La literatura como exorcismo
Niños en el tiempo
Ricardo Menéndez Salmón
Seix Barral
223 páginas | 17, 50 euros
En la nómina de autores españoles actuales que rehúyen la escritura tradicional (Isaac Rosa, Manuel Vilas, Marta Sanz o Willy Uribe, entre otros) tiene un destacado lugar Ricardo Menéndez Salmón. Su nueva novela, Niños en el tiempo, es un relato raro y arriesgado por partida doble. Por el tema podría parecer otra aproximación más a un asunto convencional, la niñez, pero resulta inusitado por el bucle de peculiares asociaciones que se le añaden. Y por la forma, porque presenta varias anécdotas en apariencia independientes a las que da sentido unitario su estudiada composición.
Niños en el tiempo tiene una estructura compleja, de gran originalidad y de cierto virtuosismo. Esta novela fragmentada —como me parece pertinente calificarla— contiene tres historias distintas que se integran en una unidad de significado gracias a los sutiles nexos que las relacionan, ocultados hasta las páginas finales. Abre el libro un relato de aire naturalista, “La herida”, muy intenso y dramático, cuya almendra radica en el demoledor efecto que causa a un matrimonio la muerte del hijo; la expresión especulativa abunda en fraseología culta (“La paternidad es una provincia pedagógica; la orfandad es una escuela desolada”). Sigue una novela corta, “La cicatriz”, que reescribe la infancia de Jesús, centrándose en las vivencias del niño que fue el Mesías y en su familia. Menéndez Salmón le devuelve a aquella etapa infantil el relato que habría sido normal en alguien no predestinado y se permite novelerías y alguna curiosa transgresión (los legendarios Reyes Magos son tres temibles bandoleros). Aquí se emplea una frase corta y nominal más cercana al estilo sencillo, aunque de mayor complejidad sintáctica, del tercer relato. Éste, muy breve, “La piel”, refiere el encuentro en Creta entre una chica embarazada y un solitario hombre mayor. No debo desvelar la clave de la novela entera que encierra la proximidad cordial de ambos personajes.
Un niño, por tanto, se halla en la raíz de cada una de las tres historias: el fallecido, el Cristo infantil y el todavía en gestación. Ya había mostrado antes el narrador asturiano su interés por los niños, a quienes describió en Derrumbe (2008) “como un ser humano entre lobos, como una pieza de arte hallada en un vertedero, como una rosa entre estiércol”. Esa edad desvalida se convierte en múltiple estímulo de reflexión: será el punto de partida de una decisión vital, de una reivindicación de las peculiaridades intrínsecas de la infancia y de una redención personal asociada a la proclamación de fe en el futuro implícita en el “pez en el vientre”, que porta la mujer de la última pieza. Enlazada esa secuencia de episodios diferentes, sabremos que el hombre del primer relato escribió a partir de la desgracia “un libro extraño aunque luminoso” con el que exorcizó sus fantasmas y que por fin ha obtenido un corresponsal inesperado a quien ha servido de guía para tomar una determinación decisiva. De modo que Niños en el tiempo deviene en una novela metaliteraria que pregunta sobre el sentido de la literatura (por qué y para qué se escribe). Un rico aparato imaginativo permite con naturalidad ese engarce y un narrador cercano al propio autor explica que se escribe por una necesidad perentoria y que con ello se producen libros “inútiles y a la vez profundos” que esconden un punto de verdad aunque ninguno sea “la” verdad.
La escritura moral de Menéndez Salmón encuentra a su visión afirmativa de la vida un cauce curioso e insólito en esta reivindicación intelectual, existencial y emotiva de la literatura.