Las grullas de Hiroshima
Yoro
Marina Perezagua
Los libros del lince
320 páginas | 19, 90 euros
H es una letra muda. La inicial de una herida honda. Igual que la de Hiroshima. La hecatombe con la que la hipocresía de la guerra explotó el horror en favor de la paz hecha cenizas. H. es esa historia exterior narrada por el color gris de la voz de una superviviente que también nos cuenta su historia interior. Una adolescente a la que los efectos de la bomba le mutilan el sexo y le dejan quemaduras en el 70 por ciento de un cuerpo que debe recuperar el relieve de su vida. En medio de un no paisaje, en el que una madre reconoce y protege de la lluvia la sombra de su hija en una pared y una mujer deambula con los colores en flor de un kimono impreso en su piel desnuda, H. va contándole al lector su manera de suturar el sufrimiento, la vergüenza de no haber muerto, el deseo de desear, el vacío de la maternidad, el peso de llevar la bomba dentro. Lo hace a través de un parto cuyo proceso emocional dura 55 años, y del encuentro con otras mujeres que se van fundiendo en ella. Cada una de sus historias es un espejo en el que ella se mira, se busca, se reconstruye y se sueña. Sherezade huyendo de la muerte, dibujándose su nueva piel con palabras y relatos que Marina Perezagua crea igual que si fuesen los pliegues que van completando una grulla de papiroflexia.
No solo hay iniciales femeninas que esperan su doble sexual, que se defienden con consoladores ancestrales y que silban el aire para sumergirse en la recolecta de moluscos en un agujero negro. También hay un soldado, superviviente igual que H., torturado en un barco de prisioneros y en un campo de trabajo japonés. Al ser liberado, Jim se encarga temporalmente de la paternidad de un bebé de la guerra al que intenta encontrar después de entregarlo en acogida. Ambos unirán sus caminos en torno a Yoro, un amor a prueba de bombas, engendrado más allá del desgarro y de todos los infiernos posibles. Nueva York, Tokio, África, el zoo de una ciudad en guerra, una isla en la que mudan de piel las serpientes, unas minas donde no se paga la muerte, un campo azul de refugiados. Son las equis de un mapa que esconde las luciérnagas de la tragedia, la entereza de la aflicción, el fuego de la muerte y el fuego del que se renace. Una niña montada en un elefante.
Marina Perezagua sumerge al lector en una hermosa historia de apnea emocional en la que debe contener la respiración, sentir en su interior el eco de un relato sobre la búsqueda de una mujer y de una hija, y la metamorfosis del dolor hacia la vida y hacia el amor. Esta historia era un embrión con forma de relato en su anterior libro, Leche. Allí apuntaba la belleza de una escritura como experiencia del sufrimiento que se puede pensar, sentir y mudar en palabras que vibran a piel de un dolor en cadena, pero también como el agua de un arroyo que todo lo cicatriza. En Yoro, Marina Perezagua convierte lo sensorial en magma y en ternura, en llanto invertido y en significación del valor, a la vez que explora los límites del vacío, las sombras de la moral y su conciencia, los yacimientos en los que el miedo se torna fortaleza. No utiliza compresas frías ni esquiva lo que supura y grita. Le basta con su escritura. Su lenguaje es el bisturí, preciso y regenerador, que transforma una metamorfosis en una conmovedora operación poética.
No es fácil encontrar escritores capaces de ese doble parto. Ese es su don. Narrar hacia dentro del lector, como si le estuviese susurrando sobre una herida. Conseguir que las duras consecuencias causadas por Little Boy, hace 70 años, sean una novela con cuyas mejores páginas podría construirse una de esas mil grullas de origami que cada 6 de agosto rodean la escultura de Sadako Sasaki en el Parque de la Paz de Hiroshima. El recuerdo de como la H del horror puede renacer en una flor del destino que en japonés se nombra con la H de Hideaki.