Somos la primera persona del plural
Oímos a los vecinos de arriba cuando arrastran las sillas, o cuando caminan por el pasillo con zapatos de tacón alto, su ropa mojada gotea sobre nuestra ropa que se está secando; oímos la voz de los vecinos de abajo, se ríen a carcajadas, nuestra ropa mojada gotea sobre su ropa que se está secando; nos llega el olor de las tostadas de los vecinos de al lado, los oímos cuando llaman al ascensor y, aun así, nuestro mayor problema no es solo no reconocernos en la calle. Nuestro gran problema es que estamos convencidos de que sus problemas no nos conciernen. Nuestra tragedia es creer que no tenemos nada que ver con eso.
Hace tres o cuatro años, caminaba con un conocido en el aeropuerto. De repente, se oyó un estallido. Se echó las dos manos al pecho, cayó de rodillas y, pálido, pensó que se moría. No se murió. Le había estallado un mechero en el bolsillo de la camisa. Aliviado, arrimado a un mostrador, mientras bebía un vaso de agua, explicó que ese ardor repentino y ese susto le habían parecido un ataque cardiaco. Nunca había tenido un ataque cardiaco antes, por eso confió en descripciones vagas, a las que nunca había prestado realmente mucha atención.
Aunque pudiésemos existir solos, con los ojos cerrados, con los oídos tapados, seríamos ya bastante grandes, pero existe algo mucho mayor que nosotros. Formamos parte de esa inmensidad. Somos esa inmensidad que, vista desde aquí, parece infinitaTambién hace unos años, tal vez algo más de tres o cuatro, había acabado de participar en una cena cordial, reconfortante. Todo el mundo estaba contento, a la puerta de los anfitriones, despedida prolongada, haciendo gracias, a la espera de taxi. De repente, suena el teléfono de un señor con el que había estado charlando durante toda la velada. Nadie se fijó en esa llamada hasta el preciso momento en que el señor rompió a llorar convulsivamente. Nos quedamos todos mirándolo sin saber cómo llegar hasta él. Teníamos brazos, los extendíamos hacia él, pero continuaban distantes.Nos irritamos con la existencia los unos de los otros. Hacemos señales de luces a aquel hombre de setenta años, en un coche de los años setenta, que circula a setenta kilómetros por hora en la autopista. Contrariados, esperamos que aquella persona atraviese el paso de peatones, hinchamos los carrillos de aire y lo expulsamos. Impacientes, damos golpes en el volante. Unos minutos después, tras aparcar el coche, somos esa persona que atraviesa el paso de cebra. Del mismo modo, de aquí a algún tiempo, no mucho, seremos ese hombre con setenta, de los setenta, a setenta. El tiempo pasa. Si arrojamos basura al suelo, alguien la recogerá.
Un amigo que tuvo un derrame cerebral, que pasó por una rehabilitación profunda, que enfrentó la muerte y la parálisis, después de años de fisioterapia, después de esfuerzo gigante y sufrimiento gigante, me habló de la forma cómo ese susto lo cambia todo. Se pasa a apreciar lo que realmente importa. La gran mayoría de las preocupaciones se transforman en lujos ridículos, despreciables, alimentados por la ceguera. Tras esa experiencia casi de muerte, ganamos una nitidez insólita, que, no obstante, siempre ha estado ahí. Para entenderla, bastaba tomarnos en serio la promesa de transitoriedad de todo y, también, tomarnos en serio esa misma palabra, ese planeta: el amor. Al escucharlo, conseguí entender lo que decía. Después, también fui capaz de entender cuando me dijo: pero, sabes, al fin de poco tiempo, se nos olvida, volvemos a dar todo por garantizado y volvemos a cometer los mismos errores.
Me repito a mí mismo: estamos tan cerca unos de otros. No hay ningún motivo para creer que ganamos si los otros pierden. Los otros no son otros porque llevan mucho de lo que nos pertenece y que solo puede existir si lo llevan ellos. Ellos nos definen tanto como nosotros los definimos a ellos. Ellos son nosotros. Ellos somos nosotros. Si somos conscientes de eso, podemos usar todo su tamaño. Aunque pudiésemos existir solos, con los ojos cerrados, con los oídos tapados, seríamos ya bastante grandes, pero existe algo mucho mayor que nosotros. Formamos parte de esa inmensidad. Somos esa inmensidad que, vista desde aquí, parece infinita.