Marta Sanz: “Me interesa una literatura que nos reivindique como ciudadanos”
—Usted acaba de publicar una revisión de su novela Lección de anatomía, cuatro años después de su primera aparición. ¿Qué le ha empujado a volver sobre este autorretrato literario?
—La sensación compartida con Jorge Herralde de que se trata de una novela que no había llegado a todos los lectores a los que hubiera debido y que había que volver a poner encima de la mesa cultural española. Hacerlo significaba una oportunidad de depurar el estilo y de reestructurar de otra manera la materia narrativa de esta historia sobre una mujer que se autorretrata desnuda porque su cuerpo es el texto donde han quedado grabadas sus experiencias.
—El cuerpo como biografía y como discurso. Uno de los temas recurrentes en su obra desde su novela Susana y los viejos, finalista del Premio Nadal.
—Me obsesiona este tema porque el cuerpo femenino ha sido manipulado por una mirada masculina que lo ha fetichizado y comercializado y por otra parte es un mapa en el que queda impregnada su biografía. También porque frente a la visión estética de la publicidad, que nos homogeneiza y nos vende, la mujeres podemos convertir nuestro cuerpo en un instrumento de rebelión y de combate. Me niego a que, como sucede en algunos restaurantes, el cuerpo de la mujer sea una bandeja. Lo que quiero es que sea testimonio de su historia y de la Historia.
—En Daniela Astor y la caja negra abordó el papel de la mujer en la Transición española. Otro enfoque sobre la construcción cultural de la mujer que es el reverso de Lección de anatomía.
—La una se complementa en la otra y ambas responden a la frase de Marguerite Yourcenar de que no andamos faltos de ficciones sino de realidades. Daniela Astor refleja cómo las que nacimos a finales de los sesenta somos las mujeres que somos porque nos hemos construido en función de las bellas imágenes de los mitos eróticos de la Transición. Y utilizo un falso documental para presentar una misma realidad a través del filtro de la edad y del género masculino dentro del que se produce ese discurso. En cambio en Lección de anatomía está la realidad al desnudo, el propósito de dar cuenta de por qué somos las mujeres que somos a través de las miradas y de las relaciones que mantenemos con otras mujeres reales, de carne y hueso. Mi memoria es el reflejo de los relatos ajenos, de las imágenes diferidas que otras mujeres han hecho de mi propia vida. No se puede explicar el yo sin el nosotros. Si mi madre no me hubiese contado la vida de la manera en la que ella la contaba yo tal vez no hubiese tenido la pulsión narrativa que tengo. Nuestra identidad es el resultado de un relato comunitario. Todos somos un Frankenstein de voces.
—¿Podría decirse que una es la literatura como conciencia y otra la ficción del yo?
—La autobiografía no deja de ser otro disfraz de ficción y no sé hasta qué punto, cuando te desnudas públicamente a partir de un yo que se identifica con el autor y también es personaje, eres más honesto o menos. Al iluminar la memoria, al buscar la voz de la conciencia, también inventamos en cierto modo. A veces los disfraces son lo que mejor nos retrata. En el caso de los escritores el hábito hace al monje permanentemente y no olvidemos que la escritura también es una máscara. Como decía Wilde, haya que tener mucho cuidado con lo que uno parece ser porque uno acaba siendo lo que parece.
—Otra de sus novelas, Black, Black, Black en la que aborda la violencia de lo real, es una parodia de la novela negra. ¿Juega usted a los cromos con los géneros? Porque parece que les pone la mano encima para darles la vuelta.
—Elegí el género negro por mi preocupación sobre cómo se había deteriorado el concepto de literatura política y como se la identificaba con un tipo de novela negra que a mí no me lo parece. La literatura política es la que ilumina las zonas oscuras y desagradables de la realidad a través de unos moldes narrativos que no sean complacientes y que inquieten desde la forma y desde el fondo. Si los escritores tenemos el privilegio de hablar desde una posición de poder debemos asumir el riesgo de ser intrépidos, de darle un revolcón a los géneros para desasosegar al lector y abrirle los ojos. La falta de audacia del escritor junto con la pérdida del sentido crítico del lector están produciendo una sociedad cada vez más infantilizada.
