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Biográfica Britania

María Jesús González  |  Mercurio 166 · Temas - Diciembre 2014
  • In Mercurio 166 · Temas
  • — 30 Nov, 2014
La biografía ha mantenido su pujanza en el universo anglosajón, convertida en referencia internacional tanto por su calidad y abundancia, como por la amplitud de sus intereses
Biografias-4

© ASTROMUJOFF

“¡Qué delicada y decente es la biografía inglesa,
bendita sea su boquita recatada!”

Así ironizaba Carlyle sobre la biografía que se escribía en la Inglaterra del siglo XIX: semihagiográfica, ejemplarmente heroica y detallada en lo público, pero sospechosamente moral y aséptica en lo privado. Tras haber ofrecido joyas de audacia y penetración, como las obras de Boswell o Lockhart, el género parecía sumergirse en una bruma de respetabilidad paralizante. Sin embargo, superada la “infección” victoriana —esa herrumbre que según Virginia Woolf penetró más que en los muros, en el alma de toda una época— la biografía británica inició un despegue espectacular. Despegó en modernidad, con el desafío irónico y preciso de Lytton Strachey y el audaz acercamiento psicológico de Edmund Gosse. Pero también se incrementó y cualificó su producción y popularidad. En 1928, el diplomático y escritor Harold Nicolson, en su opúsculo titulado The development of British Biography destacaba: “las biografías escritas y publicadas en este país son innumerables”. Se preguntaba el porqué de su éxito y analizaba el ascendiente de una biografía pura cuyos rasgos la alejaban de la impura: conmemorativa, hagiográfica y excesivamente impregnada de la subjetividad del autor. Consideraba la tolerancia religiosa, la seguridad política, la convivencia cívica y la valoración del individuo, entre otros, como factores que alimentaban un “espíritu de la época” al que correspondía un reflejo en el género biográfico y su consumo: “El interés inteligente en la biografía se está incrementando. Cuanto menos cree la gente en teología, más cree en la experiencia humana, y es en la biografía donde pueden hallar esta experiencia”.

Superada la “infección” victoriana, con su bruma de respetabilidad paralizante, la biografía británica inició un despegue espectacular. Despegó en modernidad, pero también se incrementó y cualificó su producción y popularidadA lo largo de los siglos XX y XXI la biografía, esa “hija ilegítima de la historia y la literatura” —como fue considerada durante mucho tiempo— ha mantenido su pujanza en el universo anglosajón. El producto británico se ha convertido, además, en referencia internacional tanto por su calidad, como por su abundancia y formidables incursiones en personajes ajenos a los nacionales: en el plano literario (el Proust de G.D. Painter, el Ibsen de M. Meyer), en el científico (el Oppenheimer de R. Monk) o en el político (el Hitler de I. Kershaw o el Olivares de J.H. Elliott). Y sin embargo, las relaciones de la biografía con el mundo académico y fundamentalmente con el de la historia, no han sido demasiado buenas hasta fechas relativamente recientes. Tras la II Guerra Mundial porque imperaron corrientes interpretativas anti-individualistas (y por ende altamente reticentes a la biografía) como la Escuela de los Annales o la marxista. También porque la biografía —atractiva “princesa del pueblo”— se asentaba cómodamente en los dominios de los best-seller, lo que la alejaba de la respetabilidad académica. Finalmente, porque la profesión de biógrafo siempre ha mantenido en Gran Bretaña una independencia y consideración pública excepcionales e inéditas en otros ámbitos internacionales. Así, algunos de los grandes biógrafos históricos o literarios británicos no son académicos.

Pero en la “guerra fría” entre biografía y academia se fue produciendo un deshielo: los enfoques más clásicos (social, cultural o político) y ciertos posmodernos recurrieron a la biografía como valiosa herramienta metodológica y narrativa. En la actualidad unas 80 instituciones, entre universidades, colleges y centros privados, ofrecen cursos de escritura biográfica en Gran Bretaña. Entre ellas destacan el Oxford Centre for Life-Writing y las Universidades de Buckingham o East Anglia, donde se imparten seminarios, maestrías y doctorados en biografía. La Arvon Foundation dedica una sección docente a life writing desde mediados de los noventa. Importantes diarios, como The Guardian, organizan cursos sobre escritura biográfica. Existe un activo Biographers’ Club y el género es reconocido por prestigiosos premios.

