Santiago Posteguillo: “En Roma está toda la explicación de lo que somos”
PREMIO PLANETA 2018
Santiago Posteguillo (Valencia, 1967) es autor de las Trilogías sobre Escipión el Africano y Trajano, que le han convertido en un best-seller de la novela histórica. Con su décima novela, Yo, Julia, ha obtenido el Premio Planeta 2018. En sus páginas recupera la revolucionaria figura de la esposa de Septimio Severo, la fuerza de su vínculo emocional y su ajedrecística habilidad para alcanzar la victoria en un combate a sangre entre hombres.—Su novela reivindica la habilidad de Julia Domna, la primera mujer que antepuso la importancia de la dinastía al poder del Imperio.
—Esa es la idea determinante que empuja los movimientos de Julia en una lucha por el poder en la que los hombres son cortoplacistas y solo piensan en conseguirlo, mientras que ella sabe que hay que ganar en el corto plazo pero tiene que ser también una victoria que permita la permanencia en la victoria durante decenios. En ese sentido, Julia tenía una mayor visión geopolítica que los cinco emperadores que se enfrentarían entre sí.
—Igualmente fue pionera en alcanzar los títulos exclusivos de los hombres y la primera cuyo rostro se acuñó en las monedas romanas.
—Esa es una de las cosas que más me llamó la atención en el momento inicial de la documentación. La nombraron Madre de los Césares, Madre de los ejércitos a petición de los legionarios, y Madre de la patria cuyo honor solo lo habían ostentado hombres. Todo ello la convertía en una figura extraordinaria, e injustamente desplazada de los focos de la Historia, que hizo que me enamorase de ella como entidad de personaje y con el que quería hacer un homenaje a Robert Graves. Después me enamoré de ella como mujer.
—En su estrategia de ambición jugó con la baza de la belleza del cuerpo y con la inteligencia del alma.
—Así es, operó con inteligencia en sus maniobras políticas pero era consciente de ser también una mujer hermosa y lo usó para influir en los hombres, especialmente en su marido al que ató a través de la pasión hasta el punto de que él se descentra cuando se enfadan. Su carisma la convirtió en la emperatriz más importante de las cien que tuvo Roma.
—La inmortalidad del sexo como arma de seducción y poder.
—Siempre ha sido así, aunque a veces, absorbidos como estamos por las turbulencias del día a día, pensamos erróneamente que son cosas actuales. La novela demuestra que la forma de luchar por el poder es la misma desde hace dos mil años, y el sexo ha sido una herramienta importante en esa lucha. Sobre todo para las mujeres, a las que se les vetaban otras opciones de influencia.
—¿Ese pasado viene a decir que todos somos romanos por derecho?
—En Roma está toda la explicación de lo que somos y de lo que nos pasa hoy. Una forma complementaria de acumular información para intentar resolver los problemas actuales es entendiendo de dónde venimos. Mi novela ilustra cómo son las lealtades y las deslealtades, el uso del miedo para subyugar, la falta de escrúpulos, la política con sus tránsfugas, el que cambia por supervivencia. Nuestro mundo es su reflejo con otro rostro.
—Y aborda la corrupción presente en aquel Senado con un deterioro de su papel frente al emperador, y que buscó subastar el Imperio.
—Fue un período en el que el Senado estuvo vacío de entidad política pero al mismo tiempo no dudó en proponer una subasta incomprensible de Roma. De esa situación de fango la saca Julia al instaurar su dinastía y darle al Alto Imperio una prórroga de 30 ó 40 años que no fue poco, porque después llegó el período de la anarquía militar con una ausencia constante de autoridad central. Ella facilitó por tanto que Roma se reorganizase y tuviera cierto esplendor.
—¿De Roma, lo mejor que hemos heredado es la importancia del debate, y lo peor es la violencia de la política?
—Sin duda, lo mejor es el debate político público con el que también nos legaron la oratoria, que todavía es eficaz si queremos persuadir a alguien, y es verdad que la violencia política llegaba, lo mismo que hoy día, a límites descarnados. Hay un poema de Byron en el que paseando por el Coliseo bajo las estrellas habla de la agonía de un gladiador y reflexiona sobre su belleza arquitectónica y cómo ésta acogía en su corazón lo peor de la naturaleza humana, que los hombres se maten entre ellos para entretener a otros. El Coliseo es una gran metáfora de lo que fue Roma.
