Pequeña epopeya americana
Oh, América
Marcella Olschki
Trad. Francisco de Julio Carrobles
Periférica
186 páginas | 17, 50 euros
Me gustó mucho Una postal de 1939 de Marcella Olschki. Con sutileza y una ingenuidad absolutamente falsa —así debe ser la ingenuidad en literatura— arrojaba luz sobre los efectos del fascismo en la intrahistoria italiana. Las pequeñas modificaciones, los nuevos pecados, los cambios en apariencia más llevaderos transforman los órganos y la percepción del mundo, como si nada sucediese, y asientan en cada individuo el germen de la corrupción íntima. O de una rebeldía admirable. Una rebeldía que une a Marcella Olschki con otras escritoras italianas que, a través de la autobiografía o de la reminiscencia autobiográfica, trazan un fresco de época estremecedor: Léxico familiar de Natalia Ginzburg, El cielo se cae de Lorenza Mazetti, El arte del placer de Goliarda Sapienza con su inolvidable protagonista, Modesta…
En Oh, América Marcella Olschki vuelve a contarnos su historia a través de la sencilla voz de una mujer que no tiene nada de sencillo. Marcella, casada en Italia con un militar estadounidense, toma un barco de mujeres enamoradas que van a reencontrarse con sus esposos en tierra de promisión. Los encuentros no son siempre felices y Nueva York se dibuja como una ciudad fascinante u hostil, vivaz o luctuosa —a Olschki los rascacielos le recuerdan a nichos— según los estados de ánimo. Es espléndido el retrato de los italianos residentes en USA, de los choques culturales que se producen entre los propios italianos: existe una diferencia abismal entre los recién llegados y los que ya impostan un modo de vida que, a ojos de los nuevos, resulta un poco ridículo. Las cartas que Olschki escribió a su familia desde USA sirven de base para esta construcción autobiográfica en la que la narradora relata viajes, trabajos —es muy interesante su relación con la moda—, noches de jazz y amores, un capítulo en el que se pone de manifiesto falta de prejuicios en materia sexual. Las cartas funcionan como subtexto y pocas veces se trascriben: se corre el tupido velo de la elipsis escamoteando al lector las cartas más trascendentales, quizá las más grandilocuentes. Esa decisión revela una actitud literaria marcada por la búsqueda de un tono que huye de la narración de aventuras ejemplares: Olschki quiere ser leída como una entre muchas; aspira a que el lector entienda que su relato surge de la necesidad de instalar cierto orden: en 1985 una mujer mayor encuentra unas cartas y regresa a 1946 para rescatar su pequeña epopeya americana. Se recuerda para entender sin recurrir a esos psicoanalistas de los que Olschki recela con gracia y con buenas razones que el lector entenderá leyendo el libro.
Olschki aborda la trascendencia del amor para las mujeres. También sugiere la idea de que crecemos a base de distancias: la amorosa, la familiar, la que fundan muerte y guerra. Sin embargo, siempre exhibe una sonrisa encantadora, como la de la foto, una sonrisa de oreja a oreja, que trasluce su talante para disfrutar de lo bueno y camuflar susceptibilidades o angustias. Porque afortunadamente hombres y mujeres somos también nuestra máscara. Oh, América exuda, entre nostalgia y curiosidad, un vitalismo y una capacidad de regeneración desbordantes. La desesperación es la del recién nacido que llora rabioso. Pasa enseguida. Olschki pertenece a una generación de combatientes que supo resurgir de sus cenizas sin regodearse en la desgracia: su memoria no es un experimento de taxidermia, sino una pócima para resucitar a los muertos.