La gran belleza
Un gran mundo
Álvaro Pombo
Destino
272 páginas | 18, 50 euros
Si le damos la razón a la narradora de Un gran mundo, cuando afirma que la memoria es el único vertedero que dura mientras duramos nosotros, habrá que convenir que Álvaro Pombo ha logrado una alquimia al alcance de muy pocos: llenar un vertedero de gran belleza. Porque el escritor santanderino se ha empleado a fondo en la construcción de una novela que gira alrededor de un personaje avasallador. Para lo bueno y para lo malo. La tía Elvira, retratada a veces con dulzura y otras sin piedad por una sobrina inspirada por la relectura de Middlemarch, ese “estudio de la vida en provincias” de George Eliot, es un personaje de soponcios y exclamaciones, de afirmaciones rotundas y rotundas contradicciones, ridículo en ocasiones y siempre apasionado, sin sentido del humor pero divertido a su pesar y con sus pesares. Una mujer rendida a la evidencia de que la belleza es la única verdad, aunque los caminos para alcanzarla sean cuando menos discutibles. O patéticos, llegado el caso. Un gran personaje dentro de otro aún mayor: la Provincia, el terruño de Pombo, que “contiene la totalidad y la totalidad es a su vez una provincia de sí misma”. En ese escenario provinciano tan universal, las peripecias de la tía Elvira en el trasfondo de la Europa de entreguerras y la España cautiva y desarmada por Franco se convierten en una excusa para que Pombo, sin descuidar su talento como narrador condensado, despliegue su habilidad para tejer con el mismo hilo las emociones de sus personajes y, también, los vaivenes filosóficos y literarios que sirven de botonadura para la parte más reflexiva. Y todo ello, por supuesto, evitando cualquier sombra de pedantería o solemnidad rígida: anda que no es bueno Pombo colando su sentido del humor norteño entre las rendijas de su historia para que incluso los momentos más amargos lleguen desprovistos de exceso de forraje dramático. En parte unida a Donde las mujeres, no es difícil encontrar también reminiscencias de otra obra maestra, El héroe de las mansardas de Mansard.
Nacida con el nuevo siglo y, como hija del mismo, capaz de lo mejor y lo peor en poco tiempo, Elvira es todo un prodigio del egocentrismo, lunática con ingenuidad y alevosía, y profundamente superficial, capaz de casarse en terceras nupcias con un argentino más joven pero guapo a rabiar y con la alegría metida en el cuerpo. Con sus baúles llenos de experiencias, sus trifulcas familiares y sus problemas para encontrar financiación con la que sacar adelante sus proyectos cuasifaraónicos, la tía Elvira posee la enorme cualidad de apurar al máximo la vida como espíritu libre (y banal, llegado el caso) y extraterritorial, y sirve como acer(t)ado contrapunto a esa sociedad asfixiante dominada por una burguesía meapilas, intolerante y llena de sepulcros blanqueados. Con el estilo de Pombo siempre en perfecto estado de revista (es una delicia asistir a un espectáculo de malabarismo continuo con las palabras, cambiando del lenguaje culto al cotidiano sin chirridos, paradojas al poder), Un gran mundo funciona como retablo de reflexiones sobre la geografía humana al tiempo que dibuja, a partir de la mirada de unos espectadores a los que vemos crecer con los años y los daños, un personaje femenino de los que se prenden a la memoria, y que hace las veces de testigo/protagonista de la decadencia de un mundo, del derrumbe de una clase social, del desenterramiento de un vertedero donde, al igual que en El gatopardo, muertos y vivos se reconocen por los siglos de los siglos.