El largo adiós
Tangerina
Javier Valenzuela
Martínez Roca
304 páginas | 19, 90 euros
El protagonismo principal de Tangerina no recae sobre su narrador, ese profesor de mediana edad metido en camisas de once varas por amistad y refugiado en una historia de amor con muchas aristas. No: el verdadero protagonismo le corresponde a un lugar. Tánger. Enamorado de ella, Javier Valenzuela pinta con palabras un hermoso y vibrante cuadro sobre una “ciudad entre dos mares y dos continentes”. Una ciudad a la que Hollywood cambió por Casablanca cuando todo lo que evoca la mítica película le pertenecía por derecho propio y desgarro ajeno a Tánger. Una ciudad que recorreremos tanto en los turbulentos tiempos posteriores al 11-S (“resulta difícil distinguir entre gobernantes y mafiosos, entre banqueros y atracadores, entre sacerdotes e inquisidores”) como en los agitados años 50, cuando corría la sangre en las calles de Budapest. Valenzuela no se limita a hacer de Tánger un escenario: es un cuerpo con vida propia donde los aromas y los colores, las costumbres y los pequeños detalles que la hacen grande recorren las páginas con fisicidad asombrosa. En ese universo donde hay belleza y hay nobleza y hay honestidad “también acechan el engaño, la traición y el crimen”. Y es ahí donde Valenzuela sigue las enseñanzas del Chandler más descreído para meter a su narrador en un buen lío. Por amistad, como ocurría en la magistral El largo adiós, con la que comparte la tristeza que rezuma su desenlace: la decepción tiene estas cosas.
Con el supuesto trasfondo de la guerra empresarial entre Francia y España por hacerse con una licencia de telefonía móvil (en 2002 ya empezaba a colarse como un asunto de estado), la novela de Valenzuela transita por paisajes de novela negra con destreza pero sin abusar de los vaivenes argumentales porque los tiros van por otro lado. La intriga es una excusa para hurgar en las heridas de una ciudad en la que “siempre pasan cosas muy raras, cosas maravillosas y cosas horribles”. Y, de paso, insertando en el presente flashbacks sobre la sugerente historia de los padres del narrador, la bellísima Olvido y el periodista Sepúlveda, con un cambio de estilo que demuestra el dominio del oficio por parte de un autor que disfruta convocando los espíritus de otros enamorados de Tánger como Tennessee Williams, Truman Capote, Patricia Highsmith o Paul y Jane Bowles, convertidos estos dos últimos en protagonistas de páginas memorables. Tánger “siempre ha sido un refugio”, y de esa condición se beneficia Valenzuela para escribir sobre fugitivos de sí mismos, sobre traidores a sus propios sueños, sobre besos clandestinos, pérdidas necesarias y apuestas infames. “La verdad no está en un sueño, sino en muchos sueños”, se dice en cierto momento de una novela que desprende una atmósfera onírica ajena al tiempo, donde la belleza y el amor hacen olvidar que, como recuerda el personaje más siniestro, “esto es una guerra. Hay que ganarla a cualquier precio”.
Valenzuela hace suyas algunas palabras sobre su condición de escritor, una herramienta “para no convertirnos nunca en adultos” y lanza, en voz ajena, una crítica no sabemos si compartida al periodismo: “Me parece un oficio detestable. Los periodistas son unos chuchos que comen de las migajas que caen de la mesa de los poderosos. Lo aprendí viendo a mi padre”. Tangerina, en todo caso, no disimula su condición de novela de un periodista que se las sabe todas: está cargada de indagación, denuncia, compromiso, insatisfacción y curiosidad. Y, sobre todo, como enseñaba Las mil y una noches, citada no por casualidad, es la obra de alguien que ama contar historias. Vividas o soñadas.