Alicia Giménez Bartlett: “Las mujeres actuales no necesitan a nadie que las secunde”
Alicia Giménez Bartlett está considerada la dama de la novela negra española. Ha publicado diez entregas de su protagonista Petra Delicado por cuyas historias ha sido galardonada con el Premio Raymond Chandler y recientemente con el Premio José Luis Sampedro otorgado por el Festival Getafe Negro. También tiene en su haber el Premio Nadal 2011 y ha obtenido el Premio Planeta 2015 con Hombres desnudos, una historia sobre la crisis y la prostitución masculina.
—La novela es el descenso a los infiernos de dos personas víctimas de la crisis.
—La crisis no solo genera pobreza e inseguridad sino que conlleva circunstancias muy íntimas y psicológicas que arrastran a cualquier persona a situaciones insospechadas. A una se llega por un abandono sentimental que rompe un estatus confortable y a otra por el paro que genera la frustración de ver que tu vida no tiene un valor social para nadie.
—Usted habla del proceso que envuelve a las personas separadas. Primero solidaridad y después distanciamiento. Algo similar a lo que sucede con los parados.
—Es un proceso paralelo. Todo el que se sale de la norma, aunque no sea por voluntad propia, adquiere una enfermedad incurable que al principio genera cierta compasión en los demás, un propósito de comprensión pero poco a poco esa persona es rechazada por miedo al contagio y la víctima desarraigada se convierte en un apestado.
—Los dos personajes, Irene y Javier, responden de manera desigual a su situación. ¿De qué depende más la supervivencia, de la clase social o de la actitud?
—La pérdida de una situación de aparente normalidad es un fogonazo que te hace ver las cosas con una luz distinta, descubrir dentro de ti cosas que nunca habías sospechado. En esos momentos, reinventarse con un poco de voluntad o de actitud no es tan fácil. Hay gente que se ve contra una pared y no puede entender la crisis como una oportunidad para cambiar de vida. La respuesta, como sucede en la novela, es diferente si uno posee dinero. Hemos oído tantas veces que está superada la lucha de clases que hemos terminado creyéndolo pero no es así. A la hora de la verdad siempre cae más abajo la gente que carece de recursos económicos. Encima, en la novela, se trata de una mujer que encarna a la mujer ejecutiva que rechaza cualquier compromiso sentimental y quiere seguir triunfando y gozar del placer sin conflictos.
—¿Representa Irene una tendencia social hacia una revolución femenina a partir de los 40 años?
—Ella es parte de un buen número de mujeres que se han dejado llevar por la corriente social que ha impuesto ganar dinero, poseer tu entorno y dominarlo.
Es una actitud que suele darse alrededor de los 40 años pero no como una revolución feminista consciente ni reivindicativa. Es más bien una lucha por la supervivencia a una escala muy elevada, una forma de competir por un lugar privilegiado como el de los hombres en una sociedad tan salvaje como la actual. Hoy día las mujeres se autoafirman en la independencia de no necesitar a nadie que las secunde.
—¿El poder femenino reside en una mejor gestión de los sentimientos y las ambiciones?
—Nos han dicho tantas veces que somos muy sentimentales y que necesitamos el amor y la maternidad que se ha convertido en una gran mentira. Tenemos una vena práctica brutal que aplicamos a muchas cuestiones pero no quiere decir que los sentimientos pesen más sobre nosotras y nuestras ambiciones queden en segundo plano. Las mujeres de la novela han superado los estereotipos y el romanticismo, y solo buscan el poder del triunfo profesional y su libertad personal.
—¿El sexo como libertad?
—Las mujeres que crecen muy preservadas y saben que poner un pie fuera de su entorno es peligroso descubren, cuando rompen estas ataduras, que el sexo es un importante ejercicio de libertad y que si están bien dentro de su piel también sirve para encontrarse a sí mismas. Y de repente actúan sin coartadas morales ni familiares. Deciden esto es lo que quiero, lo pago y lo tengo. Se sienten protegidas por su dinero y por el poder que están ejerciendo al escoger, al exigir e incluso al humillar. Este ejercicio de poder, vinculado a las clases, está presente en La Celestina y en la historia repleta de reinas que tuvieron amantes y validos a los que favorecían política o económicamente porque pernoctaban en sus camas.