Al margen de esta institucionalización, el ethos biográfico imperante en las islas se manifiesta de manera difusa en el culto a los obituarios; en la pasión por los retratos materializada en una National Portrait Gallery sin parangón en otros países europeos; en un espléndido Diccionario Biográfico de origen decimonónico recientemente modernizado y reeditado; en los Who is Who; en juegos de mesa como el “Family History Box” que apelan al gusto autobiográfico y genealogista; en las series de TV o en las cifras que desde finales de los noventa alcanzan las publicaciones anuales de biografía y “sobre” biografía. Se diría que Gran Bretaña es una suerte de jardín del Edén biográfico.

Pero todo paraíso tiene su serpiente… y esta ha aparecido en forma de amenaza de crisis. Son ya varias las voces autorizadas que en los últimos años la han proclamado, utilizando términos tan alarmantes como declive, esclerosis o incluso muerte.

Lo más curioso es que, al tiempo que se pregona esa presunta crisis, se multiplican en el ámbito anglosajón los libros que incluyen en su título el término “biografía” como gancho o como filosofía narrativa. Entre 2000 y 2014 se han publicado las biografías de Dios, del diablo y del universo; de alimentos como el té, las patatas o la cerveza Guinness; biografías de lenguas, de ciudades o monumentos, de conceptos como la cuestión judía, el mito o el cero; de enfermedades como la talasemia, la diabetes o el asma; de objetos científicos y hasta de la vagina (por la americana N. Wolf). Claramente, al margen de su contenido, el concepto atrae: vende. También se han sofisticado los métodos y se han producido fecundos préstamos interfronterizos que han enriquecido y complejizado el acercamiento biográfico clásico.

¿Podemos hablar de crisis? Tal vez en su sentido etimológico de transformación. Pero, independientemente de los avatares historiográficos, para un género que se nutre de la crisis de la fe teológica, el ambiente no podría ser más propicioEntonces ¿qué se denuncia? En algunos casos el (lógico) agotamiento de la fórmula tradicional. Pero además, no tanto la técnica en sí como su objeto; o más bien su sujeto. Se critica un exceso de cosecha tal que casi ha acabado con monarcas, novelistas, políticos o artistas de interés y que conduce a un recurso reiterado a personajes comerciales o menores (no siempre útiles o bien planteados como microhistorias). K. Hughes alude a un “canibalismo biográfico” que se ceba en la enésima biografía de los grandes personajes sometidos a revisión política o posmoderna: “las seis esposas de Enrique VIII redibujadas como las heroínas posfeministas de Sexo en Nueva York” —ironiza. Se destaca la mediocridad de los potenciales sujetos futuros, como esos escritores contemporáneos, “que no tienen vidas excitantes y aprenden el oficio en academias de escritura creativa”, o de los nuevos políticos “jóvenes, fugaces, mediocres”. Para otros lo que falla es la perspectiva aplicada, que ya no debe ser de la cuna a la tumba, sino iluminadora de un episodio o un problema. Reviviendo el aserto del Dr. Johnson (“podría escribir la biografía del palo de una escoba”) hay quien reniega de los grandes personajes para añorar “un nombre elegido a ciegas en la guía telefónica”, como propone J. Uglow, o para realizar el (exitoso) experimento de narrar hacia atrás la vida de un mendigo alcohólico, como ha hecho A. Masters.

¿Podemos hablar, pues, de crisis en la biografía británica? Tal vez en su sentido etimológico de transformación. Pero, independientemente de los avatares historiográficos, para ese género que Nicolson definió como sensible al espíritu de su tiempo y que se nutre de la crisis de la fe teológica, el ambiente no podría ser más propicio. Una crisis de fe teológica —incluyendo en ella a las grandes teorías políticas— afecta al emerger atomizado, vulnerable o desafiante de individuos que quieren mostrarse, entender y entenderse. Hay un confuso ruido de yoes. Millones de blogs, facebooks, selfies y sobreabundancia de programas de cotilleo caricaturizan esa sed de vidas y experiencias. Si todo esto influyera en una metamorfosis de la producción biográfica “seria”, en Gran Bretaña el terreno estaría ya largamente abonado y preparado para cualquier renovación. Los biógrafos tienen utillaje. La Academia les respeta y arropa… Life (writing) goes on!

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