. No es lo mismo tener una herencia buena que mala; ni si vives en un contexto de expansión económica o de recesión. Creo que Carlos recibió una herencia aceptable y en cambio a su hijo Carlos IV le tocó lidiar con la Revolución Francesa.
—Volviendo al tema del centenario. Parece que Nápoles está celebrándolo con más entusiasmo…
—Es que la idea que tienen de Carlos III en Nápoles no se limita a si hizo más o mejores cosas, sino a que les dio la soberanía del reino, el reino de las Dos Sicilias empieza a serlo de forma autónoma con Carlos. Antes no era una entidad política independiente, sino un virreinato. Fue un buen rey para los napolitanos y los sicilianos y convirtió a Nápoles en una gran corte europea.
Exposiciones
— Acción Cultural Española monta en el Museo Arqueológico Nacional la exposición Carlos·III: proyección exterior y científica de un reinado ilustrado, que se abre el 1 de diciembre.
— La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando recreará la vida cotidiana en los Reales Sitios con Una corte para el rey: arquitectura y urbanismo en tiempos de Carlos III.
— El Palacio Real acogerá Carlos III. Majestad y ornato en los escenarios del Rey ilustrado, mientras que la Real Academia de la Historia organizará un ciclo de conferencias coordinado por Carmen Iglesias.
— El Museo Casa de la Moneda ofrece hasta el 13 de noviembre la muestra Virtuti et Merito, una selección de documentos y piezas inéditas en torno a la figura y obra del monarca.