Creatividad ‘versus’ espontaneidad
Si la escuela no transmite conocimientos, no podrá producir seres creativos ni tampoco espíritus pensantes, pues la crítica sin fundamento no es más que charlatanería
Cualquiera que entre en Google y ponga las palabras “escuela”, “creatividad” y “espontaneidad” u otras similares dará con una multitud de entradas tituladas: “La escuela mata la creatividad”, “Lo más importante no es transmitir conocimientos, sino fomentar el espíritu crítico”, “La escuela coarta la espontaneidad”, y un largo etcétera de frases, muy convincentes en apariencia, pero sobre las que conviene reflexionar sosegadamente antes de darles asentimiento.Si las cosas fueran así, sería inexplicable la cantidad de compositores, pintores y escritores procedentes de esta escuela que tanto reprime la creatividad, y la escasez de compositores, pintores y escritores que jamás han pisado una escuela. Educar en la creatividad es una gran cosa, pero ha de estar acompañada del saber, porque la creatividad raramente convive con la ignorancia. En consecuencia, si una escuela no transmite conocimientos, mucho menos puede producir seres creativos. Las afirmaciones a las que aludía al comienzo tienen en común que confunden creatividad y espontaneidad, dos cosas no solo distintas sino contrapuestas. La confusión es en cierta medida explicable, porque una obra de arte se emancipa muy pronto de su creador y parece tener vida propia. Un hermoso poema es tan fresco, tan como tiene que ser, que parece que es así porque no podría ser de otra manera, igual que una amapola se desarrolla como amapola. Pero si parece tan fresco y espontáneo es precisamente porque no es ninguna de las dos cosas, sino porque tiene detrás muchas y muchas horas de trabajo. Lo mismo sucede con el teatro. El actor que mejor actúa es quien lo hace con más naturalidad, pero esa naturalidad es producto de mucha reflexión y dedicación. Cuando vemos una actuación de ballet clásico y a la bailarina dando vueltas con tal agilidad que parece que va creando la música con su movimiento, estamos tentados de pensar: ¡qué ligereza!, ¡qué espontaneidad! Pero no es así. Detrás de esa aparente espontaneidad hay muchas horas de esfuerzo diario durante muchos años. Ya no digamos la creatividad del científico, quien primero ha de estudiar hasta alcanzar la frontera de lo desconocido dentro de su especialidad para, a partir de allí, poder decir cosas nuevas. Hay un precioso libro de Santiago Ramón y Cajal, titulado Los tónicos de la voluntad, dirigido a futuros investigadores, en el que dice algo admirable por su sensatez, y sobre todo por su modestia: “Primero hay que ser buenos obreros, después ya veremos si llegamos a arquitectos”. Porque también la investigación científica tiene una gran dosis de rutina. Si un químico tiene que confirmar o rechazar una hipótesis, tendrá que hacer análisis y repetirlos muchas veces. Y para que esos análisis sean significativos, han de ser hechos con un rigor y precisión que solo habrá logrado después de muchas horas de práctica en un laboratorio bajo la dirección de alguien que sepa más que él. Porque la creatividad no solo tiene que ver con el trabajo, sino también con la modestia.
