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La ética recuperada

Alberto González Troyano  |  Firma invitada · Mercurio 161 - Mayo 2014
  • In Firma invitada · Mercurio 161
  • — 29 Abr, 2014
Savater-tenedor

© ASTROMUJOFF

Al iniciar su labor hace más de cuarenta años, Fernando Savater tuvo una intuición, de la que por fortuna ya no ha querido desprenderse: su escritura —cualquiera que fuera el tema elegido— debía ser también una tarea literaria que le permitiera borrar las fronteras habituales que obligan, en nombre de un supuesto rigor, a separar la reflexión filosófica de la literatura, y la investigación del ensayo creador. Esto le supuso alejarse del refugio teórico de los especialistas y de las jergas de los expertos. Consecuente con aquella misma elección, recurrió también al artículo periodístico como un molde idóneo para dar cuenta de su postura ante los problemas que acuciaban a la gente, sin dimitir por ello de las exigencias propias de los trabajos extensos. Este trasvase del libro a la página efímera como medio válido para transmitir las ideas —igual que habían hecho antes Unamuno y Ortega— dio nueva vida, en la España de los setenta, a periódicos y revistas. Desde aquellos artículos fundacionales de Triunfo, Savater mostró que cuando se tienen cosas que decir, si se sabe adecuarlas, el formato no importa. Lo indispensable era contar con una voluntad estilística capaz de exponer un pensamiento crítico y lúcido en un marco de clara y acorde transparencia formal. Sin olvidar que tras el discurso reflexivo podía insinuarse, además, una cierta intriga narrativa, consiguiendo así para la filosofía “un nuevo estatuto de género literario”.

Pero junto a estas decisiones formales, otro rasgo acompañó también los primeros escritos savaterianos, anunciando otra singularidad expresiva destinada a perdurar: un entusiasta ímpetu combativo, que tal vez vino, en principio, exigido por la conflictiva situación española de los setenta. En aquella época costaba transmitir nuevas ideas, dada la resistencia e inercia existente. Sin embargo, tal vez gracias a estas dificultades iniciales, se forjó la pasión vitalista y polémica que tanto le ha caracterizado; actitud tanto más apreciable cuanto que un pensamiento débil y condescendiente cobraba cada día mayor presencia. Se trataba, pues, de una pasión discursiva y vehemente, pero siempre alimentada con ingeniosos toques de humor e ironía.

Los rasgos anteriores se han resaltado no por parecer los más significativos de la escritura de Fernando Savater, dado que ni la lucidez expresiva ni la pasión polémica explican por sí solas los logros y la celebridad de una obra como la suya, pero sí constituyen el entramado sobre el que se asientan sobre todo los escritos que atañen al compromiso cívico y ciudadano. Savater ha tenido, a lo largo de estos años, el olfato intelectual y la clarividencia para captar el interrogante, el conflicto merecedor de más inmediata atención. En otro paralelismo evidente con la labor de Ortega, ha sabido siempre discernir y enfrentarse con el “tema fundamental de nuestro tiempo”.

Así, en unas ocasiones quiso recuperar las lecturas de su infancia, que pasaron desde entonces a ser los libros de todos. Pero en otros momentos adivinó que para nuestro país no había tarea más urgente que la fundamentación de una ética basada en la ilustración del egoísmo y en un apasionado interés por el bien propio; con la consecuente vinculación entre la virtud y el placer, sin que por ello deba disminuir la solidaridad colectiva o el deseo individual de paliar las injusticias sociales. Con esa actitud ética recuperada, le ha sido posible argumentar día a día los más fecundos debates ideológicos, entre ellos el que le ha permitido desengañar a los lectores de las idílicas y polvorientas ilusiones nacionalistas.

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