Mario Gas vs. Lluís Pasqual
Dos de los directores más reconocidos de la escena española, Mario Gas y Lluís Pasqual, ambos con amplia experiencia en el montaje o la representación de sus obras, conversan sobre su común pasión por Shakespeare
Todos podemos llegar a imaginar lo que le pasa a la mayoría de los personajes de Shakespeare. Todos podemos sentir que el cielo ha sido injusto con nosotros en algún momento, como le pasa a Ricardo III. Todos podemos tener ganas de vengar una afrenta que llevamos en lo más profundo, como hace Hamlet. Todos tenemos puntos comunes con sus personajes, pero ninguno de nosotros sabe decirlo, en cambio Shakespeare, como además es poeta, utiliza palabras que contienen mucho dentro, son muy evocadoras, están llenas de matices, lo cual te permite afinar los sentimientos, no necesitas otras. Shakespeare te devuelve mil por uno, hay que dejarse llevar por lo que él cuenta, porque si te equivocas te escupe, hay cosas que son verdad de una manera y no de otra. La forma puede ser cualquiera, porque en arte todo está permitido, sólo depende de la profundidad, talento y sintonía con que hayas sabido resolverlo. Es inagotable, no hay más que ver que de momento ha hablado a todas las épocas”.Estas son algunas de las frases que se cruzan entre dos de los creadores escénicos más brillantes de nuestro país, Lluís Pasqual (Reus, 1951) y Mario Gas (Montevideo, 1947). Ambos comparten, además de la pasión por el teatro, el haber crecido en Cataluña (Gas nace en Uruguay en una gira de sus padres, él cantante y ella bailarina, de teatro lírico y musical), el haber iniciado su andadura escénica en el teatro universitario barcelonés, el haber vivido largo tiempo en Madrid, y otras ciudades, el haber dirigido teatros públicos (Pasqual el Centro Dramático Nacional y el Odéon-Théâtre de l’Europe en París y Gas el Teatro Español de Madrid) y el ser dos profundos admiradores y conocedores de la obra del más grande dramaturgo de todos los tiempos: William Shakespeare. A los vínculos citados hay que añadir una cierta complicidad en su manera de entender el teatro y, por tanto y desde su óptica, de entender la vida y la sociedad que les ha tocado vivir.
Pasqual ha vuelto, como director escénico de teatro y ópera, una y otra vez a Shakespeare a lo largo de su brillante trayectoria profesional, transitando por sus comedias y por sus tragedias. Se inició con Como gustéis —de la mano del prestigiado Teatre Lliure que fundó en los años setenta con Fabià Puigserver— y otro Shakespeare ha sido su último montaje, un espectacular Rey Lear con el que ha cosechado varios premios importantes, al igual que su protagonista, la actriz Núria Espert, que ha tenido la valentía y el acierto de meterse en la piel del viejo monarca a sus 81 años. Entre un trabajo y otro acometió Julio César, Hamlet, La tempestad, más alguna reposición, sin olvidar su Falstaff operístico.
Mario Gas ha vuelto una y otra vez, repitiendo hasta la saciedad, a la lectura shakespeareana. Desde joven ha llevado en su apretada mochila —es actor, director de cine y de teatro, doblador y agitador cultural— proyectos relacionados con el autor, pero unas veces no han visto la luz escénica por azar y otras porque algunos éxitos no le dejaban saltar con rapidez de unos trabajos a otros. Reconoce que siempre le ha dado muchas cosas, como cuando dirigió un Otelo en 1994 o protagonizó Julio César ahora hace dos años. En la recámara baraja otros proyectos, pero no dice los títulos ni bajo tortura, porque tiene claro que los llevará a cabo. Aunque lo más posible es que los elegidos estén entre sus dramas históricos o sus tragedias, ya que a Gas le gustan más que las comedias shakespeareanas.
A la búsqueda del espectador
Lluís Pasqual, otro tanto. Planea acercarse a otras obras de Shakespeare, pero no piensa decir cuáles: “La elección de un texto suyo depende de cómo esté uno de ánimo, de energía, de los actores de que disponga…” Ambos sostienen que Shakespeare obliga a un director, o a un actor, a algo que para ellos es un regalo: “Te obliga a un acto de fe”. Para los dos se trata de textos que, no saben por qué, adquieren verosimilitud de manera inmediata, a pesar de utilizar un lenguaje que no es el que habla la gente: “Como buen empresario, pensaba mucho en el espectador, va conduciendo al público”, comenta Pasqual; y remata Gas: “Es todo lo contrario al autor de élite que vive encerrado y mientras escribe está pensando: ‘a ver quién me estrena’. En el caso de Shakespeare, es él quien sale a la búsqueda del espectador. ¿Cómo lo consigue? Pues no lo sé, pero tiene un profundo conocimiento del auditorio y empleando un símil taurino podría decirse que torea al público con maestría”.
