Un genio generoso y poderoso
En la primera sesión celebrada tras la victoria de Franco en la Guerra Civil, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria acordó solicitar al Registro Civil que eliminara la inscripción del nacimiento de Benito Pérez Galdós en la página correspondiente al 10 de mayo de 1843. Así, el único escritor que podría competir con Cervantes por el título de gran novelista español de todos los tiempos entró en el limbo de la inexistencia oficial.
Es difícil concebir una venganza peor.
En noviembre de 1960, Luis Cernuda escribió dos poemas que reunió después en uno solo bajo el título de “Díptico español”. El poeta, que había abandonado México —donde se sentía “tranquilo, feliz”— para instalarse en los Estados Unidos —donde la existencia le resultó insoportable—, meditó en la soledad del exilio sobre su condición de español. En el primer poema del “Díptico”, titulado “Es lástima que fuera mi tierra”, se describe como “un español sin ganas / que vive como puede bien lejos de su tierra / sin pesar ni nostalgia”. Pero en el segundo, titulado “Bien está que fuera tu tierra”, reconoce que existe una España que aún le resulta “querida y necesaria”. Es el país que Galdós, “su amigo”, le regaló en sus libros. “La real para ti no es esa España obscena y deprimente / en la que regentea hoy la canalla / sino esta España viva y siempre noble / que Galdós en sus libros ha creado. / De aquélla nos consuela y cura ésta”.
Es imposible concebir un homenaje mejor.
En 2018 celebramos el 175 aniversario del nacimiento que no logró borrar el odio de un Ayuntamiento franquista. Es un buen momento para advertir que Galdós, que amó y detestó este país hasta el punto de consagrar toda su obra a la ingrata labor de comprenderlo, no mereció nacer en España. Esta árida estepa no merece al hombre a quien Cernuda describió como un “genio generoso y poderoso” para que, durante décadas, en la que por desgracia seguía siendo la tierra de ambos, su obra fuera ignorada, despreciada, objeto de chascarrillos infames o motivo de bromas sin gracia en reuniones de tantos escritores objetivamente mediocres. En la posteridad, Galdós compartió la amarga suerte de los exiliados republicanos, el triste destino de su propio país.
En 1968, cuando Max Aub, que ya había escrito una espléndida hexalogía sobre la Guerra Civil, El laberinto mágico, adoptando el modelo de los Episodios Nacionales, preguntó a Luis Buñuel por sus influencias, éste respondió que “la de Galdós es la única influencia que yo reconocería, así en general, sobre mí”. Y Cernuda, Aub, Buñuel, no fueron los únicos. Alberti y León, al establecerse como editores en Argentina, inauguraron su catálogo con Galdós. Jorge Guillén escribió en una carta a su amigo Rodolfo Cardona que le parecía muy injusto lo de Don Benito el Garbancero, primero por Galdós, y luego por los garbanzos, con lo ricos que están. Pero ni siquiera el prestigio de los poetas del 27, del cine de Buñuel, de la figura de Aub, ha sido bastante para destruir el anatema que pesa sobre la obra de Galdós en el ámbito literario español.
O quizás sí, porque aquí estoy yo, escribiendo estas palabras. Yo sé, tal vez mejor que nadie, la extraordinaria proeza que representa crear en el último tercio del siglo xix un formato narrativo que sigue siendo perfectamente transitable en el primer tercio del
siglo xxi. Esa hazaña bastaría para asegurar la inmortal grandeza de un escritor que habría merecido nacer en otro país pero, por fortuna para mí y tantos otros lectores, vino a nacer en España.
Bien está, pues, que esta fuera su tierra.