Dolores Redondo: “El destino está ahí, pero las reglas las ponemos nosotros”
—Misterio y esoterismo, género negro y dos ingredientes para asegurar el éxito.
—No sé si para asegurar, porque creo que era bastante arriesgado introducir ciertos elementos en la novela. Si hubiese sido algo más experimentado, como vampiros, hombres lobo… Pero meter mitología vasca-navarra… Era arriesgar.
—¿De qué forma se han conservado esas tradiciones? ¿Siguen tan vigentes como sugiere en sus novelas?
—En el valle de Baztán están muy presentes y, por suerte, se han ido recuperando y se enseñan a los niños en el colegio. Esos mitos se han ido integrando en la vida diaria de un modo bastante armónico, sin estridencias. Si preguntas a gente de Elizondo si cree en brujas, te dirá que no, pero en la puerta de su casa tienen colgado un eguzkilore para que las brujas no entren. Por si acaso…
—La Naturaleza, el paisaje poseen gran importancia en sus novelas y casi se podría decir que modelan a los personajes, que son criaturas telúricas.
—Hace un rato paseaba por la calle Alcalá de Madrid y pensaba en cómo la ciudad no permite esa comunión, esa sensación de pertenencia. Yo soy de una ciudad pequeñita, San Sebastián, y sí tengo esa unión con mi ciudad. En una zona como Baztán resulta mucho más fácil comprenderlo. Estás allí unas horas y te imaginas cómo era la vida hace doscientos años: la lluvia, la niebla, la sensación de estar en un lugar cerrado, el cielo oscuro y bajo… Es casi imposible, si vives allí, no convertirte en un observador de la naturaleza, de los animales, del río que se desborda.
—Es fácil pensar que en Nueva York puedan producirse varios crímenes relacionados o que haya un asesino en serie. Dolores Redondo ha conseguido que nos creamos que tal cosa pasa en Baztán, un pequeño valle rural del norte de Navarra con muy pocos habitantes.
—Ha sido fácil conseguir eso porque el lugar es muy misterioso. El aislamiento geográfico también ha propiciado que sus gentes no sean demasiado sociables —tampoco son antisociales—, donde el índice de depresiones es altísimo y los suicidios son numerosos. Me ha sido sencillo imaginar que la violencia ejercida contra uno mismo también puede ejercerse sobre los demás. Pero esa violencia no es explosiva y puntual como pudo suceder en Puerto Hurraco, sino algo que va macerándose con el tiempo, poco a poco.
—En Legado en los huesos, el mal tiene una gran presencia como entidad autónoma, con carta de naturaleza, no como consecuencia de la estupidez o la locura. ¿Existe el mal?
—Es un concepto que, en nuestra rapidísima evolución, hemos perdido. Yo creo que hay gente malvada que no está loca. Aquellos que por enriquecerse mandan a personas al paro; los banqueros que roban a los necesitados; los que trafican con personas… son malvados. La codicia es un pecado capital.
—¿Y un asesino en serie, es malvado o loco?
—Depende. Hay quien llega al mal por la locura, como aquel joven que le cortó la cabeza a su madre y la paseó por todo el pueblo, y hay otros casos en los que se cometen actos horribles por codicia, por dinero, porque se disfruta con el sufrimiento ajeno.
«En una zona como Baztán te imaginas cómo era la vida hace doscientos años: la lluvia, la niebla, la sensación de estar en un lugar cerrado, el cielo oscuro y bajo… Es casi imposible no convertirte en un observador de la naturaleza, de los animales, del río que se desborda”—Su inspectora, Amaia Salazar, lucha por aplicar la razón a los acontecimientos, pero al final tiene que sucumbir a lo sobrenatural. Cuando las cosas se ponen feas, son los duendes del bosque quienes nos muestran el camino. No sé si eso es una metáfora, si intenta decirnos que el destino impone sus propias reglas.
—El destino está ahí, pero las reglas las ponemos nosotros. Hasta los que creen en el destino miran antes de cruzar la calle. Creo que tenemos que intentar conjugar lo global con lo esencial, lo moderno con lo antiguo, lo cosmopolita con el origen. Hemos crecido demasiado rápido y hemos olvidado cosas importantes que están envueltas en el misterio.
—¿Existe, en el fondo de nosotros, la esperanza de que exista la magia, de que pueda ocurrirnos algo maravilloso que cambie nuestras vidas?
—Sí, sin duda. Eso es humano. La fe en que exista el amor verdadero, en que los que se mueren no desaparezcan del todo, en que lo que recuerdas siga vivo, es algo muy humano.
—Leyendo Legado en los huesos, dan ganas de que nada de eso exista. Todo resulta oscuro, amenazante… Y, sin embargo, a raíz de la aparición de El guardián invisible, el turismo ha aumentado espectacularmente en el valle de Baztán.
—Sí, hay gente que lo dice. Pero si quieres sentir lo que es estar solo en mitad de un bosque, notar presencias a tu alrededor, un ambiente raro y opresivo, esa visita es mejor que cualquier sesión espiritista. Notas la fuerza, cómo te expulsa o te acoge.
—¿Por quién está influida Dolores Redondo?
—Por P.D. James y por Agatha Christie, que son las que más he leído. También por muchos americanos: yo soy más de americanos que de suecos. Me da mucha rabia que digan que fueron los suecos quienes sacaron el crimen al campo, cuando la Christie ya llevaba a Poirot a cultivar calabacines y otros nos contaban las aventuras de un policía local en Tomelloso. Ellos han llegado a un público muy amplio, pero el crimen fuera de la ciudad no es una innovación suya.
—El guardián invisible y Legado en los huesos son parte de una trilogía. ¿Va a desaparecer Amaia Salazar al concluir esas tres novelas? Tiene todas las características para protagonizar una gran serie.
—Después de la trilogía, escribiré una novela diferente. Después, ya veremos qué me pide el cuerpo. Una trilogía es dura de escribir. No lo sería tanto con menos éxito, pero afortunadamente lo ha tenido y la promoción y el esfuerzo de mantener el nivel ha resultado muy exigente.
—La novela negra siempre ha tenido un importante componente de crítica social. Quizás en Legado en los huesos ese ingrediente esté más presente que en El guardián invisible. Aquí se critican más cosas.
—Y porque no había ocurrido todavía el caso de la niña asesinada en Galicia, estamos viendo cómo se está comportando alguna prensa. Es terrible. En la novela hay pinceladas de política, sobre el periodismo, el mundo del dinero… Y está también muy presente el tema de las competencias policiales y de cómo eso influye en entorpecer ciertas investigaciones.
—¿Qué lee Dolores Redondo?
—Ahora casi no leo novela negra, porque no quiero contaminaciones. Leo a los clásicos y releo obras que me han dejado un poso constante, como La peste. Esa ciudad cerrada, con todo que se pudre alrededor… Releo también a Balzac, Eugénie Grandet, el peso de la familia… Los comportamientos de mis personajes es los que más me importa y eso no está en las novelas negras, sino en las grandes novelas de los clásicos. Adoro a Norman Mailer, a Henry Miller…
—En sus novelas no hay niños normales, felices. La infancia parece fuente de infelicidad.
—Supongo que eso es porque mi infancia, aunque me amaron mucho, fue dolorosa. Estuvo muy marcada por la enfermedad y la muerte. En los años setenta, cuando yo era pequeña, a los niños no se les daban explicaciones ni ayuda en ese sentido. Uno de mis paseos de infancia era al cementerio.