Todos eran valientes
Morir bajo tu cielo
Juan Manuel de Prada
Espasa
752 páginas | 23, 90 euros
En su anterior novela, Me hallará la muerte, Juan Manuel de Prada ya desplegó su interés por las narraciones épicas en las que insertar la crónica negra de un país en carne viva colocando en primera línea de batalla a personajes comunes arrollados por la Historia. Ese gusto por hilvanar vidas corrientes en hechos extraordinarios, con especial atención a la descripción de batallas brutales y a la creación de atmósferas cargadas de memoria sangrante, se prolonga en Morir bajo tu cielo con unas mayores dosis de exotismo en una suerte de nuevo episodio nacional que habla de la ambición nada autocomplaciente del autor, poco dado a perder el tiempo con títulos menores o publicaciones de transición.
El punto de partida es bien conocido: entre el 30 de junio de 1898 y el 2 de junio de 1899, un puñado de soldados españoles (“valientes y testarudos”, cualidades paralelas a las de sus enemigos) resistió el asedio de tropas filipinas en la iglesia del pueblo de Baler, en la isla de Luzón. Detalle fúnebre a la par que sarcástico: cuando ya no eran tierras españolas. El aluvión de páginas en las que Prada ha volcado todo su oficio y pasión narradora (en ellas nada queda del tratamiento que hizo para un guión que quería rodar José Luis Garci, bastantes años ha) está lleno hasta la bandera de peripecias, personajes de todo tipo y rendición: amores maltrechos, políticas envenenadas, patrias heridas, héroes de cicatrices incurables, religiosos sin pelos en la lengua, soldados con rumbo al matadero, rebeldes valerosos, traficantes de armas miserables, falsos patriotas y mujeres extraordinarias. Un larguísimo plantel de actores que se mueven por escenarios en los que la prosa detallista y amante de las imágenes palpitantes que descarga De Prada para que no se escapen sus olores, colores y calores se hace especialmente intensa.
“Era un pájaro a la vez bello y temible”. Es una buena frase para arrancar y también para desplumar una de las cualidades de la novela: como si de una película del gran David Lean se tratara, Prada maneja materiales terribles de violencia, de odio, de destrucción, pero al mismo tiempo extrae de ese horror fogonazos estéticos tan bien avenidos con su estilo, reconocidamente frondoso, rendido al placer de acumular historias con una documentación exhaustiva y una gran variedad psicológica construida a partir de una tercera persona que no impide la irrupción del narrador en sus conciencias.
“Dientes espaciados como almenas en un adarve”, “encías gelatinosas, casi genitales”, “manos blancurrias como bodigos mal cocidos”… La marca de fábrica de Juan Manuel de Prada a la hora de dibujar con pocos pero elocuentes trazos a sus personajes salta a la vista desde el principio. A pesar de la leyenda que escolta “los últimos de Filipinas”, las escenas bélicas no son muchas ni prolongadas, su esfuerzo se centra más en merodear las vidas de sus criaturas y el estado comatoso de un país donde “los altos funcionarios que el gobierno envía vienen para pocos años, su única pretensión es hacerse cuanto antes con una fortuna que luego les permita vivir de los ahorros, de vuelta a España”. Lienzo de ternuras y horrores (de la hermosa escena de los fuegos artificiales a la pavorosa de la escombrera de cadáveres), retablo de sentimientos calcinados o inflamados, radiografía descarnada (o autopsia, más bien) de una sociedad podrida donde los poderosos se alimentan de carne de cañón, Morir bajo tu cielo demuestra las ganas de Juan Manuel de Prada por seguir hurgando en la Historia de España donde más duele.