Cimas y abismos por entregas
Juntos en la fabulación desbordante, Dostoievski y Tolstói fueron novelistas muy distintos. Y sus vidas fueron asimismo dispares, aunque hasta cierto punto paralelas
Fiódor Dostoievski (1821-1881) quería ser como el conde Lev Tolstói (1828-1910), el escritor mejor pagado de Rusia. Las deudas persiguieron toda la vida a Dostoievski, fundador y director de periódicos, titánico folletinista a destajo. Si prometió a sus veinticuatro años que jamás escribiría por dinero, a los cincuenta declaró que toda su vida había trabajado por dinero y nunca había dejado de pasar necesidades: quién pudiera escribir sin prisas ni fecha de entrega fija, como Tolstói y Turguéniev.Dicen que el genio Dostoievski, hijo de un médico de pobres, entró en el negocio literario porque le debía 300 rublos a un prestamista y, para pagarle, tradujo en unos cuantos días de 1844 Eugénie Grandet, de Balzac. En 1846, después de publicar Pobres gentes, se vio rico y famoso. Publicó dos libros más, El doble y Noches blancas, y fracasó. Entonces, en 1849, conspirador contra la autocracia zarista, cayó en el agujero penitenciario de Siberia, del que tardó en salir diez años. Antes lo pasaron por un pelotón de ejecución fingido, montado con el único objetivo de aterrorizar al reo. Ese pavoroso episodio, repetido casi siempre que se habla de Dostoievski, lo utilizó el propio protagonista para conquistar a mujeres mediante el procedimiento de explotar el drama personal, es decir, el trauma dramatizado.
Ruleta y literatura
El penal y el destierro transformaron en defensor del altar y el trono al joven revolucionario, pero alimentaron su concepción monetaria de la palabra escrita: Dostoievski convirtió en dinero sus recuerdos del infierno carcelario, publicándolos por entregas en un periódico. La literatura del siglo XIX podría ser considerada una dependencia del periodismo sensacionalista. Cuando en 1865, en fuga de sus acreedores, leyó en un balneario alemán la crónica del asesinato de dos ancianas a golpes de hacha, Dostoievski ideó su Crimen y castigo. Cuatro años después, en Dresde, sin dejar nunca de huir, la página de sucesos volvió a brindarle asunto para otra novela: una célula de discípulos de Bakunin había ejecutado en Moscú a uno de sus miembros, un estudiante al que acusaban de traición. Dostoievski escribió Los demonios.
Ganaba mucho dinero sumando palabras a las páginas de las revistas y perdía más apostando en las ruletas de los casinos europeos. Quería curarse el vicio de jugar, y, cuanto más culpable se sentía, más grande era su deseo de redención y más honda era su nueva caída de jugador impenitente. Cambiar era imposible. Me acuerdo de que al principio de El doble, esa gran novela que fue un gran fracaso, el héroe, que quisiera ser quien no es, no se despierta una mañana convertido en un bicho monstruoso como el viajante de comercio kafkiano, sino convertido inevitablemente en sí mismo. “Soy un funcionario, ni siquiera un insecto”, se queja. Dostoievski volvía a Moscú, ampliaba su cartera de acreedores, huía otra vez, jugaba otra vez. Los contratos con los editores le exigían siempre más, lo asfixiaban las fechas de entrega, y el incumplimiento de sus compromisos amenazaba con quitarle la propiedad de su obra literaria.
Escribir era como apostar a la ruleta: si no entregaba una novela inédita antes del 1 de noviembre de 1866, lo perdería todo. Dostoievski contrató a una taquígrafa para redactar a velocidad periodística, en menos de un mes, del 4 al 29 de octubre, El jugador. Esa vez ganó y se casó con la taquígrafa, Anna Snitkina, veinticinco años más joven que él. Joseph Frank, profesor en Princeton y Stanford, ha reconstruido en cinco tomos monumentales la biografía de Dostoievski, 2.500 páginas que encontraron un admirador apasionado en David Foster Wallace. Según Frank, Dostoievski habría sabido dramatizar las ideas de su tiempo y, sobre el telón de fondo de la realidad rusa, encarnarlas en personajes vivos y no en meros títeres recitadores de clichés doctrinarios.