Lluís Pasqual: “Estamos hablando de un misterio, y no se trata de si Shakespeare es uno o varios autores, sino de cómo es posible que alguien tenga dentro de sí esa estructura, ese ritmo, esos colores, esos caracteres, esa partitura de sentimientos tan completa”Borges decía que Shakespeare era el menos inglés de los autores ingleses, por aquello de que utiliza la hipérbole, el exceso, lo que inevitablemente lo acerca más a los escritores latinos. Aunque Pasqual tiene claro que el Bardo no se parece a nadie: “Todos se parecen a él de alguna manera. Es como lo que dice Borges en ese texto corto y memorable, en el que afirma que cuando Shakespeare llega a Londres asume ese aspecto del dios Proteo”. Ese texto termina diciendo que cuando Shakespeare estuvo en presencia de Dios, antes o después de morir, preguntó: “¿Pero yo quién soy?”, y el otro, como única respuesta, le respondió: “Yo tampoco sé quién soy”. Gas, que escucha con una pose muy suya de brazos cruzados y cabeza en alerta, lo que denota que presta atención, le espeta: “Borges siempre tan directo”, y los dos ríen abiertamente con un gesto de asentimiento que resalta su total acuerdo.Un lenguaje propio
Pasqual retoma la conversación donde la dejó y afirma que el texto del argentino le parece uno de los más reveladores y significativos: “Porque estamos hablando de un misterio, y no se trata sólo de si Shakespeare es uno o varios autores, de si escribió él todo o le ayudaron, hablamos de cómo es posible que alguien tenga dentro de sí esa estructura, ese ritmo, esos colores, esos caracteres, ¿cómo puede alguien tener esa partitura de sentimientos tan completa…? No hay más que ver que en el teatro inglés no encontramos algo más o menos similar hasta el siglo XX, con Samuel Beckett”, apunta el director, que acaba de terminar hace pocas semanas las representaciones de El rey Lear.
Tanto Gas como Pasqual coinciden a la hora de asegurar que en el caso de Shakespeare poco importó el que fuera una persona con una formación académica escasa, aunque se le considere un lector voraz. Los dos señalan que hay que tener en cuenta que, en el siglo XVI, eso podía significar haber leído treinta o cuarenta libros, antes de convertirse en un dramaturgo para la eternidad.
Mario Gas: “Crea una realidad nueva que supera, con mucho, las fuentes en las que se inspira, con una riqueza tan grande que es lo que permite, desde el punto de vista escénico, que cada época lo traduzca y lo lea a su aire, desde diferentes ópticas u objetivos”“Como en todo innovador y poeta —señala Gas—, a nosotros lo que nos importa es esa capacidad de transformación y de creación de un lenguaje propio, que tiene tanto de inglés como de cualquier otro ámbito de la cultura occidental. Es un iniciador y lo que nos interesa es lo que nos ocurre cuando leemos y vemos los textos de Shakespeare. Lo otro pertenece a la filología humana o literaria, ver quién es, si es uno o diez o treinta, qué más da. Lo que sorprende es la acumulación de potencialidades en una sola persona, en una serie de textos impresionantes todos, ahí es cuando emparentas con el misterio que decían Borges y Lluís. Y sigue siéndolo. ¿Por qué vamos a descubrir más? Sus obras siempre son lugares de los que puedes extraer visiones parciales. Siempre están ahí, van dejando los montajes indemnes para poder abordarlos desde otra perspectiva. Literaria y humanamente, no deja de tocar las profundidades del alma, de los mecanismos del poder, de todo”.Humanismo pagano
Cuando Pasqual dice que después de Shakespeare no encuentra nada igual en Inglaterra hasta llegar a Beckett, no se refiere tanto a la riqueza literaria, sino a la genialidad: “Es una palabra que hay que aplicar lo menos posible, pero en este caso es inevitable. Y eso que parecía que Shakespeare tenía todas las de perder. No hay que olvidar que escribía para una compañía… Es curioso que tres grandes hitos y escritores extraordinarios del teatro universal también funcionaban así”. Los otros dos serían Chéjov y Goldoni, pero Pasqual no desdeña añadir a Molière y lógicamente a los griegos: “Escribían para una compañía formada por ellos mismos, no estamos ante el caso del poeta que se encerraba en su casa a crear”.
