José C. Vales: “Mi intención es que los lectores entren en la novela a jugar conmigo”
—Cabaret Biarritz es la historia de la novela inacabada de un escritor que sueña con la fama para dejar de trabajar como negro de una editorial.
—El mundo editorial es una industria que favorece este tipo de trabajos. No sólo en los siglos XIX y XX, también en la actualidad. Hay editores que tienen la idea y le encargan una novela a un escritor. Esto no debe asustar a nadie. No todo es literatura e intelectualidad. También hay una industria basada en el negocio. El joven Miet quiere vivir de la literatura y las circunstancias que se le ofrecen es escribir novelas de céntimos que se venden en los quioscos y cuando tiene la oportunidad de entregarse a una verdadera obra literaria lo hace con pasión pero no sabe cómo organizar los testimonios que ha recabado y muere sin lograrlo.
—A partir de este inicio la historia pasa a ser una sucesión de entrevistas. ¿Una parodia del folletín periodístico que buscaba noticias que durasen en el tiempo?
—Hemingway cuenta muy bien en París era una fiesta cómo los periódicos desarrollaban estas noticias manteniendo viva la curiosidad de los lectores por los sucesos criminales. Esta parodia se mezcla con el género de suspense al estilo de Wilkie Collins con un gran número de sospechosos del crimen que ocurre en 1925 y con unos periodistas que son dos torpes detectives.
—Y hay otro tercer plano que es la traducción de la novela de Miet.
—Desde el principio quería jugar con esos tres planos temporales. El suceso de 1925 que indagan los dos periodistas de Le Petite Gironde, las entrevistas de Miet quince años después y la traducción del francés al castellano que se hace en los años ochenta. Tres planos que tienen interés como estructura narrativa, una cuestión interna de la literatura necesaria para crear una buena historia, pero que el lector leerá de manera fluida como una sola historia.
—De hecho son los únicos que saben que están leyendo una novela. ¿Son una especie de Hércules Poirot que escucha los testimonios, se fija en los detalles y saca sus conclusiones?
—Desde Sherlock Holmes la mayoría de los detectives se han mostrado más interesados en la conducta humana que en los detalles científicos. En esa tradición Poirot escucha y analiza lo que responden a sus preguntas y observa las cosas aparentemente insignificantes. En la novela todos los personajes son unos embusteros que intentan convencer a Miet de que las cosas han sucedido como no han sucedido, y el lector va conociendo a los personajes por lo que ellos dicen de sí mismos y por lo que los demás cuentan sobre los demás. Mi intención es que los lectores entren en la novela a jugar conmigo y que sean ellos los que escuchando a unos y a otros, fijándose en los detalles, decidan muy al final si la tragedia ha ocurrido de verdad o no.
—Además de una intriga, también es una historia sobre la huella del amor adolescente con una atmósfera emocional que recuerda a Jane Austen.
—Me interesa mucho esta trama fundamental sobre la recuperación de ese amor de la juventud que con el paso de los años se convierte en una cosa distinta, nueva, y que tiene una incidencia importante en la trama. Además de Austen, y la idea romántica de poner sobre el tapete los sentimientos, en esta historia de amor está presente lo que Shelley llamó la llama de la divinidad. Esa divinidad que nos corresponde a todos y nos eleva unos centímetros sobre el suelo.
—La historia transcurre en el Hôtel du Palais de Biarritz. ¿Una metáfora de los años veinte o un personaje escénico?
—Biarritz es un paisaje maravilloso. Desde el Palais, que está en el extremo norte del núcleo urbano hasta la playa de Los Vascos, en el extremo sur, hay impresionantes villas, y están el Casino, el Grand Palais que Napoléon III construyó para Eugenia de Montijo, el hotel de los príncipes con sus escaleras aterradoras. Y también es un personaje escénico por el glamour y la atmósfera con la que atraía a los aristócratas, a los buscavidas, a los primeros bañistas con sus trajes de una sola pieza. A la libertad de los años veinte.
—Entre esos perfiles humanos están las mujeres que parecen salidas de los cuadros de Tamara de Lempicka, modernas, vigorosas y etéreas a la vez. ¿Fueron ellas las verdaderas protagonistas?
