Promesa de verano
Era en verano precisamente cuando sentía que mi tediosa vida se parecía más que nunca al emocionante mundo de Los Cinco. Aunque nunca fui secuestrado por contrabandistas ni descubrí pasadizos secretos, la supervisión paterna se relajaba con la llegada del buen tiempo, y eso me permitía pasar casi todo el día fuera de casa, adonde solo iba a comer y a dormir. Y a echarme la siesta.
Tras el almuerzo había dos horas sagradas y horribles, en las que no se podía hacer ruido ni ver la tele. El vecindario descansaba con las ventanas abiertas al patio de luces y con las persianas de lejas verdes cayendo desmayadas sobre el alféizar. No se oía nada, salvo el canto de algún jilguero y el calor, que parecía adquirir una densidad sonora. En esas dos horas solo se podía dormir o leer; y como yo siempre he sido un poco insomne, hojeaba los libros que me habían regalado por mi santo, el 13 de junio, o por mi cumpleaños, al comienzo de julio. Y fue en una de aquellas tardes soporíferas cuando cayó en mis manos un libro de tapa dura que firmaba Enid Blyton y que llevaba por título Los Cinco y el tesoro de la isla.
Enid Blyton publicó su primera novela larga de aventuras y niños en 1938. La buena acogida que tuvieron las peripecias de unos personajes que eran muy parecidos a sus lectores la animó a escribir una serie de seis aventuras protagonizadas por cuatro niños y un perro. La que yo tenía en mis manos aquella tarde de 1972 era la primera entrega de la saga; se había publicado treinta años antes y a juzgar por el fervor con que la leí mantenía intacto su poder hipnótico.
A partir de aquel día compré en Stylos, la abigarrada y oscura papelería del barrio, todos los títulos de la colección que fueron llegando. Aunque la idea inicial de Blyton había sido escribir solo seis libros de Los Cinco, las primeras aventuras tuvieron tanto éxito que la escritora prolongó la serie hasta los veintiún episodios.
En 1963, el año en el que Blyton publicó la última aventura, se habían vendido en el Reino Unido cerca de seis millones de ejemplares, una cifra que continuó creciendo con el tiempo y las traducciones. En los dos primeros años de su aparición en Francia, la editorial Hachette vendió un millón de libros, éxito parecido al que tuvo en Alemania, el primer país donde la tradujeron.
En España Blyton era poco conocida cuando en 1964 la Editorial Juventud tradujo las aventuras de Julián, Dick, Ana, Jorge y Tim. Diez años antes la editorial Molino había publicado los libros de la colección Aventura, que como la colección Misterio o la de Los Siete Secretos, nació como secuela de Los Cinco.
Aunque en realidad todos estos libros son secuelas, si no copias, de sí mismos. Resulta un poco decepcionante, al releerlos, advertir la desfachatez con que Enid Blyton resuelve los misterios: de las veintiuna aventuras de Los Cinco, diecinueve terminan con el descubrimiento de un pasadizo secreto.
Pero en aquellos veranos de lectura compulsiva yo no era tan melindroso. Para mí y para los millones de niños que nacimos en los sesenta y leímos estos libros, aquellos repetidos pasadizos fueron siempre una sorpresa y sobre todo una posibilidad de redención, una promesa de verano.