Entrevista con Cristina Fernández Cubas
“Un buen relato debe seducirte y suspender el tiempo a tu alrededor”
Cristina Fernández Cubas (Barcelona, 1945) es autora de los libros de relatos Mi hermana Elba, Los altillos de Brumal, El ángulo del horror, Parientes pobres del diablo y La habitación de Nona, entre otros títulos. También ha publicado las novelas El columpio y La puerta entreabierta. Su trayectoria en el género breve ha sido reconocida con premios como el Setenil al mejor libro de cuentos de 2006, el Ciudad de Barcelona, el Salambó y los Premios de la Crítica y el Nacional de Narrativa 2016.—Sus historias transcurren es escenarios cotidianos en los que, en el momento más impensado, aparece un elemento perturbador. La vuelta de tuerca o la sorpresa como desenlace.
—A veces la realidad gira sobre sí misma y nos sorprende. Pero no siempre. Muy a menudo el motivo de inquietud está allí desde el principio, junto a nosotros, ya en las primeras líneas, posiblemente en letargo, sin que nos demos cuenta. Y sí, me gusta partir de situaciones cotidianas perfectamente reconocibles y en aparente tranquilidad, como las aguas de un lago a las que todavía no se ha lanzado ninguna piedra, y que de repente se quiebran.
—El doble borgiano y lo insólito de lo cotidiano de Cortázar, ¿continúan siendo las dos grandes tendencias junto con Chéjov y Poe?
—Probablemente, aunque yo le debo a Poe las emociones más intensas de mi adolescencia cuando por fin tuve sus cuentos entre mis manos. Digo por fin porque yo lo conocía ya, antes de haberlo leído. Siempre recupero este recuerdo y me gusta tanto que lo haré una vez más. Mi casa natal, junto al mar, un día de tempestad y mi hermano mayor contándonos a las pequeñas La caída de la casa Usher. Contándonos y, como buen narrador que era, improvisando, respondiendo a nuestras preguntas, imitando sonidos, deteniéndose en seco, cediendo el protagonismo a truenos y relámpagos. No sé si aquel día descubrí el miedo gustoso o lo tenía ya dentro de mí. Pero jamás desaparecerá de mi memoria.
—Lo que no se ve, las percepciones insólitas son otros temas presentes en sus historias. ¿Esos límites imprecisos de la realidad son los que nos explican la existencia de otra realidad paralela?
—Son los umbrales donde todo puede suceder. El momento mismo de conciliar el sueño, sin ir más lejos. Ese terreno de nadie en el que no hemos abandonado aún nuestra vida, digamos racional, y en el que ya empieza a asomar otro mundo con una lógica propia, incomprensible, desde la vigilia, pero en la que vamos a adentrarnos y a participar con toda naturalidad. Burlamos el espacio, nos reímos del tiempo y recordamos con la mayor seguridad episodios que nunca sucedieron. Creo que fue Bernard Shaw quien ante muchas cosas de la vida se preguntaba ¿por qué?, y ante otras que tan solo se “recordaban en sueños”, ¿por qué no?
—La ambigüedad entre el bien y el mal en la infancia es otro eje argumental de sus libros. ¿La infancia como territorio donde se forja esa capacidad de cruzar la frontera de lo real?
“El cuento es un género que crea microcosmos autosuficientes en los que tiene tanta importancia lo que se dice como lo que se oculta”—En la infancia es muy fácil “pasar al otro lado”. Empezando por el lenguaje de los juegos: “Yo era un guerrero y tú eras una pirata…”, por ejemplo. Y a la manera de Alonso Quijano, el niño se convierte en guerrero y la niña en pirata. Siempre me ha parecido curiosa esa forma de jugar o vivir el presente como si se tratara de una herencia del pasado. Esa sensación ocurre también al escuchar las canciones infantiles que a veces resultan inquietantes por sus finales crueles o por esas salmodias que parecen imitar conjuros mágicos. Los juegos son ventanas a otras posibilidades de vida, con un particular código de valores. La infancia es en sí misma otro umbral al que se puede acceder. Por lo menos así recuerdo yo la mía.—En algunas de sus narraciones hay madrastras actuales, hijastras atemorizadas, una niña con capucha roja que no teme al lobo sino a sus padres. ¿Escribe para conjurar los miedos?
