Fernando del Paso: “La poesía detonó mi vocación literaria”
Nació en la Ciudad de México, en 1935. Con la novela José Trigo, dejó claro que lo central de su talento se encontraba en su capacidad de cuestionar las estructuras y la retórica tradicionales de la narrativa. Con Palinuro de México fue más allá y emprendió la joyceana tarea de instaurar una épica de lo cotidiano, de confrontar los horrores de su entorno (en este caso, la represión del movimiento estudiantil mexicano de 1968) con las armas del lenguaje.
Hay, en Del Paso, marcas profundas de lecturas clásicas (Palinuro es Joyce y Faulkner, sí, pero también Rabelais y Cervantes) y una voluntad de innovación formal permanente. A contrapelo de la consigna asumida por ciertos narradores de la segunda mitad del siglo, que buscaron establecer un discurso literario cercano al campo emotivo y referencial de sus lectores (verbigracia, los trabajos de Gabriel García Márquez o cierto José Emilio Pacheco), Palinuro apuesta por el delirio, el descoyuntamiento de la realidad y el abigarramiento barroco y no duda en aventurar imágenes y procedimientos bebidos de las vanguardias poéticas de principios del XX.
Nunca existió en la pluma de Del Paso ansiedad por publicar. Su primera novela tardó siete años en completarse; la segunda apareció publicada más de un decenio después que su antecesora. Esa morosidad y perfeccionismo en la construcción verbal, en el trabajo palabra a palabra, línea a línea, párrafo a párrafo, tiene cabal registro en sus páginas, cuya relectura es aún deslumbrante.
“En mi primera novela, mi gran preocupación fue el juego del lenguaje. En la segunda, el juego de las imágenes. En la tercera ya no me esmeré en lograr ninguna de esas dos cosas, sino más bien me preocupé por la exactitud histórica”A pesar de ser un novelista ya consagrado, con la obtención de los premios Villaurrutia (1966) y Rómulo Gallegos (1982), fue la publicación de Noticias del Imperio la que lo convirtió en uno de los escritores fundamentales del idioma. De la mano de una notable curiosidad historiográfica, Del Paso yergue un mosaico de voces engarzadas en torno al monólogo (que recuerda, de algún modo, al de la Molly Bloom de Joyce) de la enloquecida emperatriz Carlota, esposa de Maximiliano de Habsburgo, el noble austriaco que los conservadores mexicanos y Napoleón III de Francia impusieron como gobernante en 1864, desatando una guerra que se convirtió en uno de los episodios cardinales en la historia del país.Ya en los noventa, Del Paso publicó Linda 67, un divertimento policial que fue leído con cierta frialdad crítica en su momento, pero al que es posible acercarse, pasados los años, con gran placer y un espíritu lúdico más acorde al de su escritura.
Una nota biográfica de Del Paso resulta quizá decepcionante para quienes piensen que el atrevimiento literario debe ir de la mano con una rutina de excesos y un carácter de energúmeno. Abandonó unos estudios de Medicina para especializarse en Economía y Letras, en la UNAM. Trabajó en agencias publicitarias y obtuvo numerosas becas artísticas (la del Centro Mexicano de Escritores, así como las de las Fundaciones Guggenheim y Ford). Fue agregado cultural de la embajada mexicana en Francia y colaborador de la BBC y de Radio France Internationale. Ha practicado con fortuna, se ha dicho ya, la dramaturgia, la poesía, el ensayo, la pintura, la gastronomía. Casado, crio a sus hijos a la par de la construcción de su obra. Si la manera de vivir es otra manera de levantar una obra de arte, como quiso Nietzsche, cabe decir que el arte de Fernando del Paso ha sido construido con erudición, paciencia, humor. Con rigor y, a la vez, con riesgo.
En 2007, la revista Nexos convocó a un centenar de escritores para que eligieran la novela mexicana más importante en tres decenios a la redonda. Noticias del Imperio resultó la elegida. Ese mismo año, Del Paso recibió el premio FIL de Literatura, entregado por la Feria del Libro de Guadalajara. El Premio Cervantes de Literatura 2015, el principal del idioma, que le fue concedido el 12 de noviembre, es, pues, una constatación más de su talento colosal y la trascendencia de sus empeños.
Las dificultades de salud por las que ha atravesado en los años recientes (y de las que se ha reestablecido en parte gracias a una notable tenacidad y el apoyo permanente de su familia) impidieron que se concretara una entrevista personal con él. Sin embargo, Del Paso accedió de buen grado a responder, mediante un cuestionario escrito, estas preguntas sobre su obra y su trayectoria.
—Fue usted un lector ávido desde una edad temprana. ¿Qué lecturas y autores recuerda con más entusiasmo de sus años de formación?
—Fueron muchos, y entre ellos los que leían todos los niños de mi edad, y que a quienes teníamos el hábito de la lectura habían conquistado, como Julio Verne, Emilio Salgari, Miguel Zévaco, Alejandro Dumas, etcétera.