“En ésta historia de amor está presente lo que Shelley llamó la llama de la divinidad. Esa divinidad que nos corresponde a todos y nos eleva unos centímetros sobre el suelo”— Me he divertido mucho al documentarme y al ver a esas chicas con sus gafas y sus gorros de automovilistas, sentadas al volante, subidas en globo, en busca de la excitación imprescindible de la vida y del amor, y que se saben admiradas. Las mujeres asumieron perfectamente las innovaciones mecánicas, que tanto interesaron al futurismo, porque eran audaces y valientes. Ellas venían del sufragismo y representaban una nueva forma de feminidad que se sentía y se mostraba independiente, libre del paternalismo del hombre y de las autoridades.
—¿Fueron los años veinte una burbuja de champán entre dos guerras?
—Después de la gran masacre de la Primera Guerra Mundial los jóvenes decidieron entregarse con pasión a vivir la vida hasta sus últimas consecuencias. La libertad, el hedonismo, los vicios de cualquier índole fueron esas burbujas de champán que les impidió darse cuenta del peligro que les acechaba, sin saber que pocos años más tarde, después de la Segunda Guerra Mundial, se produciría una severa represión que trajo la censura, los miedos, las sospechas, la quiebra de aquella dorada libertad.
—De hecho, en su novela aparecen los camelots du roi que estaban a favor de Mussolini y de Hitler y provocaban violentos altercados, como el ataque contra una pintora judía.
—Resulta curioso que en aquella época del auge de los fascismos fuesen incapaces de prever lo que estaba a punto de ocurrir. El fascismo les resultaba atractivo porque era una ideología nueva que apelaba a la fortaleza del hombre. A nosotros, ahora, nos resulta una ideología odiosa porque sabemos sus consecuencias pero en aquella época incluso las personas moderadas y modernas se sentían atraídas como cuenta Stefan Zweig en El mundo de ayer y la gente apenas le daba importancia a sus agresiones. Igual que, como se representa en la película Cabaret de Bob Fosse, se burlaban a propósito de los judíos y de los nazis porque ese era el ambiente descreído habitual.
—En la trama también hay una carga de profundidad contra las vanguardias.
—Las vanguardias fueron una renovación estilística y del modo de entender la literatura con más o menos fortuna en determinados casos pero albergaban contradicciones e imposibles y se agotaron en sí mismas. Por eso a la pintora que se esfuerza en ser cubista le preguntan cómo va a pintar las olas con líneas rectas. Las vanguardias y después el modernismo de Bloomsbury, que propuso que todo está en el flujo inconsciente de las personas, dieron pie a la torre de marfil que ha sido una verdadera desgracia porque el escritor que permanece en ella prescinde del lector. El lector es el punto culminante del proceso de contar. Sin el lector no hay literatura. La literatura es un autor que escribe, un libro que se compone y un lector que entra en contacto con las ideas que le proponen. Los manuscritos que están en un cajón no son más que papel para reciclar.
—En Cabaret Biarritz hay otra novela a pie de página en la que el traductor ajusta hechos, añade referencias e incluso parece tomarse licencias. ¿Un guiño a su faceta de filólogo?
—Esto también me ha divertido mucho. Con estas notas de la versión castellana de la historia, el traductor entiende que su voz intelectual como filólogo consiste en aportar datos para completar la historia y darle más claves al lector. Pero también quería que fuese otro personaje más que tiene dudas, sus ideas, sus peleas con el editor porque quiere añadir la receta de la cassoulet de la cocinera que aparece en la novela. Cómo filólogo me gusta ese tipo de ensayos con pies de página y quise hacer un homenaje con humor.
—El humor es un rasgo importante de su estilo, especialmente el británico, más benevolente con las imperfecciones humanas.
—He pasado los últimos años dedicado a la literatura británica y siento debilidad por ese tipo de humor. Creo que es difícil de encontrar un humor más tierno e inocente que este y que es el que a mí me gusta porque muestra curiosidad por los aspectos más humanos y divertidos. Creo que la vida es un cúmulo de asuntos caóticos maravillosos y terribles.