“Los libros son el último paraíso”
—El último paraíso es una novela sobre la búsqueda de la esperanza.
—En 1931 algunos periódicos norteamericanos publicaron anuncios de empleo en la URSS con buenos salarios pagados en dólares. Fue una situación llamativa porque tras una revolución se crea la Unión Soviética, un nuevo imperio sin reconocer del todo por las grandes potencias y por tanto con una carencia de diplomacia y embajadas, que ofrece a las víctimas de la Depresión, sin ningún tipo de protección social, trabajar en una réplica de la factoría automovilística de Henry Ford. Al igual que el protagonista Jack Beilis, muchos norteamericanos se marcharon en busca de una oportunidad laboral, sin ninguna garantía de encontrar que aquella oferta se correspondiese con la realidad.
—Un viaje a ciegas movido por la desesperación más absoluta, como sucede con la mayoría de las inmigraciones.
—Siempre ha sido así y en este caso más, tanto por las duras consecuencias de crack del 29 que hundió a trece millones de personas en la miseria y la desmoralización de la noche a la mañana, como por la oferta de un trabajo rodeado de condiciones extrañas, casi impensables, como la igualdad laboral entre hombres y mujeres, unos períodos de vacaciones regulados, derechos a sanidad y a vivienda. Es evidente que la inmigración impulsa la supervivencia hacia el espejismo de la utopía.
—Ese último paraíso, como lo llamó Bernard Shaw, se convirtió enseguida en un infierno.
—Los soviéticos que provenían de una Edad Media servil, próxima al esclavismo, se beneficiaron del cambio que supuso la revolución y los planes quinquenales para el desarrollo de la industria. En cambio los americanos, a los que nada más llegar les incautaron los pasaportes para impedirles regresar y descubrieron que les pagaban en rublos que no servían para nada, sufrieron todas las sombras del totalitarismo de Stalin y de su policía secreta, y unas duras exigencias de la supervivencia afectada por el estraperlo y las incipientes mafias. Tuvieron que padecer además el rechazo de sus compatriotas que los consideraron traidores al marcharse. Al igual que el desinterés posterior de su país cuando se supo que muchos estaban internados en los campos de trabajo de Siberia a 50º bajo cero.
—Con este marco histórico, usted crea un thriller que se parece a la situación actual: corrupción política, empresarial. ¿Una radiografía sobre la impunidad del poder?
—Cambia la sociedad y entre las leyes y los ciudadanos la contenemos, pero la naturaleza del individuo no cambia. Está sujeta a los instintos más deplorables del ser humano. El abuso de la fuerza, de la arrogancia, en detrimento de la ética y del bien común, es más palpable cuando se trata de los dirigentes que alcanzan el poder e imponen unas ideas y unas estrategias para beneficiarse en su provecho, igual que sucede ahora. Saberse impune y que no te va a suceder nada es una de las lamentables coartadas que proporciona el poder.
—Bajo la intensa trama de suspense, la novela es una crítica social que puede reducirse al choque entre los ideales y el poder político.
“Mi intención era abordar el desaliento y la búsqueda de esperanza, la pugna entre las ideas y los excesos de la política, y el poder como el instrumento aniquilador de las ideas”—Yo quería que la historia tuviese esa estructura de suspense, sujeta a un ritmo ágil y en la que la trama fuese sucediendo vertiginosamente, pero al mismo tiempo mi intención era abordar el desaliento y la búsqueda de esperanza en medio de la tragedia, la lucha entre la filantropía y la ambición, reflejada en el carácter de los dos protagonistas, Jack y Natacha, cuyo enfrentamiento conlleva un aprendizaje mutuo acerca de cómo ambas cosas pueden mover el mundo para bien o para mal. La novela muestra igualmente la pugna entre las ideas y los excesos de la política, centrada en las promesas de la URSS que luego se traducen en el horror del totalitarismo, y el poder como el instrumento aniquilador de las ideas.—Y también están el amor como redención, y la amistad como débito.