Grandes sensaciones
Tuvo una mentalidad de periodista de grandes sensaciones, obligado a ofrecer al público lo nunca visto: los forzados de Siberia, los abismos del crimen y la neurosis, la pasión de la ruleta en los casinos de Europa. Convirtió en publicación periódica hasta sus diarios. Pintar bien una sala de juego era “describir un infierno parecido a la sala común del penal”, o eso dijo. ¿Fue Marcel Proust el que sugirió que todas sus novelas podrían haberse llamado Crimen y castigo? El asunto preferido de Dostoievski fue la degradación purificadora que conduce a la redención, y lo trataba combinando crimen y especulaciones filosóficas, por no decir divagaciones periodísticas.
Hay siempre un crimen en las obras maestras de Dostoievski, pero, por dramática que se ponga la situación, también salta en el momento oportuno la chispa grotesca, la parodia, la caricatura, el panfleto, lo sensacional siempreHay siempre un crimen en las obras maestras de Dostoievski (por ejemplo, ¿quién mató al padre de los hermanos Karamázov?), pero, por dramática que se ponga la situación, también salta en el momento oportuno la chispa grotesca, la parodia, la caricatura, el panfleto, lo sensacional siempre, sin olvidar el espacio que el periódico dedica a la religión. Juan López-Morillas, heroico traductor de Crimen y castigo, ha explicado que la traducción literal de ese título sería Transgresión y expiación, pecado y penitencia, y no me parece un disparate leer la historia del pecador Raskólnikov como una novela cristiana: una pecadora, prostituta buena (se ve que para Dostoievski prostituirse para sobrevivir era lo mismo que matar a dos ancianas a sangre fría por gusto filosófico, además de para robarles), encamina a un pecador asesino hacia la redención leyéndole el pasaje evangélico en el que Jesucristo resucita a Lázaro.Los personajes de Dostoievski son individuos contradictorios que discuten con otros no menos contradictorios y, sobre todo, pelean consigo mismos, y la persona que lee sus agonías inacabables se siente implicada en la conversación, aunque sea para despreciarla. Mijaíl Bajtín hablaba de pluralidad de voces, de polifonía de conciencias independientes, y Josep Pla decía casi lo mismo, de otra manera: “Dostoievski es el novelista del ilogismo individual, de la contradicción, de los caracteres dobles, es decir, de los no-caracteres”. Yo diría que cada personaje se mira a sí mismo y se duplica muchas veces porque también se mira, desdoblado, en el espejo de la conciencia de los demás, incluida la del novelista. Lev Tolstói es un novelista muy distinto, de caracteres construidos como individuos únicos línea a línea, suceso a suceso que les toca vivir.
Inventores de familias
Aparte del desprecio hacia los valores prácticos de la Europa occidental, a Dostoievski y a Tolstói los unió el hecho de que los dos publicaran novelas por entregas: el medio que los ponía en contacto con el público —la revista periódica— movía a la acumulación de acontecimientos, a prolongar la narración hasta lo inconcebible. Pero, juntos en la fabulación desbordante, sus vidas fueron muy dispares, aunque paralelas. Si Dostoievski maduró en un presido siberiano, el joven Tolstói sirvió como oficial en la guerra de Crimea y estuvo en el sitio de Sebastopol. Viajó por Europa, que no le gustó, y, tal como Dostoievski había contado sus experiencias de recluso, Tolstói triunfó narrando sus peripecias militares. Los entendidos juzgaron homéricas sus historias de cosacos. En 1861 el conde Tolstói se retiró a sus tierras de Yásnaia Poliana, en la región del Volga, mientras Dostoievski, por mucho que huyera a los casinos europeos, acababa siempre en sus profundidades personales, ensimismado en sus criaturas literarias, es decir, ensimismado muchas veces.