—¿En qué momento decidió que se dedicaría a las letras?
—No fue un momento preciso que yo recuerde. Simplemente comencé a escribir para ver si podía inventar cosas. Y sucedió después de que leyera completos los veinte tomos de [la enciclopedia] El tesoro de la juventud.
—¿Diría que fue una elección largamente premeditada, es decir, se fijó como objetivo convertirse en un escritor?
—No. Simplemente, como dije antes, comencé a escribir. No fue hasta después de los veinte años cuando decidí que haría una obra extensa.
—Su primer libro fue de poesía (Sonetos de lo diario, 1958). Usted ha alcanzado el reconocimiento como novelista, y, sin embargo, muchos pensamos que hay una cercanía estrecha con la poesía en su trabajo, en el permanente interés y preocupación por el lenguaje. ¿Lo ve de ese modo?
—Sí, mi primer libro fue Sonetos de lo diario de 1958, después de que mi amigo José de la Colina me diera a conocer El rayo que no cesa del poeta español Miguel Hernández. Este detonó toda mi vocación literaria, tanto poética como prosística.
—Los procesos de escritura de sus novelas han sido largos, complejos, cuidadosos al extremo. Pienso en la historia de Flaubert, quien dedicó entre ocho y doce horas diarias durante casi cinco años para culminar Madame Bovary. ¿Ha tenido usted un método de trabajo o cada una de ellas se construyó de un modo diferente?
“No decidí que me dedicaría a las letras en un momento preciso que yo recuerde. Simplemente comencé a escribir para ver si podía inventar cosas. Y sucedió después de que leyera completos los veinte tomos de [la enciclopedia] ‘El tesoro de la juventud’”—Pues cada una se construyó de una forma muy distinta, la primera [José Trigo] y la tercera [Noticias del Imperio] tuvieron una estructura concreta. La de en medio, Palinuro de México, fue más bien una novela desbalagada. En la primera, mi gran preocupación fue el juego del lenguaje. En la segunda, el juego de las imágenes. En la tercera ya no me esmeré en lograr ninguna de esas dos cosas, sino más bien me preocupé por la exactitud histórica.—En una época que le ha otorgado creciente importancia a la especialización (lo vemos tanto en la academia como en la industria editorial), usted ha nadado a contracorriente. ¿Qué posibilidades intelectuales y creativas encontró al explorar campos tan diversos a lo que se considera su trabajo central como novelista?
—No considero que mi trabajo central sea el de novelista: le doy la misma importancia y le dedico el mismo esfuerzo a todos los géneros.
—En su novelística existe un diálogo entre tradición e innovación. Ha conseguido una convergencia de lecturas e influencias de épocas muy diversas. Tiene uno, como lector, la sensación de que usted extrajera de las influencias clásicas la misma potencia creadora y el mismo placer por el riesgo literario que de las vanguardias. ¿Cómo entiende ese diálogo?
—Creo que es el resultado de lecturas de buenas traducciones de todas las épocas, así como de autores españoles y latinoamericanos de todos los tiempos y del gusto enorme que me han proporcionado ambas. Puedo, sí, afirmar que algunos fragmentos de mis libros equivalen a ejercicios verbales en honor de escritores de los más diversos estilos y de allí lo que usted llama convergencia de épocas muy diversas.
—Otra vertiente que me parece notable en su trabajo es su preocupación por los temas políticos y sociales. José Trigo, Palinuro, Noticias del Imperio… no solo no eluden los debates sino que se inmiscuyen a profundidad en diferentes episodios de la realidad histórica y política del país. Usted ha sido, además, políticamente activo, ha tomado posturas públicas ante diversos conflictos mexicanos e internacionales. ¿Entiende la política como un campo de acción necesario para un intelectual?
—No, no la entiendo como un campo de acción necesario, pero sí útil. Ahora bien: mis posiciones ante los temas políticos y sociales responden más a actitudes viscerales. Antes que escritor, soy un ser humano, que piensa y que pertenece a una sociedad cuyos triunfos y fracasos repercuten en mi sensibilidad.
—Usted ha recibido los principales reconocimientos literarios de la lengua castellana. Es considerado un clásico vivo. Más allá de los comités y los premios, es también reconocido como influencia de primera mano por varias generaciones de escritores. Pienso en el relato “El otro”, en el que Borges se encuentra consigo mismo y se pronostica, de algún modo, su futuro. ¿Qué cree que habría pensado un joven Fernando del Paso de la figura que es usted hoy?
—El joven Fernando del Paso no habría pensado, sino que pensó en ello. Es decir, en el triunfo. Yo no escribo por el triunfo ni por los premios, sino por terminar algo que me importaba mucho terminar. Para mí el triunfo es que lo que yo escribí haya llegado y llegue a los jóvenes —hombres y mujeres— de mi país y de América Latina y les guste, y les provoque polémica. Esto me deja más que satisfecho. Simplemente, me halaga muchísimo que se interesen por mi obra.