—Los personajes establecen diferentes relaciones que reflejan el amor como compañerismo y lealtad, el amor como instrumento de ascensión social y económica, y el amor como elemento redentor. Es el sentimiento que nos permite ver la evolución de los personajes dentro de la historia y la evolución de la sociedad de su época. Yo quería que tuviese un papel determinante dentro de la historia y mostrar las diversas caras de ese sentimiento. La historia trata también la amistad que proviene de la infancia, ese período que tiene una irrepetible e imborrable impronta de descubrimiento, de confidencias y de felicidad, y que al reaparecer en la madurez no se corresponde con la manera en la que cada persona ha evolucionado emocionalmente Sin olvidar el papel de la amistad como obligación moral hacia lo que el otro ha hecho en favor de uno, y la amistad que propicia un enriquecimiento mutuo en la actitud frente a las cosas y a la vida.
—Otro aspecto social que usted presenta es la emancipación de la mujer a través del trabajo, del dinero y de la vocación de servicio a la comunidad.
—He intentado plasmar los tres prototipos sociales de la mujer, y su manera de interpretar la vida, que podíamos encontrar en esos años, aunque quizá juntos no era tan habitual de encontrar. En ese sentido, la Unión Soviética fue la primera en dar un paso adelante reconociendo la igualdad de las mujeres en todos los ámbitos del trabajo. En 1919 creó el Zhenotdel, un departamento para las necesidades de la mujer y potenciar su sentido de poder y de logro. Incluso propició una libertad sexual que se adelantó a lo que ocurriría en la década de los sesenta y setenta en Norteamérica.
—Una parte del suspense de la novela reside en los sabotajes de las fábricas que se castigaban duramente. ¿Qué condujo al vicefiscal ruso a decretar que se dejase de tratar a los ingenieros como chivos expiatorios?
— Los sabotajes en gran parte se dieron a causa de la ineptitud, no dolosa pero si culposa, de las autoridades por su falta de organización y de planificación. La revolución bolchevique, que había perseguido a la clase intelectual por estar asociada a la antigua burguesía de los zares, nombró comisarios de asuntos laborales de las fábricas a capataces y granjeros a los que tenían que reeducar rápidamente en la parte técnica. Un panorama agravado por la gigantesca maquinaria burocrática que todo lo retrasa, igual que sucede ahora. A esa situación de carencia de formación, extensible a los obreros que provenían del campo y a los que se les daba un cursillo de una semana, se le unieron los sabotajes reales que llevaban a cabo personas que intentaban luchar desde la clandestinidad contra el régimen soviético. Estas son las razones por las que hubo numerosos juicios y ejecuciones sumarísimas que motivaron al vicefiscal a intervenir en 1934. Sin embargo la URSS, con su gran sistema de propaganda, achacó los sabotajes a los trabajadores extranjeros para exculpar todos sus errores internos.
—Un ejemplo de la propaganda rusa fue la proyección de Las uvas de la ira.
—La URSS prohibió cualquier película norteamericana que mostrase su modo de vida para no suscitar las comparaciones y la insatisfacción entre los trabajadores rusos, pero permitieron la película de Ford porque evidenciaba los males provocados por el capitalismo. A los dos semanas del estreno se dieron cuenta de que los soviéticos se asombraban de que, a pesar de lo mal que lo pasaban los americanos, cualquiera tenía un coche, y entonces la prohibieron.
—Historia, aventura, suspense, agilidad argumental. ¿Es su fórmula eficaz para escribir novelas?
—Me gusta escribir historias que contengan entretenimiento, rigor documental, una buena estructura que enganche en la lectura, que planteen un recorrido vital de los personajes, que provoquen reflexiones y que el lector encuentre cosas que afectan al corazón. No es lo mismo contar una historia auténtica que una auténtica historia. Para mí los libros son el último paraíso…