Tolstói fue para Josep Pla “el Homero de la prosa”, capaz de captar la poesía que se desprende de la misma materialidad de las cosas. ¿Dónde estaba la fuente de la poesía? En la pintura de las costumbres a partir de un acontecimiento históricoTolstói fue para Josep Pla “el Homero de la prosa”, capaz de producir la prosa pura, “la prosa-prosa definitiva” que capta la poesía que se desprende de la misma materialidad de las cosas. ¿Dónde estaba la fuente de la poesía? Tolstói lo señaló en sus diarios: en la pintura de las costumbres a partir de un acontecimiento histórico. Aplicó el método en Guerra y paz (1869), donde las guerras napoleónicas, la gran historia universal, servían para introducirnos en una trama íntima de familias cruzadas en torno a la familia Rostov, lo histórico familiar, por decirlo así, matrimonios por interés y por error y por amor entre las aristocracias de San Petersburgo y Moscú, intrigas de dormitorio y de cuartel general. Bailes y batallas son, al fin y al cabo, dos tipos de actos o reuniones sociales.Tanto Dostoievski como Tolstói fueron inventores de familias interesantes. Uno de los principios de novela más famosos de la historia de la literatura es el de Anna Karénina: todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera. Guerra y paz era esencialmente la historia de los Rostov. En Anna Karénina (1875-1877) se interconectan tres matrimonios y, como elemento distorsionador, un comodín suelto, Vronsky, el amante de Anna. Tras la frase lapidaria famosa (“Todas las familias felices…”), el arranque de la historia no es menos memorable: “Todo era confusión en casa de los Oblonski”. El “cabeza de familia” le ha sido infiel a su esposa con la institutriz francesa de los niños (así es el amor en el seno de las buenas familias), y su hermana, la sensata y sensible Anna, llega a la casa para intentar reconciliar al matrimonio.
Diferencias espirituales
Casada apaciblemente con Karenin, un hombre que le lleva veinte años, madre de un hijo, no sólo se transforma cuando se enamora del seductor Vronski, sino que de repente el mundo entero se transforma a su alrededor. Y ahora viene lo más admirable: Tolstói convierte a Anna en una heroína moral, que acepta su transformación amorosa sin esconderse y, renunciando a la hipócrita comedia del medio social al que pertenece, afronta la pérdida de su hijo y el repudio de sus semejantes, los aristócratas. La inquietud ética de Lev Tolstói se traducía en innovaciones formales en el desarrollo del drama: Vladimir Nabokov consideraba que Tolstói había descubierto el monólogo interior a lo James Joyce antes que Joyce, y citaba los pensamientos que pasan por la cabeza de Anna camino de la estación donde termina su aventura.
Tampoco coincidían Tolstói y el ortodoxo Dostoievski en su idea de la religión. A Tolstói, excomulgado por la Iglesia ortodoxa, lo definió muy bien V. I. Lenin: era un terrateniente que negaba la propiedad privada de la tierra y, cristiano fanático, arremetía contra una iglesia de “funcionarios ensotanados, gendarmes de Cristo, negros inquisidores que apoyaban las persecuciones contra los judíos”. Ni siquiera quería ser escritor. Quería cumplir los preceptos evangélicos, amar a todo lo viviente, hacer felices a sus campesinos. Su carácter de predicador, educador, pacifista y humilde vegetariano amigo del trabajo manual, influyó en alguna perorata periodística que, como Dostoievski, metió en sus novelas, a propósito, por ejemplo, de los deberes de un terrateniente. Escribir novelas le parecía una tontería, una inmoralidad. Su intención era repartir sus riquezas entre los campesinos pobres y, puesto que encontraba la oposición de su familia, huyó de ella con poco más de ochenta años y murió en una estación de tren, como Anna Karénina. Dicen que, viejo y aburrido, un día cogió un libro, lo abrió por la mitad, empezó a leer y no pudo dejarlo. ¿Qué estaba leyendo Tolstói? Miró el título: Anna Karénina, de Lev Tolstói.