Vidas de personas comunes
El buen hijo
Ángeles González-Sinde
Planeta
320 páginas | 19,50 euros
Narrar sobre lo extraordinario suele tener más ventajas de partida que fijarse en los sucesos corrientes y en personajes que tampoco son seres del otro mundo. Si lo excepcional llama la atención, lo normal la debilita. Por eso es más arriesgado escribir novelas en las que pasan cosas similares a las que pasan en la calle o en la escalera de vecinos, aunque si se sale airoso del intento la recompensa viene dada por la identificación del lector con lo que se está contando.
Ángeles González-Sinde ha optado por contar las vidas de personas comunes en El buen hijo. Los que lean esta novela, finalista del Premio Planeta 2013, sentirán que han conocido a solteros adultos como Vicente, a madres y hermanas como las suyas, quizá también a inmigrantes como Corina y a amigos como Juan Carlos, que mantiene una relación estable con una mujer casada. Y si no los conocen, habrán imaginado que quien vive en la otra puerta, o los que se cruzan con ellos en la calle o en el supermercado, son o pueden ser así. La autora ha asumido este planteamiento y ha hecho que pivote en torno a Vicente, a su insatisfacción, a su miedo, a sus ganas de ser verdaderamente independiente y a tener su propia vida, pues ya ha cumplido los 37 años y no ha salido del mundo del pequeño negocio familiar.
Consecuente con esta estrategia, González-Sinde ha elegido que el protagonista nos cuente su vida en primera persona, para así sentirla más cerca, y ha empleado los diálogos y las secuencias dramáticas en dosis medidas y suficientes para mantener la atención del lector. Como las historias que cuenta son poco enrevesadas, el lenguaje que emplea también lo es. Y como narra los pequeños trances de la gente corriente, que suelen provocar no pocos desastres, toda la novela va encaminada a que se lea con facilidad e interés.
Vicente necesita libertad y amor. Bien una de las dos cosas o ambas a la vez, aunque no encuentra ni una ni otra con la plenitud que él desea. Vive con su madre y su perro, Parker, y soporta las visitas de una hermana que cría varios hijos de diferentes relaciones. Gran parte de su mundo se encierra en la papelería familiar que él gestiona, y en las relaciones con otros amigos, especialmente con Juan Carlos. Su vínculo con las mujeres es inestable, aunque él preferiría otra cosa. Sale a ratos con Blanca y se enamora de Corina, una rumana a la que contrata para cuidar a su madre y que se queda para ayudarle en la papelería. La sensación general es que se ha quedado estancado y que ya nunca volverá a tener las ilusiones de los diecisiete años, cuando soñaba con irse a Gran Bretaña. Pero también tiene la esperanza de que un día se sienta con la fuerza suficiente como para tirar para adelante y cumplir ese sueño, nada complicado, que exige sin embargo un poco de valor.
Aunque es verdad que esta novela está muy lejos del guion de cine, como ha recalcado González-Sinde, también es cierto que la forma de los capítulos, como agrupaciones de secuencias a partir de un hecho que da inicio a la acción, tiene algo de montaje cinematográfico. En vez de seguir un curso de los acontecimientos más o menos lineal, la autora escoge momentos significativos y elocuentes de la vida de Vicente y los desarrolla hasta que termina el capítulo y pasa a otro grupo de secuencias. El resultado es una novela ágil, cercana, poblada de personajes entrañables que reflexiona sobre la familia y la virtud de arriesgar para construir una vida propia.