Una historia del dolor
Clavícula
Marta Sanz
Anagrama
208 páginas | 16,90 euros
A nadie le puede doler un esdrújulo”, escribe Marta Sanz en su nueva novela Clavícula (Anagrama). La clavícula de Marta Sanz es el vacío, un no-lugar donde quizás se esconde un dolor invisible que devora, un espectro que juega a esconderse, quizás la muerte que espera su turno. O el mismísimo Horla de Maupassant. Marta Sanz escribe una historia sobre el dolor, una novela sobre enfermedades imaginarias en la que se desnuda en un arriesgado y hermoso autorretrato.
Clavícula podría ser la novela catárquica que escribe una hipocondríaca. Alguien que se cree enfermo cuando comienza a sentir un dolor insólito, extraño e incierto durante un vuelo transatlántico. A partir de ahí, Sanz despliega una portentosa narración sobre la enfermedad, aunque en realidad eso no sea más que una anécdota para expresar otros asuntos más profundos. La enfermedad como síntoma del miedo, de la soledad, de las alegrías efímeras, de la extrañeza, del amor y sus hermosas banalidades, del descubrimiento del camino que lleva hacia la ruina de la vejez.
Clavícula es un viaje por el cuerpo como paisaje a veces inhóspito. Recorremos con Marta Sanz los océanos de la piel, la cordillera donde asoman vísceras que duelen, los bosques enfebrecidos de la sangre y la marisma desecada de los ovarios. “A lo mejor esto es un castigo por no haberme perpetuado en la carne de mi carne”, advierte Marta Sanz sobre el pecado y la culpa de las mujeres que decidieron parar el juego de las matrioskas, de las muñecas que guardan en su interior a otra que se reproducirá como ellas. Matrioska rebelde de la que no saldrá otra, porque en ella se acaba todo. Hijas sin hijas…
En esta novela sobre el dolor y las enfermedades invisibles Marta Sanz muestra su capacidad de narradora portentosa, capaz de convertir en postal narrativa cualquier cosa, desde el acto necesario de la defecación hasta describir entre el humor y la ternura una vulgar prueba médica.
Marta Sanz acaba de publicar su oportuno ensayo Éramos mujeres jóvenes y con Clavícula continúa demostrando cuánto queda por escribir sobre mujeres. Sencillamente porque escribe con desparpajo y altura lírica tantos temas olvidados en nuestra literatura. Con ella nos damos cuenta de cuántas cosas faltan por narrar. Narrar bien, claro. ¿Cómo se masturba una mujer? Descríbame la menopausia en un pasaje novelesco sin caer en la bajeza. O tal vez sí. ¿Y la menstruación? Escribamos páginas llenas de sangre y flujos cenagosos, del barro y la podredumbre de la vida. La literatura de Marta Sanz hace mucho que camina por este sendero que deslumbra. Por valiente y por excepcional narradora. A ella no le interesan esas mujeres que aparecen en el cine, en las novelas, en la poesía y que caminan de puntillas, solo como frágiles objetos sentimentales. Hembras que solo son un lastre de tocador. Ella pone el foco en otro lado. Y no se distrae con tanto estereotipo literario que ha convertido a la mujer en un cliché, en un monigote de cartón-piedra.
Clavícula es en buena parte una autobiografía que recuerda su novela La lección de anatomía. Aquí seguimos a Marta Sanz en su vida de proletaria de la letra, cómplices de su incertidumbre por el futuro que es la marca de nuestra época, la de la generación sin certezas. Incluso viajamos con ella en autobús y nos asomamos a fotografías de sus travesías que recuerdan las páginas de Sebald. Y nos duele como a ella ese vacío en la clavícula por donde asoma el dolor descrito como “cucharada de aire, blanco metafísico, mordisco de roedor, boca árida”.