—Conjurar los miedos es uno de los grandes poderes de la escritura. Pero no el único. Y lo cierto es que en la vida siguen existiendo, como en los cuentos, alguna que otra madrastra desalmada, hijastras atemorizadas o niñas que, con o sin capucha, no viven sin embargo en un bosque ni temen precisamente a un lobo. Los periódicos suelen ocuparse de ellas. En la sección de sucesos.
—Poe consideraba el cuento un buen género para crear y transmitir un sentimiento, una “unidad de efecto” en el lector. ¿Qué tiene que cumplir para usted un buen relato?
—Un buen relato debe golpearte, seducirte y suspender el tiempo a tu alrededor. Cuando esto sucede, y hablo ahora como lectora, regresas a la vida como si despertaras de un sueño. Es una sensación deliciosa. El buen cuento es aquel que continúa en la cabeza después de haberlo leído. Es un género que crea microcosmos autosuficientes en los que tiene tanta importancia lo que se dice como lo que se oculta. Por eso la mirada de quien cuenta me parece lo más significativo de cada autor, lo más personal.
—Usted también tiene una novela, La puerta entreabierta, con una estructura de cuentos que terminan formado un todo. ¿Un libro de cuentos es como un mosaico y cada relato una tesela?
—En cierto modo. Aunque aparentemente no tengan nada que ver. Siempre he creído que un libro de cuentos no es una mera recopilación o suma de relatos. Existe algo difícil de definir que lo convierte en un todo. Entra aquí, desde luego, el orden de aparición de los relatos, su extensión y el esqueleto del libro. Y, muy a menudo, los guiños, las complicidades casi secretas o las ráfagas de aire, que se cuelan de un cuento a otro.
—Un personaje de La puerta entreabierta dice: “No menosprecies nunca el poder de las palabras”. Algo muy relacionado con el cuento oral donde existen palabras mágicas como Sésamo, Abracadabra.
—Y la palabra, además, es en sí misma un personaje de la obra. Allí está como protagonista de un sueño, de una rebelión o de una aparente “sopa de letras” que oculta, en realidad, un acertijo de suma importancia para la resolución de la intriga. La palabra oral pertenece a la estirpe casi extinguida de los narradores, y tiene una enorme capacidad supersticiosa.
—¿La puerta entreabierta es una metáfora de la imaginación?
—La puerta fue inicialmente un divertimento que se complicó para bien, y que en un momento dado se convirtió realmente en una puerta a “lo otro” y en una posada de historias. Los personajes son muy habladores, y con algunos me lo pasé en grande. Pienso en Miroslav, el gitano errante, y en todas las peripecias que acompañaron su nacimiento, sus éxitos circenses o sus conocimientos de los caminos secretos que unen los distintos mundos posibles que habitan el universo.
—Usted firmó este libro como Fernanda Kubbs. ¿Por qué esa creación de una doble personalidad literaria?
—Para no confundir a los lectores. Con Fernanda inicié una línea que tal vez algún día retome y que se desvía visiblemente de todo lo que he escrito con mi verdadero nombre. Por eso quise dejarlo claro. Fernanda Kubbs, nacida de mis dos verdaderos apellidos, iba a tener su propio mundo; un mundo en el que absolutamente todo podía ocurrir y en el que la verosimilitud no era una condición indispensable. Si el lector, ya al final del primer capítulo, admitía la “prodigiosa” transformación que le estaba relatando, pues, adelante con el juego. Me sentí muy libre durante el proceso y creo que gracias a La puerta entreabierta o a meterme en la piel de una supuesta Kubbs pude emprender después La habitación de Nona. Aunque no tengan nada que ver. O, lo más probable, precisamente por esto.
—Pocas veces el Premio Nacional y el de la Crítica reconocen libros de cuentos. ¿Cree que sigue pesando el concepto de la novela sobre el cuento como género menor?
—En general sí, pero afortunadamente las cosas están cambiando. Y, la verdad, me siento más que honrada y feliz por haber recibido los dos premios citados y convertirme en “prueba” de lo dicho. De que las cosas están cambiando. Pero no hay que olvidar que el cuento, por su misterio y por su intensidad, exige un lector despierto.