Si queremos hacer de nuestros alumnos personas creativas, debemos fomentar en ellas el hábito de estudio y la capacidad de trabajo, no la espontaneidad. En relación con esta, la creatividad es una cosa no solo distinta sino contrapuestaHay quienes piensan que los niños poseen un gran sentido artístico que la escuela reprime despiadadamente. Subyacente a esta afirmación está de nuevo la confusión entre creatividad y espontaneidad. Los dibujos de un niño tienen el encanto y la frescura de la infancia, nos enternecen por su ingenuidad y porque a lo mejor es el dibujo de nuestro hijo o nuestro nieto. Pero si alguien quiere ingresar en una escuela de bellas artes y presenta dibujos como los que hacía a los siete años, me temo que le cerrarán las puertas. Cualquiera que intente dibujar en el ordenador con el ratón verá cómo los dibujos parecen los de un niño de pocos años. ¿Es que manejando el ratón le ha entrado espontáneamente un gran sentido artístico? No, lo que sucede es que estamos tan poco acostumbrados a dibujar con el ratón como el niño con sus manos. Los cuadros de Picasso gustan a los niños porque les parece que pinta como ellos, pero antes de pintar así tuvo que dedicar mucho tiempo a aprender a pintar como una persona mayor. Lo mismo sucede con el lenguaje. Cuando un niño ignora una palabra improvisa unas perífrasis que son a veces muy graciosas. Pero si a los veinte años sigue expresándose así, dirán de él que no le han enseñado a hablar, no que es muy creativo. Esto nos pasa a todos cuando aprendemos idiomas, que usamos circunloquios cuando no conocemos una palabra, pero lo que queremos es que el profesor nos corrija para aprender el idioma correctamente, no que celebre nuestro espíritu creativo. Si queremos pues hacer de nuestros alumnos personas creativas, debemos fomentar en ellos el hábito de estudio y la capacidad de trabajo, no la espontaneidad.
Porque la espontaneidad, a pesar de su hermoso nombre, tiene a menudo más que ver con la mala educación y la falta de respeto que con la creatividad. Si llego a mi centro de trabajo y saludo cordialmente a quien me cae bien y saco la lengua a quien me cae mal, me he portado con mucha espontaneidad, qué duda cabe, he hecho lo que me pedía el cuerpo, pero no he sido creativo, sino maleducado. Si voy tocando el trasero a las chicas guapas con las que me encuentro, he sido muy espontáneo, pero he atentado contra la libertad de las chicas guapas. Cierto que la absoluta falta de espontaneidad y un exceso de etiqueta llevarían a unas relaciones humanas frías y distantes, pero la naturalidad ha de conocer bien sus límites para que no se convierta en mala educación. En cualquier caso, ni lo espontáneo es necesariamente bueno, ni lo creativo es espontáneo.
Lo mismo sucede con el espíritu crítico (lo que sería la creatividad en el mundo de las ideas), el cual, según muchos de los pedagogos a la moda, es reprimido sin misericordia por la escuela tradicional. Pero el espíritu crítico solo es tal si se sabe lo que se dice. No se puede criticar la sociedad en que vivimos si no se la conoce, y nuestra sociedad es un palimpsesto escrito sobre el Romanticismo, que está escrito sobre la Ilustración, que está escrita sobre la Contrarreforma, que está escrita sobre el Renacimiento, que está escrito sobre la Edad Media, que está escrita sobre la cultura latina, que está escrita sobre la cultura griega, que a su vez debe mucho a Egipto, y Mesopotamia. Luego, para conocer nuestra sociedad hay que saber historia, y para ello no hay otro camino que estudiar historia. Y estudiar en el sentido más tradicional de la palabra, no hacer trabajos de cortar y pegar. Y para que la crítica sea útil se ha de saber lo que se ha pensado antes, para no presentar como novedoso lo que se ha dicho hace siglos. Y para ello se ha de estudiar filosofía, lo que significa dedicar cierto tiempo a reflexionar sobre el pensamiento de quienes nos han precedido en este mundo. Solo quienes han dedicado muchas horas a pensar y a estudiar pueden ser personas críticas. A no ser, claro, que consideremos tales a tantos y tantos tertulianos que hablan por la televisión, a veces a gritos, de lo que no tienen ni idea, o a quienes queman en público una foto del Rey. Si es así, es muy fácil conseguir personas críticas. Pero como la crítica ha de ser controlada por el conocimiento (porque de lo contrario no es más que charlatanería), el camino para convertir a nuestros alumnos en seres críticos es el mismo que lleva a convertirlos en seres creativos: hacer de ellos personas cultas.
(*) Autor de Panfleto antipedagógico y De la buena y la mala educación