Una familia mal resuelta
Lúcidos bordes de abismo. Memoria personal de los Panero
Luis Antonio de Villena
Fundación José Manuel Lara
205 páginas | 20 euros
En este repaso a los Panero Luis Antonio de Villena perfila muy bien el mundo real e irreal en el que se situaron los componentes de aquella rara familia, con sus afinidades, sus fantasías y el sufrimiento de fondo que les fue común para construir un mito.
Lúcidos bordes de abismo es una memoria personal, por la que además desfila una época de la que Villena ha dado cumplida cuenta en otros libros, que describe una teoría de la destrucción. Pero el rico anecdotario que acompaña la descripción de la amistad de Villena con los dos poetas de la familia, Juan Luis y Leopoldo, otorga a su libro un especial atractivo. Sus salidas iniciales con Leopoldo, con ligues comunes y vida de desenfreno por los antros madrileños, o las más íntimas con Juan Luis, soportando su pedantería grotesca y su señoritismo en viajes de ida y vuelta, dan lugar a unos retratos muy precisos de estos dos hermanos que se ignoraban y detestaban de un modo radical. Pero, sobre todo, un Villena lúcido es capaz de penetrar con claridad meridiana en obras tan distintas como las de estos personajes. Consigue ponerlos en su sitio, al margen de sus comportamientos y de las filias y las fobias que el uno y el otro despertaran en las cofradías literarias, rehuyendo las absurdas comparaciones que les han perseguido, aunque describiéndolas con su solvente criterio de lector abierto a tendencias distintas.
Es relevante también que el Villena más humano y sensible penetre aquí en el alma controvertida de aquellos dos hermanos. Crítico con Juan Luis por su personalidad, sitúa su poesía, a veces preterida, en el buen lugar que le corresponde para su salvación del olvido. Y sin dejar de atender a las irregularidades comprensibles en la obra de Leopoldo María, tanto como a sus brillos, la defiende con pasión. Llega incluso a hacer justicia a la poesía discutida por unos y defendida por otros del padre de los Panero. Y cierto es que algo debió tener que ver el padre detestado, en una casa que frecuentaron muchos poetas, con el hecho de que Juan Luis y Leopoldo eligieran el camino de la poesía. Pero en este relato repleto de agudas reflexiones —Villena, ya sea como observador atento o como vividor de cerca de algunas de las experiencias de los protagonistas del libro— se describe, insisto, la historia de una destrucción. Y no sólo de la idea de la vieja familia patriarcal que sostuvo el padre, sino de ellos mismos, cada uno a su modo. Y en esa historia, a mi modo de ver, el personaje que por si sólo daría para una novela sobre la familia española en general es la madre, Felicidad Blanc, cuyo papel no descuida Villena en este libro y lo va mostrando sutilmente en medio del desarrollo del relato para completarlo de modo muy acertado al final. Una mujer que “estaba metiéndose, cada vez más, en el personaje romántico, ya construido pero más trágico, sin decirlo”.
Esa evolución sirve al autor para hacer historia de la decadencia de la familia, tan venida a menos pero conservando un estilo y un señoritismo que los caracterizaba, y para explicar que el mito básico de los Panero —una familia patriarcal y nacional-católica, con un padre poeta y cínico, tan vinculado al franquismo— trató de saldar cuentas con ese tipo de familia. Bien es verdad que a estas alturas algunos se preguntan, y no sin razón, si de no haberse dado entre ellos la locura de Leopoldo María tal mitificación valdría la pena. Se lo preguntaba incluso el joven Michi, a quien Villena atribuye el invento del mito familiar o “la necesidad de exhibirlo y destruirlo”. Michi le quitó luego importancia a esa invención diciendo con verdad que los Panero eran “una familia mal resuelta como hay tantas”.