«Hemos oído tantas veces que está superada la lucha de clases que hemos terminado creyéndolo pero no es así. A la hora de la verdad siempre cae más abajo la gente que carece de recursos económicos y no tiene a qué aferrarse”—Según la Asociación de Profesionales del Sexo (Aprosex) la prostitución masculina ha aumentado un 30 por ciento durante la crisis.—Así es, aunque lo que más me sorprendió durante mi investigación fue el desenfado con el que las mujeres se mueven en el mundillo de los escorts, cómo promueven a los hombres y sus servicios con el boca-oreja, sin tapujos, con cierta desfachatez incluso. Exhibir a los amantes con cierto orgullo se ha convertido en un nuevo juego social. La mujer lleva tragadas muchas humillaciones históricas y existe un poso del que aflora una reivindicación poco teórica pero sí un poco vengativa. Es una manera de demostrar el poder como tantas veces ha hecho el hombre.
—En la novela también aparece el deseo como misterio y como miedo.
—El deseo despierta el misterio y el misterio acaba a veces en el miedo. Cuando uno se da cuenta de que va perdiendo el control de sí mismo se retiene y no es capaz de darse completamente al otro. El misterio está también en las propias reacciones hacia el deseo. Lo mismo despierta comportamientos insospechados como que hace dudar de uno mismo y provoca miedo ante lo que puede descubrir o llegar a hacer. En cualquiera de los casos el misterio y más aún lo prohibido es el veneno que alimenta al deseo.
—En estas relaciones de pago hay un personaje que aparece como el juez moral. ¿Es también Iván el verdadero seductor de la historia?
—Es el personaje que más me apetecía escribir. Un superviviente que funciona como un bufón shakesperiano. Es divertido, espontáneo, tierno y el más libre de todos los personajes. Hay veces en las que mete el dedo en la llaga, y otras en las que cuenta la verdad moral con el descarnamiento con el que él la ve. Iván representa la vena humorística que hay bajo la crítica social de la novela.
—También representa el valor de la amistad. ¿La de los hombres tiene un vínculo más fuerte?
—Creo que la amistad masculina tiene un trasfondo más auténtico que la femenina. Quizás las hombres tengáis unos elementos básicos más afianzados y un idealismo ante las cosas que os une más. En las mujeres prima más una poderosa vertiente práctica en favor de lo suyo, del clan familiar. Los hombres conservan la autenticidad de la infancia, un vínculo que provoca una camaradería en la que reconocerse, mientras que la amistad entre mujeres es más compleja, más susceptible de recelos y a veces de competitividad.
—En su novela los matrimonios no salen muy bien parados. Dice que en lugar del amor su vínculo es el equilibrio entre lo que cada uno tiene o no tiene.
—Recuerdo a una señora a la que pregunté cómo le había ido su matrimonio durante tantos años y me respondió que su marido era un gran hombre que le había quitado más problemas que los que le había dado. Esta visión cuantitativa del asunto predomina más que el amor y está muy extendida. Cuando se habla de ser complementario lo que se busca, más que en el carácter, es la similitud en la clase social, el dinero o la posición que confiere el trabajo. El matrimonio es una pequeña empresa que funciona con pocos ejecutivos pero con grandes puñaladas.
—Igualmente critica lo que usted denomina la filosofía del Me gusta, No me gusta.
—Es una horrorosa banalidad. No sólo en las redes sociales, en las que se opina sobre cualquier cosa y sobre todo el mundo con una simplicidad absoluta y sin ninguna clase de matices. En la manera de relacionarse en la calle también imperan las pocas palabras, la falta de argumentos y la escasez de matices que han provocado que desaparezca la seducción. La complejidad de las palabras, de las miradas, de los detalles, han pasado a la historia.
—¿Cree usted que la sociedad está hipersexualizada?
—Creo que debería estarlo mucho más, sería más divertida. Lo único que veo muy claro en la sociedad actual es que está demasiado abocada al dinero, al poder, a los placeres muchas veces más gastronómicos que sexuales. Cuando iba a la Italia en la que los escándalos de Berlusconi estaban en primera plana me decían que esas historias venían ya del Imperio romano. En cambio en España la corrupción es meramente económica, se hacen guarradas para embolsarse dinero público. España es más de placeres burgueses que de sexo.