Y los dibujantes rescataron la palabra
El reciente auge de la ilustración se refleja en la proliferación de colecciones específicas y en el mayor protagonismo, aprecio y visibilidad de un trabajo que ya no es secundario
No hace mucho que, dentro del mundo editorial, la gran mayoría de los ilustradores vivían como los complementarios de los escritores. Eran los encargados del vestuario, profesionales a la sombra del actor principal, del tipo de las palabras. El Escritor.Eso era la norma antigua, salvo contadas excepciones y salvo los que se refugiaban en el ámbito de los aprendices de lector. Entre ellos algunos —pocos y raros— que además eran capaces de hacer la función del dos por uno: escribo los textos y los dibujo. Claro que gente como Maurice Sendak o Edward Gorey no había muchos. El resto, meritorios artistas que agradecían, si acaso, una mención en los créditos interiores del libro.
Hasta no hace mucho lo más a lo que podía aspirar un ilustrador en el mundo editorial era a convertirse en portadista. Lograr ser un Roberto Turégano, un Daniel Gil o, ya más recientemente, un Manuel Estrada, te daba caché dentro de las alianzas editoriales. No digamos ya si eras Peter Mendelsund, el portadista más solicitado de hoy. Un licenciado en filosofía, pianista y diseñador norteamericano que, además de haber revolucionado el género, se ha atrevido a escribir sobre qué ve realmente nuestro cerebro cuando lee frases y capítulos enteros de historias escritas. Su ensayo Qué vemos cuando leemos (Seix Barral, 2015) dejó las cosas en su sitio. Felizmente para todos, no humilló a la literatura con sus tesis amparadas en la neurociencia. Antes al contrario. Pero nos humanizó a todos. Empezando por Tolstói.
Muchas editoriales están dedicando parte de su catálogo a libros ilustrados o novelas gráficas. Algunos de los artistas que empezaron como ilustradores llenan con su obra pictórica museos de todo el mundoPero hoy aquella jerarquía es once upon a time. Tras la crisis provocada por la irrupción de las pantallas de la era digital y sus consecuencias en la capacidad de concentración de las criaturas junto a las debacles económicas de occidente, el sector editorial vio cómo la venta de libros caía en picado. La buena noticia es que eso puso las pilas al gremio. Sí, ha habido que inventar nuevas estrategias, y curiosamente la ilustración, el dibujito, ha sido uno de los aliados que han venido a rescatar a la palabra de la pájara. La letra nunca entró con sangre. Ustedes, como cualquiera, no nacieron leyendo el Ulises a palo seco. Junto a nuestra primera “mi mamá me mima”, había un dibujo. Y cuanto más atractivo fuese, antes entendíamos lo que mamá nos hacía.“Todo eso es cierto”, admite Jesús Otaola, director de la cooperativa que sustenta las librerías Proteo y Prometeo de Málaga, concepción de una librería como negocio de más amplias miras que el mero despacho de novedades. “Ahora los ilustradores son gente importante. Sus libros son hermosos, llaman la atención al comprador. Antes el libro ilustrado era residual en nuestros fondos, libros caros o que se limitaban a la sección infantil. Hoy en todas las secciones hay libros ilustrados por grandes artistas que interesan a todos. Muchos adultos compran libros ilustrados al margen de que sean para niños o mayores. Y no hay librería que ya no incluya una gran sección de novelas gráficas en sus anaqueles”. Ay, si mi padre levantara la cabeza. Él, que trabajaba en una editorial y pensaba que los tebeos eran una bobada.