Se acepta que Shakespeare era autor, actor, director e incluso empresario: “No sabemos muy bien lo que era”, apostilla Gas, que sostiene que en cualquier caso sí que se mueve en un contexto muy pragmático: “Eso también sorprende mucho, no es el autor que guarda las obras en un cajón de su casa, del que se dice cuando se descubren: ‘¡Qué genio era este hombre!’. No fue así, está claro que trabajaba el día a día, y por ahí surge esa especie de esplendor”. Su interlocutor asiente y añade: “También hay algo del momento histórico, si lo comparamos con el equivalente del teatro español de su momento o de muy pocas décadas más tarde. Hay dos temas en nuestro teatro clásico que ocupan siempre un plano preponderante: uno es el honor y el otro es Dios”. Pasqual confronta a Shakespeare con nuestros barrocos y vuelve a aparecer en su sonrisa ese gesto que delata la pasión y admiración por el autor inglés: “Dios sale una sola vez y en plural en El rey Lear y no aparece nunca más en Shakespeare; el honor sale una sola vez en Falstaff y en un monólogo irónico, casi de cachondeo”, apostilla. A Gas, por su parte, sólo le queda matizar que se trata de dos culturas distintas. Y ambos sueltan frases que corroboran lo que mantienen; las dicen sin pisarse, pero sin pausas ni silencios, como si hubieran estado tiempo ensayando esa esgrima verbal: “En la Inglaterra shakespeareana han roto con la Iglesia…, hay un aire de paganismo humano…, o de humanismo pagano…, un corte de tipo existencial…, algo que el teatro del Siglo de Oro no tiene”.
Antecedentes literarios
Ambos recuerdan que detrás de Shakespeare están los autores latinos, las recopilaciones previas, todos los que pudo leer o los que pudo imaginar, “pero sin ningún pudor y sin ningún deseo de originalidad”. Para Pasqual lo extraordinario es que el inglés, “que es una lengua elástica, sea capaz de inventar tanto, tantas palabras…, algo que el castellano ni se permite, ni se puede permitir”. Gas precisa: “No olvidemos que el teatro español de la época es el de la Contrarreforma”. Lo que hace Shakespeare es lo mismo que hace Bertolt Brecht: “Aunque no con tanta fortuna. El método Brecht no es otro que tomar obras que se modifican, como hizo el dramaturgo alemán con pasajes de la mitología clásica, con las sagas nórdicas y con tantos otros textos”.
Para los dos es un error afirmar que Shakespeare copiaba muchas de sus obras. “Copiar es una palabra moderna —afirma Pasqual—, eso no era copiar, y de hecho no hay ninguna obra de Shakespeare, que yo recuerde, que no tenga antecedentes literarios, teatrales, en forma de épica o de poema, narración o lo que sea; él toma todo ese material y hace un puzle, como los guionistas del cine…, porque si uno rasca ve que detrás de El rey León está Hamlet”. Gas, en clara consonancia con su compañero, apunta: “El autor de Macbeth crea una realidad nueva que supera, con mucho, las fuentes en las que se inspira, con una riqueza tan grande que es lo que permite, desde el punto de vista escénico, que cada época lo traduzca y lo lea a su aire, y que en cada momento se pueda interpretar desde diferentes ópticas u objetivos”. Lo que les admira es que sea tan buen poeta, tan profundamente conocedor de las contradicciones del ser humano, de los mecanismos del poder: “Sorprende, pero es así. Como dice Brook, nos explica de qué materia estamos hechos. ¿Quién está detrás? No se sabe. ¿Qué pensaba? No se sabe. Todos los personajes son de similar intensidad. Otelo la tiene, pero encontramos personajes en Hamlet que la tienen igualmente con una intervención de doce líneas, y así también la nodriza de Romeo y Julieta”. Pasqual y Gas coinciden de nuevo al poner de relieve la espectacular dosis de pragmatismo de Shakespeare o al elegir, entre las múltiples adaptaciones de sus obras al cine, las de dos realizadores que brillan con luz propia, Orson Welles y Akira Kurosawa: “Son versiones de cine y teatro puro, sin ningún tipo de pudor, los dos son muy concretos y logran el nivel de abstracción que requiere el teatro, y que el cine a veces escupe”.