“La lectura es un tesoro que no he podido excavar de forma cumplida”
A los ocho años, Ida Vitale conoció a Don Quijote y Sancho Panza sin saber quiénes eran ni que la iban a acompañar toda su vida. En los recreos, de niña se acercaba a ellos cuando iba a lavarse las manos a la pileta de su escuela con el grifo en mitad de un gran mosaico de azulejos con escenas de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra. Lo abría y mientras el agua caía por sus manos imaginaba las historias detrás de las escenas de un hombre alto y muy delgado vestido con un traje metálico subido a un caballo, junto a otro más bajito y gordito subido a un asno. Unos molinos de viento por aquí, unas peleas por allá, una gran comilona en algún lado, el hombre vestido de metal hablando con una muchacha, los dos hombres andando en una llanura bajo un sol luminoso e inclemente. Ochenta y siete años después de tantas historias inventadas en su cabeza, ahora con 95, Ida Vitale piensa, imagina, escribe, prepara y vuelve a pensar qué va a decir el 23 de abril cuando reciba el Premio Miguel de Cervantes de las Letras.
—Es una tarea que me tiene abrumada. Lo que sí sé es que no será largo. Habrá muchos discursos y no se trata de aburrir a la gente.
Su voz cavernosa termina en una carcajada que llega clara y contagiosa por la línea telefónica desde su casa en Montevideo. Allí ha vuelto después de casi 25 años exiliada, tras el golpe militar en Uruguay en 1974. Ciudad de México y Austin (Texas) fueron sus dos principales lugares de residencia en compañía de su segundo marido, el poeta Enrique Fierro, fallecido en 2016. En esos destinos también leyó El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Lo hacía por capítulos. Hace mucho que perdió la cuenta del número de veces que lo ha leído después de que de niña fuera hasta donde ellos a lavarse las manos.
“La palabra no es la palabra sola. Es todo lo que representa. El entusiasmo por el libro es lo único en lo que no he perdido mucho terreno. No me concibo sin leer. Tras setenta años, imagino que soy un poco más consciente”—Yo miraba y miraba aquel mosaico de la Escuela de República Argentina, y un día le pregunté a una profesora qué era eso y me lo explicó, pero no lo leí hasta que fui adolescente. Yo debía de ser un poco snob, porque lo que yo leía en casa eran libros de una biblioteca chiquita que seguro, con toda intención, me ponían a limpiar los sábados por la mañana. Allí había libros franceses, italianos y algunos españoles, pero no estaba el Quijote. Sentía que los libros que nos daban a leer en la escuela y el colegio no eran gran cosa porque no eran novelas.Pero antes ya estaba seducida por la poesía. Entró en ella a sus diez años con los versos de Gabriela Mistral.
—Era un poema con un tema no muy comprensible para un niño y con un tono misterioso… Ahora a los niños ya no los ponen a memorizar poemas. Yo aún muy chica escribí un poema que era de nieve y cosas raras. Después en el colegio todo fue más razonado y pensado, fue cuando leí bien el Quijote y a Antonio Machado, uno de mis poetas preferidos.
Ida Vitale se disculpa unos minutos para ir a cerrar unas ventanas porque en Montevideo ha empezado a llover después de muchos días de “un calor espantoso”. En esos días de verano austral la poeta se dedica a organizar su biblioteca, lo que trajo de Austin. En realidad, su casa se ha convertido en una biblioteca porque tiene estanterías en el salón, en el corredor, en la habitación y en el cuarto de huéspedes que “está patas arriba” con cajas por todos lados.
—He avanzado un poquito en la organización de la biblioteca. El problema no es por los libros que están desordenados, sino por mi cabeza que está más desordenada. Los libros los organizo por países primero y luego por orden alfabético. Esta es la segunda biblioteca que tengo. La primera la tuve con mi primer marido que también era codicioso de libros.
Y vuelve a reír. Algunos de esos libros que intenta ordenar ahora pertenecen a la primera biblioteca de antes del exilio. Ella se fue con lo que pudo.
“Ahora a los niños ya no los ponen a memorizar poemas. Yo aún muy chica escribí uno que era de nieve y cosas raras. En el colegio todo fue más razonado y pensado, fue cuando leí bien el ‘Quijote’ y a Antonio Machado, uno de mis poetas preferidos”—Hay furores lectores de cierta edad que luego se pasan. Yo tuve uno que fue Galdós. Aunque estaba preparada para odiarlo porque en el Liceo me habían puesto a leer Marianela y me pareció un poco cursi. Quizá no sea justo. Hace ya mucho que me puedo hacer perdonar este juicio porque me leí todo Galdós. Incluidos los Episodios Nacionales. Esos los compré después de leer todas sus novelas. Su lectura me ocupó todo un año. Me fascinó. Por lo menos ya no tengo que volver a leerlo. Además, tengo un retrato suyo en casa y algunos me preguntan si es mi abuelito.Al escucharme leerle el acta del jurado por el cual se le concedió el Premio Cervantes, el 15 de noviembre de 2018, Ida Vitale guarda total silencio: “Por su lenguaje, uno de los más destacados y reconocidos de la poesía hodierna en español, al mismo tiempo intelectual y popular, universal y personal, transparente y honda. Convertida desde hace un tiempo en un referente fundamental para poetas de todas las generaciones y en todos los rincones del español”.
—Es un poco exagerado, un poco more geometrico de más, pero bueno (ríe). Fue una sorpresa. Nunca me lo esperé. Es lo único que le tengo que deber a mi edad, supongo. Hay tanta gente.
