Las máscaras del héroe
El impostor
Javier Cercas
Random House
420 páginas | 22,90 euros
La vida de Enric Marco puede resumirse de un tajazo: fingió ser durante años un superviviente de los campos de exterminio nazis hasta que fue desenmascarado. El título no se va por las ramas: El impostor.
Y punto. Esa rotundidad define muy bien un libro al que la categoría de novela le queda pequeña: precisión, complejidad, rigor. Sin algarabías estéticas ni prosas de confeti. Directo y a la mandíbula. Lo que antes había sido laboratorio en la obra de Cercas (con resultados óptimos a veces, otras no tanto) se convierte aquí en una robusta realidad creativa: los experimentos llegaron antes y ahora el carácter fronterizo que imprime el autor a su relato en cuanto a géneros se refiere se torna natural, armonioso, en ningún caso impostado. Reducir el empeño del libro a la resolución de un enigma que sólo existe en el enunciado (todos sabemos qué pasó) sería jibarizar las pretensiones de una obra que rastrea en el cómo ocurrió pisando todo tipo de terrenos, a veces movedizos, y sin descartar ninguna opción que contribuya a esclarecer (enrareciéndolo a veces) el misterio de un personaje tan singular. La pura narrativa está ahí, con sus claves fácilmente descifrables para componer con habilidad y oficio una trama real que parece ficción, y en un registro menos prolijo que el empleado por ilustres como Capote o Mailer, más dados a la espesura en la información que al machete esclarecedor. Pero Cercas no se conforma con ese ejercicio de perfiles periodísticos enriquecido con trazos inequívocamente literarios, sino que introduce en su construcción materiales que lo impermeabilizan contra las insuficiencias de una crónica basada en hechos reales. Cercas se sale de esas casillas para dibujar una anatomía de instantes en los que el falso héroe va fraguando su forma de ser y, sobre todo, su deformada manera de vivir el engaño.
Y como todo eso, con ser importante, no le basta a Cercas (ni sus furibundos detractores podrán negarle su honesta ambición literaria, su enconado afán de trascender la mera anécdota para romper sus costuras), añade una vía alimentada de pensamientos (discutibles, cómo negarlo) sobre la propia naturaleza de lo que se está contando, sobre la delicada línea roja que separa la verdad de la mentira, sobre el papel de los héroes y los peligros de la ensoñación colectiva que los puede engendrar. La irrupción en el libro de teorías muy personales, y por tanto discutibles, sobre asuntos tan espinosos como la memoria histórica o las miradas que el propio autor hace a su espejo para incluirse en el entramado de montaje y desmontaje como búsqueda creativa, van añadiendo elementos aparentemente distintos que, unidos, hacen del contraste una inteligente vía de ensamblaje literario. De inequívoca raigambre cervantina y con escorzos unamunianos que ponen en la misma escena al recreador y su criatura, El impostor propone, con atrevimiento pertinaz, un exorcismo metaliterario que fusiona al narrador con el protagonista en un intento, quién sabe si desesperado, de encontrar respuestas a las propias incertidumbres en las certezas ajenas. En ese sentido, la elección del personaje Cercas es reveladora de sus propias inquietudes y contradicciones (afinidades, en definitiva) y le deja a la intemperie de la exposición de sí mismo desmaquillado. Pelando la cebolla de un hombre que se inventó a sí mismo como héroe, Cercas pone a caldo la tendencia narcisista, tan propia de la Transición, de redactar autobiografías a la carta para aprovecharse de lo que él llama “la prostitución de la memoria”.