Ilustrando la Guerra
José Pablo García tiene ahora expuestos bocetos de su último libro en Proteo: La muerte de Guernica (Debate), la segunda de sus tres colaboraciones previstas con Paul Preston, tras las ocho ediciones que llevan juntos él y el historiador inglés de la versión gráfica de La guerra civil española. García es autor de novelas gráficas e ilustrador y ha visto cómo su fama profesional ha dado un salto cuántico. Este malagueño, hermano del poeta David Leo García que fue el más precoz ganador del premio Hiperión de poesía a los 17 años —ahora mediático tras ganar el premio más cuantioso del concurso Pasapalabra—, admite que ha “encontrado un filón en el tema histórico”. “Al principio Preston creía que eso de hacer en viñetas su ensayo histórico era algo frívolo; pero ahora está encantado”, confiesa. Su pasaporte a las ligas mayores fue una novela gráfica editada por Reino de Cordelia, uno de los sellos pioneros: Las aventuras de Joselito. El pequeño ruiseñor, donde para contar la historia del niño cantor dibujó cada capítulo con un estilo diferente. Su don como documentalista y “el haber logrado un ritmo de trabajo que creía imposible” han ayudado a su éxito. García apoya la tesis de que los cambios de hábito de lectura provocados por la revolución tecnológica han robado protagonismo a la palabra escrita. “Cuesta más concentrarse en lecturas largas, y eso es un problema”, admite. “Las redes sociales son fundamentales en la promoción de un libro. Y eso le da a la imagen un valor extra”. Y hay libros, recuerda, que se venden más porque sus portadas las ha hecho un ilustrador con obra ya reconocida. “Es el caso de Moderna de Pueblo, que tiene una obra propia dentro del mundo del cómic”, añade.
“Muchas editoriales están dedicando parte de su catálogo a libros ilustrados o novelas gráficas”, apunta Otaola. La ilustración ya no es un arte menor. Algunos de los artistas que empezaron como ilustradores llenan hoy con su obra pictórica museos de todo el mundo. Quizás el caso de Mark Ryden sea el más elocuente. Las primeras editoriales que se lanzaron a ello fueron modestas y apostaron por ediciones cuidadas con especial protagonismo en la parte gráfica y visual, como Nórdica, Periférica, Impedimenta, Errata naturae, Libros del Zorro Rojo, La Cúpula, Kalandraka o Loving Books. Algo descubrieron cuando ahora las grandes editoriales cuentan en sus fondos con libros espléndidamente editados firmados por ilustradores-artistas. En Planeta, Lunwerg absorbe este catálogo con autores jóvenes cuyo prestigio aumenta cada día. Muchas mujeres y muchas hablando para mujeres o de mujeres y artistas: Paula Bonet, María Herreros, Carla Fuentes o María Hesse, esta en Lumen, han publicado títulos que ya comienzan a plantear las fronteras del género. ¿Son ensayos, libros de artista, novelas ilustradas, biografías ilustradas? Lo puro ya no existe.
Mujeres ilustradoras, estrellas de Instagram
En Marilyn tenía once dedos en los pies la valenciana María Herreros, seleccionada por Taschen entre los 150 mejores ilustradores actuales, cuenta rarezas y chismes de actores y directores de Hollywood junto a sus icónicos dibujos. Paula Bonet es también valenciana y pasó del óleo a la ilustración. Hoy está cotizada en medio mundo. En Lunwerg comenzó ilustrando a otras autoras para tener ya dos títulos: Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End y el muy hermoso La sed, donde la autora combina sus muy reconocibles dibujos con textos manuscritos. La biografía de Frida Kalho ilustrada por la sevillana María Hesse, otra de las ilustradoras que gracias a las redes sociales e Instagram ha acaparado seguidores, riza el rizo al acercar al público masivo la vida de una de las artistas de estilo más reconocible de la historia de la pintura con su estilo naïf y amable tan lejano a la crudeza de la mexicana. Carla Fuentes es la tercera valenciana de Lunwerg. Ilustres conexiones es un libro de afinidades y serendipidades donde la autora pasa de Nick Cave a Frédéric Chopin a partir de historias contadas y elementos gráficos. El salmantino Ricardo Cavolo, que ha publicado Periferias, pasó de la ilustración infantil y la dirección de arte a convertirse en estrella internacional. Sobre todo tras su colaboración con Le Cirque du Soleil.
