Aprendizaje amoroso, literario y político
Alguien dice tu nombre
Luis García Montero
Alfaguara
252 páginas | 18 euros
Distinguía Bécquer entre una poesía magnífica y sonora, hija de la meditación y el arte, y otra natural, breve y seca que brota del alma como una chispa eléctrica. Si esta diferencia se pudiera aplicar a la narrativa, se contrapondrían el relato artificioso y el de apariencia sencilla, este último pensado para alcanzar las proporciones de la imaginación que impresiona, por seguir con la argumentación becqueriana. Podrían valer estas dos modalidades para describir la intención de Alguien dice tu nombre, novela en la que Luis García Montero, gran conocedor del poeta sevillano, cuenta una historia sin grandes artificios aparentes con el propósito de estimular la imaginación del lector para que encuentre ciertas razones que explican una época reciente de nuestra historia. Ese tiempo son los años 60, es decir, los largos amenes del franquismo camino de un cambio social y político profundo.
En buena medida, García Montero sigue en su reciente dedicación a la narrativa los criterios que inspiran la novela histórica: explicar el pasado con intención no explícita de ejemplaridad presente. Ese fondo velado, pero no oculto, inspiraba tanto su reconstrucción imaginativa de la biografía de Ángel González, Mañana no será lo que Dios quiera, como su segunda novela, No me cuentes tu vida, crónica de la Transición a partir de una desavenencia generacional. También sostiene Alguien dice tu nombre, donde explica la adquisición de una conciencia crítica de signo político de un joven universitario, León Egea, algo mayor que el propio autor pero en quien se intuyen vivencias personales y formativas parecidas a las suyas. El escenario de la acción es la Granada nativa del escritor. El profesor que estimula la vocación y despierta el compromiso social de León apunta a un doble de su maestro, Juan Carlos Rodríguez. Y el apellido del protagonista acaso homenajee a su íntimo amigo el poeta prematuramente desaparecido Javier Egea, cómplice en la elaboración de la poética llamada “la otra sentimentalidad”. Es más, las novelas de García Montero no dejan de ser el cauce en forma narrativa de la combativa poesía de la experiencia.
La recreación histórica a partir de un sustrato biográfico de emociones se vuelca en una trama sencilla, aunque de desenlace sorprendente un tanto guiñolesco. León encuentra trabajo en una pequeña oficina editorial. Se enamora de una empleada mayor que él. Hace de Lazarillo del misterioso vendedor de enciclopedias. Comparte con sus compañeros cafés y charlas en un bar. Conoce los trapicheos de su jefe, un oportunista del Régimen. Evoca su rebeldía en el pueblo originario frente al cacique local. Todo ello lo refiere en la novela que leemos, que es, también, y no con importancia secundaria, una reflexión sobre los principios que deben inspirar una literatura realista basada en la observación y la memoria, y, como se ve al final, en el compromiso del escritor con la realidad y la vida.
Aunque la ciudad sea una Granada de ambiente “marchito, espeso y descabezado” en aquel verano de 1963, oculta otra vida ilusionante, la recomposición clandestina del descabezado Partido Comunista local. Las apariencias esconden un fermento de cambio. A esta ilusión en un futuro distinto se suma sin reservas León. En poco tiempo el chico ha redondeado el proceso de su maduración. Y lo que escribe es un relato clásico de triple aprendizaje: amoroso, literario y político. Con esa forma de aspecto poco pretencioso, hace García Monteo una historia amena, emotiva, a veces irónica y con pasajes divertidos que aplaude algo de valor actual: la fe en la posibilidad de cambiar la realidad.