Del papel a la tele (y viceversa)
El libro se ha hecho serie con facilidad porque las historias de grandes personajes, continuadas en entregas sucesivas, exigen que la aventura nunca acabe
Entre la planificación fragmentada, nada explícita, pero turbadora de la escena donde Clara Aldán se masturbaba desde el cuerpo y el gesto culpabilizado de Charo López y esa otra donde Emilia Clarke, en el rol de Daenerys Targaryen, es poseída brutalmente por su esposo Khal Drogo de forma explícita, mientras las lágrimas ahogan su dolor, han pasado muchas cosas. Hablamos de escenas impactantes en la historia de la televisión: dos series, una nacional emitida en 1981 en la (casi) única cadena que entonces podía verse en España, y otra, estadounidense creada para una televisión de pago, que puede verse hoy (casi) simultáneamente en millones de pantallas —de televisión, sí, aún, pero también de ordenadores, tablets, móviles— del mundo entero. Ambas nacieron de la literatura. Los gozos y las sombras sigue siendo una de las mejores series españolas adaptadas de un libro, la trilogía con la que Gonzalo Torrente Ballester se acercó a la Galicia rural de los años treinta. La segunda, Juego de tronos, surgida de la saga Canción de hielo y fuego del novelista George R. R. Martin, a quien ya le ha pillado el toro de la versión fílmica, lleva cinco temporadas arrasando audiencias globales con esa mezcla de mundo medieval, diálogos y traiciones shakespearianas, mucho sexo, fantasía y una producción artística propia de filmes de alto presupuesto. La serie más laureada en los Emmy en los últimos años. Si nuestros gozos le cambiaron la vida a Charo López, los juegos de ambición entre Lannisters, Starks o Targaryens van a asegurarle a Peter Dinklage ser el enano más famoso de la historia de la televisión.El trasvase de historias que nacieron para el papel y han acabado transformadas en imágenes seriadas ha sido constante, desde los inicios del cine a la televisión. Pero historiar con rigor esa historia precisaría de muchas páginas. Sin mucho esfuerzo la memoria recuerda cómo muchos clásicos fueron visualizados en la tele. Así Un mundo feliz de Huxley, Yo, Claudio de Graves, En busca del tiempo perdido de Proust, la Biblia, aquel Raíces que encarnó en Kunta Kinte el drama de la esclavitud, el actor hindú Kabir Bedi haciendo del Sandokán de Salgari en los años setenta… Y no hablemos de Dickens o las hermanas Brontë, Conan Doyle y su Holmes o Agatha Christie y sus Poirot y Mrs. Marple, verdaderos filones para la mejor cadena televisiva del mundo, la BBC, con decenas y decenas de adaptaciones.
En la España de las varias cadenas, la mejor serie contemporánea es, sin duda, Crematorio, adaptación para Canal Plus de la novela homónima del malogrado Rafael Chirbes, que tuvo una audiencia minoritaria. Todo lo contrario del éxito que supuso para Atresmedia el melodrama de María Dueñas El tiempo entre costuras. La novela española más adaptada, en televisión, cine o dibujos animados, ha sido, lógicamente, nuestro Quijote, llevado a la imagen en sesenta y siete ocasiones. Blasco Ibáñez con dos novelas (Cañas y barro y La barraca) y Galdós con cinco, fueron un éxito en los primeros años de la democracia. La más famosa, de la que ahora se va a hacer un remake, fue la Fortunata y Jacinta (1979) que dirigió Mario Camus con Ana Belén de protagonista.
