Isaac Rosa: “El capitalismo no está ahí afuera, está dentro de nosotros”
Isaac Rosa (Sevilla, 1974) es autor de El vano ayer (Premio Rómulo Gallegos 2005), ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, El país del miedo (Premio Fundación José Manuel Lara 2008) y La mano invisible, entre otros títulos. En su última novela, La habitación oscura, publicada como las anteriores por Seix Barral, da voz a un grupo de jóvenes que durante quince años entran y salen de un espacio sin luz, insonorizado, y en el que un inicial juego de transgresión termina convirtiéndose en el fracaso de los sueños, en un enfrentamiento con el estallido de la burbuja económica y sus efectos.
—El eje principal de La habitación oscura es su mirada generacional ante la crisis.
—Escribo sobre la realidad en la que se sitúan mi biografía y mis preocupaciones. Me parecía interesante hablar sobre la crisis desde mi generación, de la misma edad que la democracia y que, a diferencia de las anteriores, no había vivido ningún gran drama, ninguna forma de ética ni de lucha. Al contrario, es la generación del consumo, que tenía mejores expectativas de vida que las de nuestros padres y de repente se enfrenta a la dureza de una situación, sin preparación ni defensas. Este golpe nos da de lleno en el momento de empezar la segunda parte de nuestras vidas. La crisis nos ha convertido en una generación dominada por la incertidumbre, por la obligación de reinventarnos desde la frustración, a marchas forzadas.
—Muestra usted una actitud autocrítica, por no haber querido ver la gravedad de lo que se avecinaba. ¿Un sentimiento de culpa?
—Cada uno, todos, hemos participado de ese gran consenso ideológico y económico llamado burbuja porque pensamos que íbamos a beneficiarnos. Tampoco tenemos muy claro a quién responsabilizar y pedirle cuentas. Estoy en contra de esa acusación de que la mayoría hemos vivido colectivamente por encima de nuestras posibilidades, pero en cierto modo debemos autoinculparnos. Al principio miramos la crisis como espectadores, con cierta fascinación, igual que turistas. Tiene mucho que ver con la manera en que los hechos nos son contados y cómo los medios de comunicación construyen la realidad. Nos habíamos adaptado al discurso de que nos esperaba más crecimiento, más tecnología, más desarrollo, de que vivíamos a salvo, protegidos por el Estado y que la Historia con mayúsculas a nosotros ya nos había pasado.
—Pero esa actitud conlleva ser hormigas estresadas, que los sueños tengan hipoteca.
—Es la forma de vida en la que hemos crecido, en la que nos han educado y que supone seguir corriendo, dando pedales, porque si no lo haces te caes y otros te pasan por encima. Ese permanente seguir hacia adelante, continuar en la rueda, explica por qué seguimos aguantando y no estallamos, que el derrumbe parezca simplemente que se nos ha puesto la vida un poco más cuesta arriba y hay que volver a levantarse y seguir, a pesar de que nos sintamos estafados.
—Un derrumbe cuya metáfora es la habitación oscura donde refugiarse frente a la crisis, las sombras de las relaciones sentimentales y la incapacidad para enfrentar la madurez.
—La habitación oscura nos permite ver nuevas maneras de construir lo sentimental, cómo un espacio normal puede convertirse en un búnker donde la oscuridad es un paréntesis frente al mundo hipervisible en el que vivimos, y al mismo tiempo favorece estímulos más sensibles, otras fórmulas de relación, de crear una comunidad y tener un espacio de seguridad sin los límites que presionan en el exterior, en el que dejar de ser lo que eres fuera. Los personajes eligen esta habitación para evadirse, para reencontrarse, para restañar las heridas de los afectos. Otra gente elige otros refugios, en la familia, en el individualismo, en internet, en el sexo. Cada uno se esconde o se salva como puede.
—El sexo está muy presente en la trama como algo igualmente hipervisible.
—El sexo está omnipresente en casi todo lo que hacemos y vivimos. Nuestras relaciones están condicionadas por esas expectativas derivadas del sexo como objeto de consumo compulsivo e insatisfactorio. En la habitación, al estar a oscuras, el sexo se libera, se convierte en otra cosa, está más descargado de prejuicios morales y también de las imágenes, de los códigos que nos han impuesto la pornografía y la hipersexualización de la sociedad.