«Es fundamental apretar más el nudo que une lo cultural con lo educativo y aflojar las riendas que unen lo cultural con lo espectacular. Todo empieza desde el mundo de la educación»—¿Hay que revitalizar la literatura como aprendió de su admirado profesor y editor Constantino Bértolo?
—Yo intento que mis libros den cuenta desde la humildad y la honestidad de las cosas que me preocupan y que me duelen. Constantino Bértolo no sólo me mostró el funcionamiento del campo cultural, la conciencia de la realidad o la implicación de la literatura con la ideología. Me enseñó que hay que escribir también feo de lo feo y que no se puede utilizar la literatura como un pretexto para estetizar las zonas oscuras de la realidad.
—Recientemente ha publicado No tan incendiario. Un ensayo que responde al malestar, a la incertidumbre, a la necesidad de que la literatura sea insumisa.
—Toda literatura interviene en la realidad como discurso ideológico. Se puede hacer fingiendo una falsa neutralidad, que me parece deshonesta con el lector, o se puede hacer desde los códigos de la literatura comprometida para darle otra vuelta de tuerca a los tabúes, a la ideología invisible de la realidad, a lo que todos damos por asumido como si fuera lógico y no lo es. Me interesa una literatura que cuestione los esquemas retóricos, que se implique en la realidad y reivindique nuestro lugar en el mundo como ciudadanos. Mi referente es Jesús López Pacheco con El homóvil y su preocupación porque la revolución del lenguaje no desplace el lenguaje de la revolución. Yo busco en mis libros que no se deslinde la ética de la estética, las ideas de la textura del lenguaje, que ambos conceptos sean indisolubles.
—¿No pide mucho en una época donde la literatura se asocia a la amenidad y el término compromiso despierta recelo?
— Hace tiempo que se pusieron en tela de juicio las ideologías y las grandes palabras que tenían que ver con la literatura. Por otra parte la política ha instrumentalizado la cultura como guarnición del filete o listas de notables, sin haber sabido entusiasmar a los intelectuales ni a los artistas en proyectos ilusionantes en los que hipotecar una parte de su yo blindado. Y ahora predomina una literatura que impermeabiliza a los lectores de las agresiones de la vida cotidiana. La consecuencia es que los escritores y los artistas ya no somos sacerdotes del templo ni somos respetables. Pero no hay que desistir o recelar de conceptos que representan una actitud, dejar de ser rebeldes y comprometidos, de preguntarnos por qué y para qué escribimos. De que la literatura sea un artefacto comunicativo.
—¿Cree que esa literatura política, que engloba a autores como Chirbes o Isaac Rosa entre otros, corre el riesgo de convertir el tema de la crisis en una corriente comercial?
—Me da pavor que se pueda reducir a merchandising y sea como la imagen del Che impresa en las camisetas de 50 mil descerebrados. También es un error interpretar siempre la literatura política en clave de panfletarismo. Actualmente parece que ir en contra de lo que se considera literario es poner el dedo sobre el punto más sensible del discurso del neoliberalismo que potencia la cultura espectáculo, el lector como cliente, la cantidad por la calidad. Al hacerlo posiblemente no llegues a una gran mayoría y los escritores que hablamos de la crisis, sin ser complacientes ni lavar la conciencia del lector, sólo podamos tener más espacio en el futuro. Hace falta que la literatura no se utilice como placebo, como un mero descompresor. Es fundamental apretar más el nudo que une lo cultural con lo educativo y aflojar las riendas que unen lo cultural con lo espectacular. Todo empieza desde el mundo de la educación.
—La poesía es otro género que vulnera. La escribe para desmitificar la vida interior del yo.
—La vida interior sin la vida exterior es imposible. Nunca me he creído esa visión romántica de la poesía como manifestación del yo más íntimo de un autor. Yo escribo poemas que no suenan a poemas y estoy convencida de que el autor te puede estar mintiendo de la misma manera que en una novela. La poesía me interesa para hablar de la memoria como la antípoda perfecta de la nostalgia y del objeto de venta comercial. Sólo me interesa la memoria para recolocar el presente, para saber lo que somos ahora y seguir avanzando.