Hacía ya varios años que su nombre sonaba para el premio. Le sorprende escucharlo. Antes, en 2016, recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca. Y justo un par de meses antes del Cervantes fue distinguida con el Premio en Lenguas Romances de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México). Galardones para una poeta de la llamada Generación del 45 e inscrita en las vanguardias latinoamericanas con versos que buscan el encuentro del ser humano con la naturaleza, a la vez que exploran las sensibilidades cotidianas lejos del bullicio del mundo diario. En los años cincuenta, Juan Ramón Jiménez la incluyó en una antología “escondida” de poetas jóvenes. Su creación se puede apreciar y disfrutar en Poesía reunida (Tusquets), con edición en 2017 de Aurelio Major.
“Cervantes se cuida muy bien de la maravilla gratuita cuando hay una cosa más que normal. No hay magia, Cervantes elude la magia. Eso es raro teniendo tan cerca el mundo árabe. Pero ¡al ‘Quijote’ no le falta nada!”Todos esos premios la habían distraído de la escritura de un libro sobre sus once años en México: Shakespeare Palace (Lumen), recién publicado. Es una reconstrucción narrativa de 47 capítulos breves que guardan su historia y la de su marido en ese país, y algunos nombres propios como Huberto Batis. Esos años de periodismo y vida en México fueron decisivos en su futuro. “México me dio la mayor felicidad que un exiliado puede tener: ser integrado como alguien más”, dijo en su discurso en la FIL de Guadalajara en noviembre pasado. De allí pasaron a Austin, donde dio clases en la universidad y donde vivió hasta 2018. En ese lapso publicó 17 poemarios (como Jardín de Sílice, Sueños de la constancia, Jardines imaginarios o Un invierno equivocado) y cinco libros de ensayos y crítica, además de seguir con sus traducciones. Este 2019 se cumplen setenta años de la publicación de su primer poemario: La luz de esta memoria. La palabra ha sido su guía. La forma de acercarse a ella y su significado han cambiado.—La palabra no es la palabra sola. Es todo lo que representa. El entusiasmo por el libro es lo único en lo que no he perdido mucho terreno. No me concibo sin leer. La lectura es un tesoro que no he podido excavar de forma cumplida. Tras setenta años, imagino que soy un poco más consciente. Si hubiera sido más consciente no hubiera publicado aquel primer libro, eso es como obvio. En realidad, la culpa la tuvo un profesor al que se le ocurrió publicarme un poema.
Desde aquel 1949 de La luz de esta memoria, Ida Vitale ha trabajado y publicado como una persona más sin sentir jamás una discriminación por ser mujer o inmigrante.
—Salvo, quizás, una sola vez en México con un periodista. Pero ha sido la primera y única. Será porque no tengo preparado el espíritu para algo tan antipático. En realidad, ni en la cultura uruguaya ni en mi familia sentí que esto fuera un demérito. Mi madre murió cuando yo era muy chica. Me crié en casa con mi padre, mi abuela y mis tías. Yo entré a la escuela a una edad normal cuando no estaba de moda la jardinera para los más pequeños. ¡Entrabas a primero y a aprender! Mi tía Débora era directora de la escuela y cuando se iba me dejaba deberes que revisaba cuando llegaba por la noche. Así es que después de la escuela me daba clases en casa. Así hice primero y segundo, con lo cual pasé directo a tercero. No lo pasé mal, después de todo.
Su acercamiento a las artes y la literatura no tuvo en cuenta si eran hombres o mujeres, “nunca leí así, sino por la calidad de la obra”. Y en uno de esos libros, leído de muy pequeña, parece estar el origen de sus temas y obsesiones poéticas y
literarias.
Una hora después sigue lloviendo. Ida Vitale seguirá pensando en cómo terminar de ordenar su biblioteca y, sobre todo, cómo continuar el discurso que dará en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares al recibir el Premio Cervantes.
—Cervantes se cuida muy bien de la maravilla gratuita cuando hay una cosa más que normal. No hay magia, Cervantes elude la magia. Eso es raro teniendo tan cerca el mundo árabe. Nunca se me había ocurrido pensarlo. Pero ¡al Quijote no le falta nada!, ya bastante es. Y con eso que acabo de decir seguro no descubro la pólvora y está más que estudiado. La verdad es que yo fui alérgica a lo que no tenía fantasía. Me fascinó Las mil y una noches, que me dejaban leer, pero controlada porque había cuentos que no eran aptos para mi edad. Odiaba las fábulas. A Esopo lo detesté, no sé por qué. La Fontaine se salvaba porque venían en verso. Pero también cuánta lógica, cuánta moral bien ordenada, bien adobada.
De todo eso salió la poeta Ida Vitale de mirada lúcida y palabras transparentes. Con 95 años su mente sigue ágil y su ánimo contagioso sigue igual que su esperanza en que las cosas mejoren. Y su fe en la vida de las palabras sigue intacta como lo expresa en este poema:
Accidentes nocturnos
Palabras minuciosas, si te acuestas
te comunican sus preocupaciones.
Los árboles y el viento te argumentan
juntos diciéndote lo irrefutable
y hasta es posible que aparezca un grillo
que en medio del desvelo de tu noche
cante para indicarte tus errores.
Si cae un aguacero, va a decirte
cosas finas, que punzan y te dejan
el alma, ay, como un alfiletero.
Sólo abrirte a la música te salva:
ella, la necesaria, te remite
un poco menos árida a la almohada,
suave delfín dispuesto a acompañarte,
lejos de agobios y reconvenciones,
entre los raros mapas de la noche.
Juega a acertar las sílabas precisas
que suenen como notas, como gloria,
que acepte ella para que te acunen,
y suplan los destrozos de los días.