—Esta hipervisibilidad, que recuerda a Orwell y el poder de ver sin ser visto, estaba en La mano invisible. ¿Por qué le interesa tanto este tema?
—Me preocupa la extensión de la tecnología como una forma de control, algo muy presente en la realidad actual como hemos visto con el caso Snowden, especialmente en el ámbito laboral. Un espacio en el que se está implantando ese mecanismo de vigilancia y dominación, al margen del debate ciudadano, del consentimiento personal de los trabajadores. Hay todo un mercado de productos y cada vez hay más empresas que asumen estos programas como algo normal. Me preocupa cómo hemos ido aceptando las cámaras de videovigilancia y otras herramientas como el móvil, el GPS, que fomentan ese control, la pérdida de libertad e intimidad.
«El miedo nos gobierna y nos define como personas. Somos una sociedad constantemente atemorizada» —En la novela usted lo utiliza también como un instrumento de combate, ejercido por los que son más vulnerables.
—Quería proponer un debate sobre la insatisfacción que veo cada vez más en la gente sobre las formas de protesta: las mareas, las acampadas, y si sirven realmente para algo o habría que pasar a acciones más contundentes y cuáles podrían ser. En la calle he oído a menudo que el miedo tiene que cambiar de bando. El miedo nos gobierna y nos define como personas. Somos una sociedad constantemente atemorizada. Y en cierto modo es verdad que de alguna manera hay que hacer sentir la vulnerabilidad actual a quienes no la están sintiendo. Una minoría que se siente a salvo y a la que tal vez debería afectarle para que esto realmente empiece a solucionarse. Aunque personalmente creo que la solución pasa por construir colectivamente algo mucho más sólido, la novela es una manera de extender esa vulnerabilidad, de enfrentar al lector con sus propias dudas de hasta dónde se puede llegar, hasta dónde aceptamos espiar y que nos espíen.
—La conciencia política frente a la violencia económica es tratada desde una mirada descreída, escéptica. ¿Considera que el activismo es una postura caduca?
—La gente se ha acostumbrado a salir a la calle dos días a la semana, a retuitear mil veces convocatorias de manifestación y denuncias, a firmar en las webs de recogidas de protesta, pero realmente no ha hecho un cambio de mentalidad para buscar una transformación social y de sus propias vidas. Se nos llena la boca con las grandes palabras: sistema, capital, revolución, pero luego ni somos tan radicales ni queremos ese gran cambio. Para modificar la sociedad tenemos que cambiar primero nosotros, nuestros hábitos de consumo, de relacionarnos con los demás. Estamos viviendo una montaña rusa de la protesta social y no hemos conseguido detener ninguna de las medidas más duras que nos han impuesto. El tiempo pasa y solo hay una retórica exaltada que a la hora de la verdad no se corresponde con acciones. En el fondo, seguimos creyendo que la crisis se va a acabar y volveremos adonde estábamos, a tener la vida que nos prometieron. El capitalismo no está ahí afuera, está dentro de nosotros.
—Además de la construcción de la voz plural que conduce la narración, ¿cuál ha sido el otro reto de La habitación oscura?
—Esa construcción formal a la que te refieres me interesaba mucho. Quería probar con ese nosotros que a veces es la voz de los personajes y otras la voz generacional. Pero sobre todo quería jugar literariamente con las posibilidades del tiempo y del espacio. La oscuridad facilita que se pierdan las distancias, que el tiempo se deforme, probar otros movimientos además de los saltos de una memoria muy visual construida a partir del cine, de ese mecanismo de atrás y hacia adelante. Quería que fuese una novela que respondiese a esa complejidad de la que somos parte y que también está en la forma de pensar, de expresar y responder a la crisis.
—En ciertas partes, la historia que cuenta recuerda a Camus, ¿lo tuvo presente en el desarrollo de la novela?
—No pensé en él cuando escribía pero El primer hombre, su novela inacabada, me parece impresionante y él, tanto literariamente como en clave de pensamiento, me parece fundamental.