—Además de sus cualidades políticas, Julia Domna apoyó mucho la cultura y en particular la filosofía.
—Eso demuestra que no tenía ningún síndrome de inferioridad, que es lo peor que puede tener alguien en el poder, como le ocurría a Hitler. Julia entiende que es importante rodearse de gente inteligente, es el caso de Galeno, el mejor médico para tener a salvo al emperador de los posibles y habituales envenenamientos de la época. También fue inteligente en el uso de la numismática con usos propagandísticos y políticos.
Con el personaje de Galeno intento subrayar que mientras todos están luchando por el maldito control del poder se olvidaban, lo mismo que ahora, de las cuestiones más importantes como la sanidad y la educación—Septimio Severo escogió en cambio el apoyo fiel del ejército.—Cuando está muriéndose dice a sus hijos: “Enriqueced al ejército y olvidaos de lo demás”. Él sabía que si tenía feroces enemigos en el Senado y fuera de las fronteras, era importante tener de su parte e incondicionalmente al ejército. Sustituyó a la guardia pretoriana por ellos, les subió el salario, volvió a concederles el permiso de matrimonio. De ese modo abortó de paso la tendencia de las legiones a rebelarse.
—También respondería a que él mismo era un excelente militar.
—Sí, él era brillante y valeroso en el campo de batalla, siempre en primera línea como Trajano, y luego en el campo de la estrategia, de este juego de tronos, supo interpretar y ejecutar bien los consejos de Julia. Por otra parte había aprendido de que años antes habían sido la guardia pretoriana y los propios soldados los que apoyaron la subasta del Imperio de Didio Juliano o el ascenso y caída de Pertinax, adversarios suyos por la permanencia al frente del Imperio.
—El último de esos adversarios fue Clodio Albino, a quien venció en la cruenta batalla de Lugdunum. Usted la narra como si estuviese habituado a jugar con maquetas de guerra.
—En Valencia tenemos el Museo de soldaditos de plomo más grande de Europa, donde presento siempre mis novelas. Las escenas de batalla las resuelvo en un proceso de montaje, igual que hacen los directores de cine. Escribo las escenas desde diferentes ángulos y luego corto, entrecruzo, monto plano contra plano, e identifico los flancos de los ejércitos en combate igual que si guionizase una película. De ese modo puedo ofrecerle al lector una narración tridimensional que lo convierte en un espectador dentro de la batalla.
—En su novela tiene un significativo protagonismo Galeno. No solo porque es el narrador, sino porque además a la ceguera por el poder él contrapone la lucha contra la ceguera del conocimiento.
—Él representa efectivamente esa lucha por lo que realmente importa. Su búsqueda de los libros secretos de Herófilo y de Erasístrato, que habían conseguido diseccionar cadáveres en el Egipto ptolemaico, suponía encontrar una luz frente a la ignorancia de los que no entendían lo importante que era ver dentro del cuerpo humano. Ni siquiera los filósofos sofistas, que afirmaban que la anatomía humana cambiaba cuando uno moría. Con el personaje de Galeno intento subrayar que mientras todos están luchando por el maldito control del poder se olvidaban, lo mismo que ahora, de las cuestiones más importantes como son la sanidad y la educación. Los políticos olvidaban que la enfermedad es democrática y ataca por igual al emperador y al esclavo, y que lo único que te puede salvar es que hayas tenido la inteligencia de permitir a la ciencia avanzar más allá. Lo mismo que es esencial una buena educación humanística para tener una auténtica ciudadanía.
—Él quería diseccionar los cuerpos para entender mejor la fisiología y el funcionamiento del cuerpo. ¿Disecciona usted la Historia para entender mejor sus músculos y su espíritu?
—Hacer una novela histórica requiere que el escritor haga una investigación de un profundo calado para saber todo lo que pasó, en este caso durante los cinco años de enfrentamientos, y estudiar el papel de todos los personajes secundarios que cumplen su función en la trama. Y tiene que tener la inteligencia y la capacidad de sacrificio de no poner en la novela todo lo que ha aprendido para que el ritmo narrativo sea lo más ágil posible. Después de abrir el cuerpo de la Historia hay que coserlo solo con los elementos imprescindibles que necesitas para contar lo que sucedió y no terminar haciendo un cadáver de dos mil páginas.