José Álvarez Junco
“Nuestra democracia tiene sus defectos institucionales, pero lo más grave es que no hay una educación cívica adecuada”
José Álvarez Junco es catedrático de Historia de la Universidad Complutense. En el año 2002 recibió el Premio Nacional de Ensayo y el Fastenrath de la Academia de la Lengua por su obra Mater dolorosa, donde reflexionaba acerca de la identidad de la nación, sus símbolos y tensiones. A punto de jubilarse de su cátedra, acaba de publicar Las historias de España (Crítica), un estudio sobre las diferentes visiones de nuestro país en la obra de los historiadores.—¿Cómo era, grosso modo, la España de 1914?
—Tenía muchos rasgos comunes con la Europa de esa época. Era una sociedad del antiguo Régimen, muy dominada por la aristocracia terrateniente, con los pueblos encabezados por los caciques y los curas. Una España muy tradicional con dos partidos, el Liberal y el Conservador, que habían sido de Cánovas y de Sagasta hasta que ambos murieron. El Partido Conservador lo heredó Maura, que tenía una serie de rivales internos, y que, sobre todo, estaba peleado con el rey. Maura era un político más bien autoritario, cuarenta años mayor que el rey al que intentaba tutelar sin éxito. A Alfonso XIII le gustaba, por ejemplo, conducir coches a altas velocidades y Maura, que sabía lo que valía la vida de un rey, lo que había costado llevar a un niño al trono, se ponía muy nervioso. Además, el rey le salió respondón e intentaba intervenir en política… Durante el régimen de la Restauración, ninguno de los dos partidos políticos llegaba al poder porque ganara unas elecciones, era el rey el que decía: “te ha tocado a ti”. Eran partidos con grandes personalidades que contaban con la buena voluntad del monarca y una opinión pública manipulada con la ayuda de los periódicos, que estaban comprados.
—Todo eso no suena muy europeo…
—En Europa, en general, no era la democracia lo que legitimaba el poder. En Inglaterra había un régimen parlamentario, pero las elecciones no eran democráticas. Eran elitistas, con unas cuotas de representación. No existía el sufragio universal masculino, no digamos el femenino. En Francia había sufragio universal, pero las elecciones estaban muy manipuladas. En los demás países, olvídese de democracia.
—A principios del siglo XX hubo una ola de optimismo y de confianza en el progreso.
—Afectaba a ciertas áreas y aquí llegó en forma de reflejo y de complejo. La española era una sociedad agraria, analfabeta. Empezamos el siglo XX con casi un sesenta por ciento de analfabetismo. Eso cambió muy rápidamente en Europa y también en España a raíz de la Primera Guerra Mundial. Millones de muertos, millones de movilizados, gentes a las que se les inculcaron nuevos ideales como el ideal patriótico y el ideal nacionalista. El nacionalismo es relativamente nuevo antes de la guerra. La gente se identificaba con la religión, con la clase social… Si a un europeo, antes de 1914, se le hubiera preguntado qué era, lo normal habría sido que hubiera contestado que agricultor, o cristiano, o luterano… A partir de 1914 empezaron a decir alemán, francés, inglés… La nacionalización se produce de una forma brutal y repentina en la guerra, y en España también, aunque de manera refleja.
—¿Qué pasó en España durante el tránsito de la pesimista generación del 98 a la del 14, que proclama que la solución está en Europa y no en nuestras esencias?
«Durante el régimen de la Restauración, ninguno de los dos partidos políticos llegaba al poder porque ganara unas elecciones. Contaban con la buena voluntad del monarca y una opinión pública manipulada con la ayuda de los periódicos, que estaban comprados»—Pasó la guerra y la llegada de generaciones jóvenes. El proceso de industrialización, de urbanización, de alfabetización, de modernización, se desata a partir del 98. La idea de que hay que modernizarse, hacerse europeos, de que hay que cambiar muchas cosas, empieza a entrar en las conciencias después de la Primera Guerra Mundial. La economía española, entre 1900 y 1930, se transforma de una manera radical como consecuencia de las políticas regeneracionistas. Se construyen escuelas, carreteras; se regenera la Armada… Todos están de acuerdo en que hay que regenerar el país, en que España no puede seguir siendo tan rara dentro de Europa, pero éramos un país bastante normal dentro del continente, muy parecido a Italia, a Grecia, a Ucrania, a Polonia… La periferia de Europa no se parecía a Francia, a Inglaterra, a Alemania… Eso es lo que acompleja y despierta las ganas de cambio. Europa, para ellos, eran Francia, Inglaterra y Alemania. Lo que pasa es que modernizar y nacionalizar se pueden hacer de muchas maneras y de hecho, la gran crisis de los años treinta, lo que lleva a la Guerra Civil, se produce porque chocan dos maneras de modernizar el país. Dos Españas, la de la Residencia de Estudiantes, la urbana de Lorca y de Buñuel, y la España del cura y del cacique.—Esas dos Españas también se manifiestan durante la Primera Guerra Mundial, con la división entre germanófilos y aliadófilos.
