Clara Sánchez: “No somos lo que parecemos y nos pasamos la vida descubriéndolo”
Ganadora de los premios Nadal y Alfaguara, Clara Sánchez (Guadalajara, 1955) es autora de las novelas Últimas noticias del paraíso, Un millón de luces, Presentimiento y Lo que esconde tu nombre, entre otros títulos. Con El cielo ha vuelto ha obtenido el Premio Planeta 2013.
—El cielo ha vuelto es una novela sobre el poder que los demás ejercen sobre nosotros, muy evidente en la relación conyugal de la protagonista.
—Cuando amamos a alguien nos atontamos y nos dejamos invadir hasta extremos increíbles. Nos quedamos desnudos. La presencia del otro nos domina. Sus frustraciones son más grandes e importantes que las nuestras. Seríamos capaces de cualquier cosa para que el otro fuese feliz porque sin su felicidad nada tiene sentido. Todos ansiamos tener este sentimiento invasivo, que a veces nos colma de felicidad y otras de desesperación. Patricia intenta moldear el mundo al gusto de Elías. Intenta por todos los medios darle lo que los demás le niegan. Es una Emma Bovary al revés. Después del amor quizá la droga más dura que existe es la del éxito.
—¿El vampirismo emocional nos enseña que no es bueno querer a alguien más que a uno mismo y a no tener miedo a perder el amor, el trabajo, una aparente felicidad?
—El miedo es un mecanismo de control que nos imponen y que también nosotros nos inculcamos, porque la libertad es dura e incierta. De ahí la demoledora frase “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Una de las cosas más dolorosas que pueden ocurrirnos es tener que desenmascarar nuestra propia vida, los falsos afectos, las falsas fidelidades. Enfrentarnos a los auténticos sentimientos de los demás hacia nosotros supone un auténtico acto de valentía, sobre todo si se trata de la propia pareja. A los vampiros les gustan las neuronas, los pensamientos y las emociones. El poder siempre está afilando los colmillos para dejar al ciudadano débil, pálido y con miedo. El amor también es por naturaleza vampírico: siempre hay uno que le chupa más energía al otro, lo que a veces puede ser muy placentero.
«El poder siempre está afilando los colmillos para dejar al ciudadano pálido y con miedo. El amor también es por naturaleza vampírico: siempre hay uno que le chupa más energía al otro»—Esa relación tóxica se da también entre hermanos y padres, como usted dibuja en la novela.
—Los padres tienen un gran poder sentimental sobre los hijos. Cuando yo era niña tenía la sensación de que mi madre lo veía y lo oía todo, que no podía engañarla y que poseía una gran capacidad para provocarme enormes sentimientos de culpabilidad. Las tragedias clásicas están llenas de líos de familia. La familia puede ser una gran máquina de generar culpabilidad. Patricia se siente culpable por tener más éxito que su hermana y por ganar más dinero que su padre.
—El otro poder presente en la trama es el poder invisible del mal. ¿Ha tenido alguna vez esa sensación o es solo un recurso literario?
—Me encanta la escena de Los pájaros de Hitchcock en que Tippi Hedren está sentada en un columpio y fumando despreocupadamente mientras, tras ella, en los cables de la luz, se amontonan pájaros negros. Cuando veo la película siempre me dan ganas de gritarle que vuelva la cabeza. Es una sensación de peligro muy fuerte. ¿Quién no la ha sentido alguna vez?
—¿Un estado de ánimo es un estado de existencia?
—Si te sientes alegre, el mundo es alegre. Si estás deprimido, el mundo es triste. Influimos nosotros más en nuestro mundo que el mundo en nosotros. A Patricia le afectan mucho los estados de ánimo de su marido. A mí me afectaron toda mi vida extraordinariamente los estados de ánimo de una persona cercana a mí y nunca pude cambiárselos. Fue una tarea dura e inútil, y esa sensación de que conviene luchar por los demás hasta cierto punto se la he pasado a Patricia.
—Todo esto tiene que ver con otros temas presentes en sus libros, como la engañosa seguridad en la que sobrevivimos y la necesidad de saber quiénes somos entre los demás.
