Fracciones de eternidad
La fotografía es conocida, pero define toda una época mucho mejor que mil tratados de sociología. Ilustra la portada de este número de MERCURIO y fue tomada por Dorothea Lange en Nipomo, California, 1936, por el tiempo en que a los devastadores efectos de la Gran Depresión se sumó la ruina de centenares de miles de granjeros del Medio Oeste que deambulaban sin rumbo en busca de trabajo. Magistralmente narrada por John Steinbeck en una serie de reportajes, Los vagabundos de la cosecha, que sería el embrión de su novela Las uvas de la ira, la miseria de los campesinos desahuciados fue igualmente documentada por Lange, solo que con imágenes en lugar de palabras. El título de la foto es “Migrant Mother” y el tiempo la ha convertido en un símbolo universal que representa el dolor y la desesperación, pero también la profunda dignidad de los desposeídos. En ella apreciamos el poder de la fotografía, su capacidad para transformar momentos escogidos en imágenes perdurables.
En su recuento de las relaciones entre la fotografía y la literatura, Publio López Mondéjar recuerda que al principio el daguerrotipo fue recibido con reticencias por algunos escritores, que entendían que el nuevo arte —aún no considerado como tal— podía acabar con la pintura o dejaba el retrato al alcance de cualquiera, aunque muchos otros mostraron luego interés e incluso devoción, como sería el caso de Proust. Al contrario que en Francia, sin embargo, en España, con excepciones como las representadas por Bécquer o Galdós, hay que esperar hasta bien entrado el siglo XX para encontrar a escritores que se sientan atraídos por las posibilidades de la fotografía. Uno de ellos es Antonio Muñoz Molina, de quien reproducimos un texto luminoso que celebra el apego de los fotógrafos a la realidad, la modestia implícita en su trabajo y el milagro “electrónico y químico”, pero también característicamente humano, por el que una mirada puede convertir el instante que huye en una fracción de eternidad.
Compañero de oficio y admirador desde antiguo de su trabajo, Ricardo Martín entrevista a Cristina García Rodero, uno de los nombres indiscutibles de la fotografía española contemporánea, que habla de su inicial predilección por la pintura, del magisterio de Antonio López en sus años de Bellas Artes, de los autores que más le han influido en su trayectoria, de sus intereses como creadora o de su última etapa en la prestigiosa agencia Magnum. El propio Ricardo Martín discurre sobre la coexistencia de principios opuestos en el arte de la fotografía y Alberto Anaut, responsable de La Fábrica, se refiere a la calidad de los fotógrafos españoles desde los tiempos del pionero Ortiz Echagüe, que va pareja al prestigio internacional de nuestras imprentas y le lleva a ser optimista respecto al futuro de la edición de libros de fotografía. Sobre estos, y también sobre las exposiciones y festivales nacionales o internacionales, informa Aroa Moreno, que repasa las novedades de los últimos meses y las próximas convocatorias de un circuito lleno de propuestas interesantes.
Bibliófilo impenitente y gran aficionado a los fotolibros, Juan Manuel Bonet traza un recorrido que señala algunos hitos, mayoritariamente franceses, del diálogo entre los escritores y los fotógrafos, materializado en toda una tradición que ha dado numerosas obras singulares, con frecuencia ligadas a la geografía urbana. En última instancia la fotografía, del mismo modo que la literatura, no es sino una forma de preservar la memoria de las injurias del tiempo, de fijar la vida, por naturaleza pasajera, y apresarla en un lugar mágico donde siempre es presente.