Así como la novela creció en la prensa del XIX que amparaba el truco imbatible del continuará, gracias a su edición por entregas, muchas de las series de los últimos años serán consideradas como la narrativa esencial de este períodoEl libro se ha hecho serie con facilidad porque las historias de grandes personajes exigen que la aventura nunca acabe. Y así como la novela creció en la prensa del XIX que amparaba el truco imbatible del continuará, gracias a su edición por entregas, muchas de las series de los últimos años serán consideradas como la narrativa esencial de este periodo en el futuro. Un folletín contemporáneo, sexuado y fantástico, es la serie True Blood, adaptación del guionista Alan Ball (escritor y creador de American Beauty y Six Feet Under) basada en la franquicia de Charlaine Harris, que ironiza con la moda de los vampiros. Y no deberíamos circunscribirnos al mundo de carne y hueso: cómo no recordar esos novelones con niño sufriente que acabaron siendo animes japoneses. Con Heidi y De los Apeninos a los Andes, más conocido como Marco, aprendimos a llorar en familia las tardes de los sábados. Y el camino contrario: las sagas de los héroes de cómic. Si Superman fue un éxito en la televisión incipiente de los EEUU tanto en animación como con Christopher Reeves de machote de acero en blanco y negro, y aún sigue dando de sí hoy (Supernatural, Smallville, Lois y Clark, Supergirl…), la Marvel se ha lanzado ahora a conquistar la televisión con sus franquicias: de entre todas, destaca la adaptación que en Netflix se ha hecho este año del personaje Daredevil. O, cómo no, The Walking Dead, una serie de zombies de culto masivo, aún en emisión, que salió de los comics de Robert Kirkman y Tony Moore.La lista es interminable y la televisión actúa ya como un reclamo de garantía para los grandes directores, estrellas y productores de Hollywood: Boardwalk Empire (Martin Scorsese); House of Cards, basada en una novela de Michael Dobbs (David Fincher y Kevin Spacey), la varias veces premiada en los Grammy de este año Olive Kitteridge (Frances McDormand) sobre la interesante novela de Elizabeth Strout; The Pacific (Steven Spielberg) sobre la novela de Robert Leckie Mi casco por almohada, o una de las mejores miniseries actuales, Show Me a Hero, donde el maestro David Simon adapta el libro homónimo de Lisa Belkin.
No es solo cosa de los EEUU: Fassbinder adaptó en Alemania el Berlin Alexanderplatz de Alfred Döblin en 1980. Eduardo Mignona hizo lo propio con los cuentos de Horacio Quiroga para la televisión pública argentina. En Portugal tanto Raúl Ruiz como Manoel de Oliveira adaptaron novelas de Camilo Castelo Branco. En Suecia Henning Mankell reescribió a su propio detective, Wallander, que en la versión de la BBC fue interpretado por Kenneth Branagh. En Francia Bruno Cremer se convirtió durante tres lustros en el inspector Maigret de Simenon.
Pero el camino entre el libro y la televisión no es de una sola dirección. Series como Mad Men, Lost o Breaking Bad cuentan con decenas de ensayos publicados y no hay crítico que no haya reparado en que un libro sobre series se leerá más que otro sobre Philip Larkin. Nueva York en serie (Léeme); Los héroes están muertos: Heroísmo y villanía en la televisión del nuevo milenio (Dolmen); La caja lista. Televisión norteamericana de culto (Laertes); Hombres fuera de serie (Ariel), de Brett Martin; o Juego de tronos. Un libro afilado como el acero valyrio y Los Soprano forever. Antimanual de una serie de culto, ambos publicados por Errata Naturae, editora de uno de los mejores ensayos de televisión escritos en España, Teleshakespeare, de Jorge Carrión, son algunos de los más destacados. Si se quiere tener una visión histórica bien documentada, hay que recomendar el título Series de culto (Timun Mas), un nuevo trabajo del crítico Toni de la Torre, especialista en este foco de la narrativa humana que, felizmente, aún sigue nutriéndose de la palabra escrita e impresa. Dónde y cómo la leamos o veamos en el futuro es un misterio que ni a Maigret, Holmes o Pepe Carvalho…, ni siquiera a Gregory House, les está permitido descifrar. Lo único seguro es que las historias seguirán contándose, porque nuestra hambre de continuará es inagotable: una manera de sentirnos inmortales.