Entre la nostalgia y la búsqueda de lo nuevo
“El fotógrafo es el ser contemporáneo por excelencia:
a través de su mirada el ahora se transforma en pasado”
BERENICE ABBOT
Desde el nacimiento en 1903 de la revista neoyorkina Camera Work, dirigida por Alfred Stieglitz, habitualmente calificado como el “padre de la fotografía moderna”, hasta hoy mismo, este ya viejo oficio ha mostrado los mismos síntomas estilísticos del arte moderno: la coexistencia de principios opuestos. En un primer momento, observa Roland Barthes, la fotografía para sorprender perseguía lo notable, pero muy pronto, por una curiosa inversión de los términos, decretó que era notable todo lo que ella misma captara. El “cualquier cosa” se ha convertido, en virtud de este proceso que ha prestigiado lo cotidiano, las composiciones no preconcebidas o ajenas a los propósitos artísticos, en el colmo de la sofisticación, lo que explica la revalorización de fotos que durante años permanecieron arrumbadas como meros documentos gráficos.
Félix Nadar, el gran pionero parisino, decía que el retrato que resultaba mejor era el de la persona a la que conocía en mayor medida. En cambio, Richard Avedon observó que la mayor parte de sus buenos retratos eran de gente a la que había visto por primera vez en su estudio: “Las fotografías tienen para mí una realidad que las gentes no tienen. Es a través de la fotografía como las conozco. Quizá forma parte de la naturaleza del fotógrafo. En realidad nunca estoy implicado. No necesito tener un conocimiento real”, afirmaba el maestro neoyorkino.
Annie Leibovitz, retratista de celebridades de todo el mundo y premio Príncipe de Asturias 2013, tal vez la más famosa fotógrafa de nuestro tiempo, que acarrea un aparatoso equipo de ayudantes y apoyo técnico y ha teorizado sobre “la invasión del territorio”, reconoce al cabo: “Mi foto favorita es una que le hice a mi madre porque no hay barrera en esa imagen. Es como si no hubiera cámara”.
Algo parecido debió de ocurrirle a Richard Avedon, otro maestro del retrato, muy ligado a la moda y al culto de la belleza en la emblemática Vogue, cuando necesitó buscar en el Wild West la forma más directa de retratar sin artificio ni focos de estudio, con la pura luz natural. Y es que incluso los fotógrafos más sofisticados han necesitado registrar también la majestad de lo más vulgar y cercano de la manera más sencilla posible, al estilo de Walker Evans, maestro del documentalismo moderno.
Es curioso que con la irrupción de la tecnología digital y las cámaras en los teléfonos móviles cada vez tengan más aceptación las aplicaciones de filtros para conseguir efectos retro y vintage, como si el descubrimiento de lo nuevo fuera inexorablemente acompañado del deseo de regresar a resultados más artesanales, que confieran a la imagen reciente la pátina acelerada del pasado. Otra vez encontramos, en este hábito moderno, la coexistencia o pugna de principios opuestos, quizá por el prestigio de lo primigenio, pero también acaso porque comprendemos que después de todo hacer una foto no equivale al hecho mecánico de apretar un botón.