Anna Caballé: “El diario es un género que ha sido víctima de nuestra historia”
—Su libro reflexiona sobre la falta de una tradición diarística en España, ¿qué ocurre en esta melancólica “península metafísica”?
—En España, las escrituras autobiográficas nunca llegaron a generar una tradición, porque si por una parte la cultura hispánica fue de las primeras en volcarse con la autobiografía (el Diario de Ignacio de Loyola, el de Colón, las cuentas de conciencia o el Libro de la Vida de Teresa de Jesús, todos en el siglo XVI), esa inquietud renacentista por el individuo vino a coincidir con la Contrarreforma católica que fue una limitación brutal a la autoexpresión, al libre pensamiento sobre uno mismo y que puede ser subversivo porque responde a razones personales, íntimas, ajenas a la ortodoxia.
—Esa escritura del Yo se hizo sospechosa…
“La Contrarreforma católica fue una limitación brutal a la autoexpresión, al libre pensamiento sobre uno mismo y que puede ser subversivo porque responde a razones personales, íntimas, ajenas a la ortodoxia”—Exacto. Porque pensando tu vida llegas a conclusiones que están más allá de los dogmas. Cuando la Iglesia Católica se opone férreamente a la Reforma protestante no admite veleidades y tampoco tolerará la introspección. La Inquisición perseguirá obsesivamente la impureza de la sangre. ¿Quién se atreve a escudriñar sus orígenes sabiendo el peligro que corre? El siglo XVI es un momento de apertura intelectual y al mismo tiempo de cierre ideológico y esa es la gran anomalía que sufre la cultura española.—Sin embargo, esa España de la Contrarreforma que se repliega en sí misma, ¿no hubiera sido una oportunidad para que los diarios vivieran una edad dorada por ser un refugio, aunque clandestino?
—Yo me la planteé cuando hacía la tesis sobre la autobiografía porque leí un ensayo donde Gramsci sostenía que en momentos de censura política o religiosa la escritura autobiográfica podía ser una manera subterránea de rebelarse. Pero resultó lo contrario, la amputación de la libertad de conciencia tiene repercusiones en la escena pública y en la privada porque la gente opta por evitarse problemas. En ese contexto, la literatura introspectiva no puede evolucionar. Un diario puede ser comprometedor. En el libro menciono a un soldado, Faustino Vázquez Carril, que es fusilado por haber expresado sus opiniones sobre la guerra en su diario de campaña.
—Al margen de esa España franquista se vivió una fructífera época para la escritura autobiográfica. Los exiliados tenían necesidad de explicarse ante la Historia. ¿Dentro de nuestra extraña historia diarística supuso algo excepcional?
—Apenas podemos reconstruir la historia del diario. La mayor parte se perdieron o fueron destruidos por diversas razones, no sólo políticas. Nos consta que se escribieron diarios en el pasado, porque algunos sobrevivieron pero es como la punta de un iceberg, una especie de íntima Atlántida de la que sólo cabe imaginar sus dimensiones. Pero los exiliados escriben diarios maravillosos: los de Rosa Chacel, los de Max Aub, son muy buenos.
—Cita a Max Aub y su diario La gallina ciega, donde anota su viaje a España en 1969 desde su condición de exiliado en México, desvela la angustia de no encontrarse cómodo en ningún lado.
—Max Aub queda muy afectado cuando llega y se da cuenta de que la gente, aparentemente, se ha olvidado de la Guerra Civil. Aub, como todos los exiliados mantenía muy viva su memoria de la guerra, pero los españoles se habían acogido al pacto de silencio que impuso el franquismo porque necesitaban olvidar para seguir adelante. De ahí el choque entre un hombre que dejó un país destruido y se encuentra con otro rehecho, aunque sea de forma traumática. La conciencia política de 1969 era muy escasa, porque no se había podido elaborar correctamente el duelo. Mi generación tuvo una idea muy confusa del pasado. La mera mención de la República era un problema, ¿cómo explicar la Guerra Civil y la tradición laica de la que procede? España ha vivido contextos culturalmente muy conflictivos y para mí es un hecho clave para explicar determinadas actitudes como la intolerancia o la hostilidad. El diario ha sido una víctima más de esa represión moral que, afortunadamente, estamos dejando atrás.
—¿Ha sido un espejo de la trágica Historia de España?
—Exactamente. Fíjese cómo en Francia o en Gran Bretaña el diario tiene en el siglo XIX una prodigiosa vitalidad. Y, sin embargo, en nuestro XIX apenas disponemos de algún que otro texto…
—Quizás están a la espera de ser descubiertos…
—Estoy segura. Las mujeres burguesas escribían diarios. Clarín lo menciona en La Regenta. Un novelista realista no incluiría un detalle como éste si no fuera una costumbre de la época. Pero encontrar diarios escritos por mujeres supone una doble dificultad porque la mujer accedía al matrimonio sin pasado. Ojalá mi libro permita rescatar algún texto que ignoramos. Un diario más que un género es un hábito cultural, pues la mayoría de los diaristas carecen de una voluntad de estilo. Escriben por el placer, o la necesidad, de evitar la pérdida incontenible de existencia de la que habla Christa Wolf.
—¿Y hemos tenido ese hábito?
—Nunca se ha fomentado ese hábito porque venimos de un rechazo visceral a todo lo que huele a introspección, a esa costumbre de verse uno mismo y expresarse. Freud fue un autor vilipendiado durante el franquismo, cuando su obra había sido precozmente traducida bajo el impulso de Ortega. La escritura de un diario es un acto ético porque invita al diarista a examinar su vida. Si Bárcenas, en lugar de llevar un diario de la contabilidad en negro del partido, hubiera escrito un diario personal habría tenido que enfrentarse a sus problemas de conciencia.
—Y ahora, ¿es un género emergente?
—Sí, diría que hemos descubierto el enorme potencial de la escritura diarística, justo cuando está en pleno proceso de transformación. El diario es un género particularmente interesante para el escritor profesional, sobre todo para los poetas porque les permite mantener una vida literariamente activa sin la obligación de publicar un poemario tras otro. Escritores como Andrés Trapiello, Miguel Sánchez Ostiz o José Luis García Martín han encontrado en el diario el modo expresivo de rebelarse contra una sociedad culturalmente hipocritona, donde nadie dice lo que piensa. En sus diarios el lector conoce el revés de la trama, lo que hay detrás de un premio literario, de un escritor conocido… Es el modelo de los hermanos Goncourt.
—Con las nuevas tecnologías existe un auge del diarismo digital pero caracterizado por una sobrexposición de la vida íntima. ¿Es una moda o refleja nuestra época?
—Sí, no siempre es la vida íntima la expuesta. Se trata de un diarismo que se ha desarrollado gracias a las tecnologías de la información. Y ha cambiado radicalmente la expectativas, pues quien escribe lo hace en el mundo, no para sí, y espera una respuesta inmediata y su escritura la va a tener en cuenta. Por eso decía que mi libro es un homenaje a una forma de concebir el diario que ya es historia.