Sonsoles Ónega: “La política es a veces un sacerdocio emocional”
—El eje de su novela es la historia de una felicidad vedada.
—Así es, cuando Carmen cree que va a poder construir su felicidad al lado de Federico, a pesar de todas las dificultades que acarreaba su historia de amor, su deseo se ve truncado por el exilio que le produce un profundo arrepentimiento y la necesidad de reconciliación con su familia, impidiéndole alcanzar la felicidad que tanto deseaba alcanzar.
—Una mujer cuyo amor fue sinónimo de coraje.
—Las mujeres de aquella época no podían amar ni desamar sin que no ocurriese nada en sus vidas. A nosotras ahora nos acompaña la legislación y casi la sociedad al cien por cien, tenemos el viento a favor. En cambio Carmen lucha contra las miradas y los juicios de su entorno más cercano, contra su propia moral y sus propios sentimientos. Nadie nace predestinado para rebelarse, son las circunstancias o el corazón las que nos obligan a hacerlo y convierten la rebeldía en una convicción.
—Esa fuerza y lucha de Carmen tienen su reflejo en las elecciones de 1933 en las que Clara Campoamor consiguió que las mujeres votasen por primera vez.
—Sentí el frío de noviembre del 33 cuando escribía ese pasaje en pleno agosto. El momento social y político que se vivía en Cataluña y su relación con Federico empujan a Carmen a subirse a la ola de esa lucha de la mujer por sus libertades, derechos y anhelos, por pelear contra una vida ordinaria en la que nada era gratis. Y en ese ser un sujeto político ella descubrirá que los hombres la miran con ojos censores, y la tratan como si no entendiese. De la lucha de aquellas mujeres vienen los privilegios de las nacidas en democracia y que debemos mirar atrás para darles las gracias, aunque a las mujeres nos sigue costando más caro tener una carrera que nada tiene que ver con un trabajo, hacerlo todo y que además de hacerlo bien se nos reconozca en el día a día.
—Ese perfil de la mujer dueña de su vida e independencia tiene como ejemplo a Soledad, el personaje que le insufla valor a Carmen.
—Es un personaje muy tierno para mí por las dificultades que vive, por su esfuerzo en salir adelante, después de los golpes de la vida, como periodista en la radio de Cataluña y como mujer que cree en sí misma. Ella es la que le permite a Carmen engarzarse con la realidad política y es la que le hace creer que merece la pena intentar salvar a Federico de la muerte, y que puede conseguirlo.
—Ahora que habla de la radio, el periodismo juega un papel importante en la novela.
—Un papel crucial porque gracias a la fantástica hemeroteca de La Vanguardia he podido darle rigor al texto, y porque va introduciendo en la narración los acontecimientos políticos que sucedieron en aquel período histórico. Y también porque en la misma trama Carmen se entera, leyendo en la prensa la noticia de la muerte de Maciá, que Federico estaba presente acompañado de su esposa. Descubre su realidad y la de su amante a través del periódico.
—En Después del amor las mujeres representan una emoción, un vínculo, una actitud moral como la Manola, que simboliza la conciencia.
—Desde el primer encuentro entre Carmen y Federico ella advierte que él será su perdición. La conciencia está muy presente como peso moral en la novela, especialmente en la segunda parte. Y la Manola es el personaje que mejor la representa porque guarda el secreto del amor, del dolor y del derrumbe. Siempre me han interesado las relaciones de clases, cómo se desarrollan desde el distanciamiento o la complicidad, como en el caso de ambas. La Manola es un personaje entrañable y fuerte, es la memoria del secreto y también la memoria del amor de Carmen por sus hijos.
—Y también está Mercedes. Una historia de dos hermanas rehenes la una de la otra.
—Mercedes es la evidencia de que nadie está libre en la intimidad de cometer una traición cuyas consecuencias hay que acarrear. En su caso el arrepentimiento y la obligación de restañar el dolor causado. Y también el de liberar a su hermana con la verdad de lo sucedido porque su hermana necesita conocer la verdad a pesar del dolor porque es la única manera de dejar atrás la pesadilla de los fantasmas de la imaginación.
—Federico Escofet fue un miliar muy comprometido con la República. ¿Pesa más la lealtad política que el amor?
«Nadie nace predestinado para rebelarse, son las circunstancias o el corazón las que nos obligan a hacerlo y convierten la rebeldía en una convicción”—Él se distancia de la monarquía de Alfonso XIII, por el maltrato de Primo Rivera a Cataluña, y cuando descubre la fiesta inicial de la República, a Maciá y a Companys, que marca efectivamente su vida, su lealtad es incuestionable. Esa es una de las preguntas de la novela, si realmente pesó más que su amor por Carmen. La lealtad de Escofet pone de manifiesto que la política es a veces un sacerdocio emocional además de una convicción ideológica. Algo que no se ve en la política de hoy.—Uno de los acontecimientos políticos que usted trata es la proclamación en el 34 del Estado catalán que hizo Companys. ¿Ve algún paralelismo con la actualidad?
—El 25 de mayo me tocó cubrir la conferencia en Madrid del presidente Puigdemont y estaba emocionada porque él venía a hablar de algo que está en la novela, y me quedé muy fría por el desapasionamiento de sus argumentos, que no dejan de ser una carraca constante frente a la grandeza de la oratoria de entonces, del afán de diálogo, de entendimiento y de encaje de entonces, y que hoy no existe. El pulso de Companys salió mal y eso nos debería al menos servir de retrovisor.
—Escofet vivió muchos momentos a un pie de la muerte. Es casi la historia de un ave fénix.
—Desde que lo hieren en la guerra de África se salvó de muchas circunstancias que podían haber acabado con su vida: las heridas en la guerra de África, la sentencia de fusilamiento en Montjuic, la batalla de Teruel. En la mayoría de esos casos Carmen estuvo salvándolo, acompañándolo, rescatándolo del campo de prisioneros en Francia. Ella lo cura física y emocionalmente. Por eso se echa en falta que el personaje de Federico no le haga más justicia al amor y a la entrega de ella. Su biógrafo Xavier Febrés, que me animó mucho a escribir la novela, me aseguro que aunque la única huella de su amor era la fotografía de Carmen que tenía en la trastienda del local que regentaba en Bruselas, y de que no existe en sus memorias ninguna línea sobre ella, la relación de ambos fue así de intensa. Su historia es una evidencia de que los hombres tienen una manera diferente de gestionar los sentimientos, los límites, los silencios, la vida.
—Aludía usted al campo de prisioneros de Argelès-sur-Mer con las playas rodeadas de espino y la desolación al raso. ¿Casi un paralelismo con los campos de refugiados que llegan buscando la salvación y encuentran un infierno?
—Al contemplar las fotos del 39 sobre aquellos campos de prisioneros republicanos y las de los campos de refugiados de hoy es impresionante ver las similitudes. Uno comprueba lo poco que hemos aprendido acerca de la incapacidad de acoger el sufrimiento, se trate de soldados o de personas derrotadas que entierran a los niños a pie de las alambradas y sobreviven en condiciones insalubres. Deberíamos pensar en por qué no se impone la humanidad sobre el miedo.
—Una dureza de la que escapan los amantes en un exilio que les pesó siempre.
—María Zambrano dijo que el exilio fue volver a nacer, y para Carmen el exilio fue empezar a morir. En ese tránsito con Federico huyendo siempre hacia el norte, ella es más consciente de que seguir adelante con su gran amor supuso amputarse su amor de madre, y eso lo vivió como una constante rendición de cuentas consigo misma. También es la pregunta que debe hacerse o hacerle a su personaje el lector. ¿Te compensó Carmen?