Memoria del dolor
El desgarro
Jorge Villalobos
Premio Hiperión 2018
Hiperión
70 páginas | 10 euros
Poco antes de ganar el Premio Hiperión con El desgarro, Jorge Villalobos fue reconocido con el Premio Andalucía de la Crítica en la modalidad de opera prima por su libro anterior, La ceniza de tu nombre (Granada, Valparaíso, 2017). En el prólogo a este libro, una sentida elegía por la madre muerta, sugería yo que el dolor había sido una forma de aprendizaje para el joven poeta malagueño, que acaba de cumplir 23 años. El desgarro consta de dos secciones: la más extensa, “Fotografías”, suma cuarenta fragmentos, mientras que “Deshabitado” es el texto final que funciona a modo de resumen. El desgarro presenta una novedad importante respecto al libro anterior, y es la elección del poema en prosa como estructura formal que se corresponde con un lenguaje más seco, más directo a veces y, por momentos, más irónico. El título ya nos orienta acerca del tono confesional del libro, de su exploración en complejos territorios sentimentales y de una necesidad expresiva que surge de circunstancias muy concretas, pero quiere ser válida para todo aquel que se haya enfrentado a la experiencia del vacío: “Cualquiera, digo, todos (…). Todos seremos el temblor desconsolado, la búsqueda de algo más entre lo absurdo de esta partida”. Después de este inicio tan revelador, la voz que habla en estos poemas se presenta sin máscaras ni artificios, nos habla del dolor y de las pérdidas, de la ausencia de la figura materna (“un hijo sin su madre no es un hijo”: el verso ya estaba en La ceniza de tu nombre), de la enfermedad —propia o ajena: el síndrome Guillain Barré o el Alzheimer en familiares cercanos— y del impulso necesario para huir de los recuerdos al mismo tiempo que se vuelve a ellos una y otra vez.
En algunos pasajes, el desdoblamiento produce un efecto de distancia (así, en los poemas XII y XXXVI), aunque la intensidad se asocia a la evocación directa y a unas fechas precisas (“Conforme pasa el tiempo mi padre me revela información de aquel nueve de diciembre…”). La reflexión acerca de la escritura surge también de la urgencia de enfrentarse al dolor y de negarse al olvido, por mucho que el encuentro consigo mismo solo derive en silencio (XIV, XXIX, XXX: “Este libro está escrito con las rozaduras de aquel silencio”). Ese dolor real, que dista mucho de una impostada angustia adolescente, se relaciona por momentos con el sentimiento de culpa respecto a los ausentes (“…no hiciste nada por ella”, “¿qué hiciste por él?”): a partir de ahí los objetos suelen identificarse con la permanencia de los sentimientos (unas cortinas, unos trozos de madera que recuerdan la infancia). La poesía intenta fijar lo que el tiempo nos ha arrebatado, tal como se dice al final de “Fotografías” (“Nada desaparece del todo… Nada en esta vida muere por completo, permanece en algún lugar de nosotros”, XXXIX), pero también puede ser una invitación a entrar en casa ajena, a mirar unas fotografías que recogen instantes dispersos de una vida. Nos lo confirma ese recuento final que es el poema “Deshabitado”: “Si la memoria tuviese forma sería esta casa (…). Al otro lado de la puerta me esperaban estos recuerdos aún por resolver, este dolor para regresar a quienes he perdido, a mí mismo, sin apartar la mirada, aceptarme”.