El Madrid galdosiano
El novelista vivió el paso de una corte del Antiguo Régimen a una ciudad moderna, donde imperaba e imponía sus gustos una burguesía de la que será su mejor intérprete
“Es mucho Madrid éste”.
Galdós, La de Bringas
Entre ambas fechas han transcurrido casi sesenta años, durante los cuales la ciudad amada ha pasado por un intenso período de transformación y crecimiento, que la llevará de sus iniciales 300.000 habitantes a los casi 650.000 de la segunda década del siglo XX. Así, pues, la España isabelina, la “Gloriosa” y la Restauración serán los períodos históricos que vive el escritor en Madrid; períodos que dan el definitivo paso de una corte del Antiguo Régimen a una ciudad moderna, donde impera e impone sus gustos una nueva y recién nacida burguesía, de la que Galdós será su mejor intérprete.
Veamos cómo narra el novelista su llegada a la corte: “En aquella época fecunda de graves sucesos políticos, precursores de la Revolución, presencié, confundido con la turba estudiantil, el escandaloso motín de la noche de San Daniel —10 de abril de 1865—, y en la Puerta del Sol me alcanzaron algunos linternazos de la Guardia Veterana, y en el año siguiente, el 22 de junio, memorable por la sublevación de los sargentos en el cuartel de San Gil, desde la casa de huéspedes, calle del Olivo, en que yo moraba con otros amigos, pude apreciar los tremendos lances de aquella luctuosa jornada”. El pasaje pertenece a sus Memorias de un desmemoriado y se refiere a los días en que el mal estudiante de Derecho que fue Galdós, “ganduleaba por las calles, plazas y callejuelas, gozando de observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital”. “Frecuentaba —añade— el Teatro Real y un café de la Puerta del Sol, donde se reunía buen golpe de mis paisanos”.
Las calles, plazas y callejuelas que rodean la Puerta del Sol, la Puerta de Toledo y el Palacio Real van a protagonizar muchas de sus páginas, con cientos de personajes que viven sus propias vidas y, a la vez, hacen vivir a la ciudad Este escenario urbano, estas calles, plazas y callejuelas que rodean la citada Puerta del Sol, la Puerta de Toledo y el Palacio Real van a protagonizar muchas de sus páginas, con cientos de personajes que viven sus propias vidas y, a la vez, hacen vivir a la ciudad. Ya en su primera novela, La Fontana de Oro, Galdós evoca aquel célebre café, reducto amado de los liberales del año 20 y hace revivir ante nuestros ojos a la propia Carrera de San Jerónimo, con sus conventos, sus palacios y sus cafés políticos.Podemos decir que con Galdós nace verdaderamente la novela urbana madrileña, y con su memoria y su impagable ayuda el novelista levanta ese gran monumento, tan importante como la Cibeles o la Puerta de Alcalá, ese monumento literario madrileño que son las páginas de Fortunata y Jacinta, que trata a Madrid como fuente de organización literaria y a la vez como objeto de ella; es decir, como cimiento en el que se asienta la novela y como colmena humana. Como objeto y sujeto de la misma novela.
Cronista, pues, sin parangón de la llamada villa y corte, Galdós necesita la presencia de Madrid para conducir a sus personajes a través del laberinto de sus vidas y del laberinto de sus calles, lo que ha dado lugar a un “Madrid galdosiano”. Un Madrid aún muy reconocible. Todavía la calle de Toledo se inicia orillada en su principio de soportales, desde la Plaza Mayor al Manzanares. Todavía las calles conservan sus viejos y significativos nombres, Latoneros, Cuchilleros, Botoneras, Coloreros, Bordadores, Herradores… Aún el arco de Cuchilleros taladra el caserón de la Plaza Mayor, donde el delfín, Juanito Santa Cruz, ve por primera vez a Fortunata —quien en la escalera se sorbe un huevo crudo.
Es un Madrid que se mueve aún en el cogollo de la ciudad de los Austrias, entre la Plaza de Santa Cruz y el Palacio Real, entre la Fuentecilla, las Descalzas Reales y la Iglesia de San Sebastián (la iglesia que como “muchas personas tiene dos caras” y donde Benigna, le heroína de Misericordia, pide limosna para alimentar a su señora).