—No somos lo que parecemos y nos pasamos la vida descubriéndolo. A veces es porque proyectamos en los demás lo que nos gustaría que fuesen, y otras porque nos engañan o nos ocultan lo más importante de sí mismos. La cara no es el espejo del alma. Sin los demás no somos nada. Todo nos viene de los otros: el amor, la alegría, la pena, los triunfos, las decepciones. Me llama la atención la gente que dice eso de “no le debo nada a nadie”. Todos los sentimientos que nos hacen vivir nos los inspira alguien. Desde luego algunas personas reciben más ayudas que otras, reciben más simpatía que otras. No hay nada más amargo que el rechazo de los demás.
—Patricia es ayudada por Viviana, una vidente que utiliza la psicología, los talismanes, la necesidad de saber del otro. ¿Es el esoterismo como intuición, manipulación, o un efecto placebo contra el miedo y el dolor?
—Viviana cala en la vida de Patricia porque Patricia está necesitando que alguien le abra los ojos. Todos buscamos algo a lo que agarrarnos para no resbalar hacia el abismo. Unos lo buscan en la religión, otros en el yoga, otros en la tribu, en la pareja, en la física cuántica, en el amor. Y los que se han cansado de esperar respuestas intentan influir directamente en el misterio de la vida, como Viviana, que tras dejar de creer en la justicia divina ha encontrado en la magia una manera de aliviar su dolor. En el fondo cualquier cosa vale para no sentirnos inseguros, ni solos. Creo que el éxito del esoterismo consiste en que a uno le crea la ilusión de que posee poder para transformar la realidad y de que no es un mero pelele en manos del caos.
—En esa búsqueda del enemigo, usted presenta a los posibles sospechosos y sus causas, de un modo que recuerda las novelas de misterio de Agatha Christie.
—Me encanta la comparación porque sus novelas dejan muy buen sabor de boca. La estructura fue surgiendo de forma natural. Patricia se ve obligada a ir desenmascarando su propia vida, es decir, su relación con los demás, con sus jefes, sus colegas, su familia y su marido. Los vamos conociendo a todos a través de los miedos y sentimientos de Patricia, que se va dando cuenta de que nadie es inocente, tampoco ella.
—Patricia es modelo profesional, una modelo que debe ser como una bailarina del Bolshoi y no mostrar sufrimiento. ¿La moda como máscara de la perfección de la belleza y de la vida?
—Cuando vemos a una modelo en una revista no nos preguntamos nada sobre ella. No pensamos, solo vemos. El pelo, los zapatos, el maquillaje. Es la imagen en estado puro. Y sin embargo mueve energías, deseos. Es una inspiración para multitud de mujeres. Yo he querido pasar al otro lado y me he encontrado con una chica normal y corriente, que tiene que competir en su trabajo, se enamora y considera que debe contentar a todo el mundo. Hasta que su encuentro con Viviana la despierta y emprende una metamorfosis para hacerse más dueña de sí misma.
—Una profesión marcada por rivalidades, desarreglos alimenticios, estrés. Otro tema de algunas de sus novelas anteriores: el trabajo no nos dignifica.
—El trabajo es esencial en nuestras vidas. Está presente en todas mis novelas. Supone un gran vínculo con la sociedad. Es un laboratorio de la conducta humana y donde de verdad se conoce a la gente. Las relaciones de poder, de dependencia, es el terreno de batalla por la supervivencia, donde se ponen a prueba las lealtades, las traiciones y la catadura moral de cada cual. Patricia acusa todo este tipo de cosas mientras lucha por mantener a flote el amor con su pareja.
—Usted dibuja ese mundo lleno de trampas, exigencias y abusos crueles, sueños rotos, igual que hizo la modelo Dominique Abel en Camaleona, su autobiografía publicada por Planeta en 1999. ¿Cree que la moda es una buena metáfora de la sociedad?
—Absolutamente. Todo terreno en el que uno deposite sus sueños y deseos puede convertirse en un campo minado de decepciones. De todos modos, no he querido escribir una novela sobre el mundo de la moda, sino sobre una chica de hoy día, que tiene un trabajo exigente y que a lo largo de su aventura va dándose cuenta de que el amor puede hacernos fuertes o muy débiles.