Pero antes que ellos estaba Max, nacido Francesc Capdevila en 1956, maestro de maestros. El autor que ganase la primera edición del Premio Nacional de Cómic ha combinado siempre el cómic con la ilustración gracias a gozar de una de las líneas dibujísticas más identificables y de una narrativa impecable. Al margen de sus inicios como autor de comic underground —Peter Pank (El Víbora)— y de obras multipremiadas como Bardín el superrealista (La Cúpula), Max, que acaba de inaugurar su primer cómic táctil para una instalación conjunta con Antoni Abad en la Bienal de Venecia, ha ilustrado muchos libros, entre ellos la colección de Filosofía para profanos de la editorial Tándem, escrita por Maite Larrauri. Su último trabajo fue la publicación que el Museo del Prado realizó con motivo de la exposición del V Centenario de El Bosco, El tríptico de los encantados. “Al igual que El Bosco, yo también pinto por encargo. Por eso acepté este reto, porque creo que él fue el primer dibujante de cómics de la historia”.
El hombre que era jueves
Soy un niño; diez años tal vez. Sueño con un libro, mezcla de palabras e imágenes […]. Amontono frases y dibujos por las noches, los jueves por la tarde, solo en el piso familiar libre. Con ellos levanto un andamio que enseguida destruyo. El libro muere cada día”. Así comienza el último libro publicado en España —primera parte de Manifiesto incierto (Errata naturae), una peculiar biografía de Walter Benjamin— por el que los medios han bautizado como el “inventor del ensayo gráfico” a Frédéric Pajak (1955), escritor, dibujante y también editor, director de la editorial francesa Les Cahiers Dessinés, donde publica la obra de los mejores dibujantes contemporáneos. Antes de ganar el premio Michel Dentan por su libro La inmensa soledad (Errata naturae), donde cruzaba las biografías de Nietzsche y Cesare Pavese, estaba acostumbrado a que sus aventuras autorales y sus dibujos sufriesen el rechazo o la indiferencia. Ya con el premio Médicis de ensayo francés concedido en 2014, es una celebridad planetaria.
Ahora le consideran único. A él no le gusta que le tilden de inventor de género alguno, pero se sabe distinto. Aunque estilísticamente es muy distinto nos recuerda a William Blake: artistas cuyo doble y genial desempeño literario y dibujístico pertenece a otra dimensión, iluminada y especulativa. Pajak es ante todo un ensayista, un filósofo que utiliza su propia biografía o la de sus autores de cabecera —Benjamin, Joyce, Pavese, Breton, Schopenhauer, Beckett o Apollinaire—, para hablar de arte, literatura y de la condición humana. Y eso lo hace escribiendo y dibujando a la vez.
Sus libros alternan dibujos a plumilla llenos de sombras y soledad, como fragmentos y postales de sueños o paisajes, con breves párrafos bajo ellos. A veces se suceden dos o tres páginas de texto corrido. A él le gusta decir que lo suyo es un “relato escrito y dibujado”. Su admiración por El Roto, a quien ha editado en Francia, sí nos ofrece una afinidad. Más afinidades: sus paisanos, los cineastas Chris Marker y Jean-Luc Godard. Un autor de raíz onírica, nocturno, memorable, descomunal, que exige atención y ofrece reflexión, con una carga ética y un discurso contra la violencia y la barbarie que en nuestros días nos parece un tesoro.
Cortázar, viñetas de una vida
Tras los libros dedicados a Baroja, Kafka, Pessoa y Karen Blixen, donde los textos de Jesús Marchamalo se alternaban con ilustraciones de Antonio Santos, Nórdica Libros ha publicado una nueva entrega del escritor y periodista madrileño al que en esta ocasión acompaña el joven dibujante Marc Torices. La biografía ilustrada de Cortázar combina el preciso guion de Marchamalo con una colección de viñetas plenas de recursos gráficos, variedad de estilos y aliento poético. Ambos autores ofrecen un recorrido por gran parte del mundo íntimo y literario del argentino: la infancia, los amigos, las ideas políticas, los gatos, la Maga, su muerte. Un retablo luminoso donde algunos silencios consiguen emocionar.