Madrid, todo el Madrid del siglo XIX, es el gran personaje de Galdós. Nadie como él, en nuestra literatura, supo mirarlo con tan amplia pupila y, después, transmitírnoslo. Es un Madrid que vive en sus páginas, late, sufre, se transforma, se alarga calle de Fuencarral arriba, donde están las reformadoras Micaelas, que acogerán a Fortunata, y se desvive, angustioso, en su diario penar.
Galdós necesita la presencia de Madrid para conducir a sus personajes a través del laberinto de sus respectivos itinerarios, un Madrid todavía reconocible que se mueve en el cogollo de la ciudad de los AustriasPorque nada madrileño le fue ajeno, y lo mismo canta al arroyo Abroñigal, que se queda extasiado ante el panorama que se observa desde las Vistillas y cree grandioso el Guadarrama, dejándonos además un caudal impresionante de datos sobre cuáles fueron los gustos de la clase media en cuanto al comer se refiere.Al iniciarse el episodio nacional de Montes de Oca aporta una impagable noticia para la historia de la gastronomía en Madrid. “En los cuarenta andaba el siglo cuando se inauguró (calle de Alcalá) el comedor público de Perote y Lopresti, con el rótulo de Fonda Española”. La exótica palabra restaurant no era todavía vocablo corriente en bocas españolas; se decía fonda y comer de fonda, y fondas eran los alojamientos con manutención y asistencia. Estos empresarios italianos introdujeron las buenas formas de servicio y un poco de aseo y sobre todo sustituyeron la forma verbal por la escrita, así como introdujeron el precio fijo. Del mismo modo fue Galdós el que nos contó el nacimiento de Lhardy en 1836, que abría las puertas del comer europeo al público de Madrid. Andando el tiempo, el establecimiento creó una especialidad confitera a la que llamó “Electra”, en homenaje al maestro de novelistas.
Conocía también Galdós la situación de los mercados madrileños, ya que una populosa ciudad debe juzgarse por la abundancia, baratura y calidad de sus alimentos. Para el novelista la vida en Madrid, entonces como ahora, no era nada barata, “si bien no es tan dispendiosa como algunos sostienen”. Pero si hemos de atender a lo variado, a lo sabroso y abundante de los alimentos podemos aclarar “que nos hallamos en uno de los mejores mundos posibles. Sí, Madrid digan lo que quieran, es una de las capitales europeas donde mejor se come”. Y debemos dar crédito a estas palabras, pues su autor había recorrido toda Europa.
A Madrid, como dijera Clarín, debe Galdós sus mejores cuadros, pero Madrid debe a su novelista el haber alcanzado gran categoría literaria, comparable a la conseguida por París en la obra de Balzac Historiador de las costumbres madrileñas e implacable observador del discurrir nacional, la cocina y todo ese complejo y apasionado mundo que lleva consigo, no pudo pasar desapercibido para Galdós. Mérito mayor, si pensamos que en el siglo XIX y todavía a principios del XX, el arte de comer no había alcanzado el papel y la preponderancia que le damos hoy.Y todo porque, en realidad, con Galdós entra por primera vez en la literatura española el sentido de lo concreto, que fue, si hemos de creer a Azorín, el gran defecto de nuestros clásicos. Y por eso, la gran revolución que Galdós inaugura en nuestra novela es el amor a las pequeñas cosas. Con el escritor canario, las cosas antes olvidadas empiezan a existir. Como nuestra cocina popular.
Leopoldo Alas, ‘Clarín’, vio antes que nadie la entrega de Galdós a Madrid: “La patria de este artista es Madrid; lo es por adopción, por tendencia de su carácter estético y hasta, me parece…, por agradecimiento. Es el primer novelista entre los modernos que ha sacado de la corte de España un venero de observaciones y de materia romanesca en el sentido propiamente realista como tantos otros lo han sacado de París, por ejemplo. Es el primero y hasta ahora el único. A Madrid debe Galdós sus mejores cuadros y muchas de sus mejores escenas y aún muchos de sus mejores personajes”. Sí, todo es verdad y lleva razón Clarín. Sí; pero Madrid debe a su novelista el haber alcanzado gran categoría literaria, comparable a la conseguida por París en la obra de Balzac. Y el ser personaje literario de muchas de sus mejores novelas contemporáneas.