El tercer hombre
Gran Granada
Justo Navarro
Anagrama
256 páginas | 17, 90 euros
Justo Navarro es Granada. La ciudad natal es la memoria de su escrutadora mirada literaria, el tablero de ajedrez sobre el que una vez me dijo que le hubiese gustado ser alfil, y deslizarse en diagonal, nunca en jaque ni en línea recta, descubriendo de la ciudad encerrada en sí misma sus ángulos y sus sombras. Las correspondencias de lo que sucede aparentemente sobre el tablero y lo que cada movimiento oculta. Igual que hace en la trama de su última novela. Lo mismo que maneja el comisario Polo, el perfecto policía franquista, sinuoso y abisal en su mirada visionaria de una futura sociedad orwelliana en la que, gracias a los teléfonos, a las cámaras y micrófonos ocultos, todo fuese transparente. Todos seríamos espías y delatores. Nada podría ocultarse a su convencimiento de que el orden siempre debe prevalecer por encima de la ley. Ni quien asesinó al cliente de la 201 del Nevada Palace ni dónde se hospeda el escurridizo hombre Lorre al que persigue. La única pista para resolver una serie de asesinatos durante las lluvias que inundan de gris la ciudad en la que naufragan el tabaco, el azúcar y la reputación. Lo símbolos de un pasado que se ahoga y del que se intentan salvar sus cimientos para edificar la fachada de una nueva sociedad económica que, como el torrente, amenaza también con llevarse por delante a viejos gobernadores civiles y a sabuesos de su cuerda.
Cuando uno sabe mucho del pasado, se convierte en una sombra incómoda que conviene quitarse de encima. El comisario Polo es consciente. También de que es necesario resolver los asesinatos antes de la visita de Franco y conseguir que la delgada línea entre la vida pública y la vida privada continúe siendo una hipocresía institucionalizada. Un juego de chantajes, clientelismos y mentiras que son las casillas por las que se mueven los personajes en blanco y negro. El comisario Polo, su oculista Federico Saura, el catedrático Segovia, el otorrino Antonio Velasco, cajas chinas en las que cada uno esconde sus querencias, su podredumbre, el doble de sí mismos. Piezas poliédricas, en los deslizamientos de la trama y sus silencios y en la iluminación psicológica de sus vidas ordinarias, a las que Justo Navarro mueve en diagonal a través de la ciudad por la que hace caminar al lector, adentrándolo en las atmósferas de sus calles, de sus billares, de sus hoteles, de iglesias con obra de arte, como si fuese un ayudante de Valderrama, el ayudante del comisario Polo.
Justo Navarro es un escritor al que le interesa que el lenguaje sea una estructura narrativa que no se mueve en línea recta, que busca en su ritmo el estilo, la aparente levedad de la historia que va dejando aflorar lo oscuro que subyace en ella. Lo mismo que se consigue en un aguafuerte. Le gusta la literatura que indaga en la literatura, fundir realidad y ficción sin que se sepa dónde están los limites, y traducir la memoria y lo cotidiano a través de sus detalles. En Gran Granada está este sello. Y también su ironía elegante y su brillantez para hacer literatura de género, a la que rinde homenaje. Justo Navarro crea un claroscuro policiaco, con alma de Orson Welles, acerca de la ambigüedad moral y los telares del poder en una sociedad corrupta, que dista poco de la actual, y lo narra como quien te cuenta la historia a bordo de una cafetería, paseando al perfil, en voz baja, igual que si todo fuese una confidencia entre la fabulación y las sombras de lo que se calla. Una vez más consigue que sus lectores sospechen que nunca nada es del todo lo que parece y que, en lo que sucede entre la frontera del bien y del mal, siempre hay un tercer hombre. Descifrar su rostro, es la clave.