—Era más complicado, pero sí, a grandes rasgos los aliadófilos eran la España de izquierdas y los germanófilos, la de derechas.
—¿Cuál es el origen de esas dos Españas?
—Quizás el siglo XVIII. Los ilustrados encuentran una gran oposición de la España rural, de los nobles, de las clases medias con una mentalidad muy tradicional y de una parte de la Iglesia. De ahí viene el primer enfrentamiento, de esos reformistas que se llamaron afrancesados. Después, en la guerra contra Napoleón, se llamará así a los colaboracionistas, pero el insulto procedía de la Ilustración. Ese es el germen de las dos Españas, aunque ese mito se va reformulando en las diferentes situaciones históricas.
—¿Tenían razón Ortega y compañía cuando afirmaban que la solución era Europa?
—O, como he dicho, lo que ellos llamaban Europa: Inglaterra, Francia y Alemania. Entonces, sí, claro que sí. Una economía más basada en el conocimiento científico, unas clases medias profesionales, dejar de tener unos aristócratas que se dedicaban a la caza y unos campesinos desposeídos de todo… Y no olvidemos a las mujeres: el enorme cambio de la Primera Guerra Mundial estuvo relacionado con la mujer. Los hombres se van al frente y las mujeres a las fábricas o a nuevos oficios como telefonistas, secretarias, enfermeras, maestras… La mujer empieza a tener independencia económica, empieza a decidir sobre su vida. Esa Europa sí que era la solución.
—¿Aportó, la generación del 14, alguna idea que hoy continúe vigente? ¿Aguantan esos autores la comparación con las grandes figuras del pensamiento?
—Fuera de España, del único que han oído hablar es de Ortega. Pero en una historia del pensamiento mundial, Ortega apenas merecería un par de líneas. Nos movemos en un pensamiento de andar por casa, que no sale al exterior y que no va a competir a las grandes ligas. Por expresarlo en términos futbolísticos, un equipo que quiera jugar contra los grandes tiene que tener jugadores buenos, muchos traídos de fuera, comprar al mejor. Si hiciéramos eso en el terreno educativo, otra cosa sería. Pero aquí siempre se ha tratado de contratar a nuestros propios doctores y si son de nuestro pueblo, mejor. No hay manera de que el mundo universitario entienda eso y así nos va.
—Pocos años después, con Lorca, Buñuel, Dalí, sí que empezamos a competir en esas grandes ligas.
—En efecto, un gran cambio, producto de muchos factores. Hay un dato fundamental: la Junta de Ampliación de Estudios y el hecho de que, a partir de 1910, se está mandando a alumnos españoles a estudiar fuera de España. Así, más tarde, durante la Segunda República, nos encontramos con varios miles de españoles que han aprendido otra manera de pensar y de relacionarse, muy bien formados intelectualmente.
—Las antiguas becas Erasmus…
—Sí, aunque las Erasmus son mucho menos ambiciosas porque solamente se viaja por un año. Por otra parte, lo de la Junta afectaba a unos pocos centenares y las Erasmus a muchos miles. En todo caso, las Erasmus son maravillosas porque abren el mundo a los jóvenes.
—Detrás de esa política aperturista estaba el espíritu de la Institución Libre de enseñanza.
«La española era una sociedad agraria, analfabeta. Empezamos el siglo XX con casi un sesenta por ciento de analfabetismo. Eso cambió muy rápidamente en Europa y también en España a raíz de la Primera Guerra Mundial»—Una de las consecuencias del 98 es que se crea el Ministerio de Educación, en aquel momento Ministerio de Instrucción Pública. Hasta entonces no existía en España, el Estado no se hacía cargo de los gastos de la educación. En 1900 se crea el Ministerio y el Estado asume el pago de los maestros. La Institución Libre de Enseñanza la había creado un grupo de catedráticos que habían sido expulsados de sus puestos por reivindicar la libertad de cátedra. Su influencia fue determinante en iniciativas como esta de la ampliación de Estudios o la creación de la Residencia de Estudiantes.—Y, después de muchos años, estamos plenamente instalados en Europa. Desde su visión como historiador, ¿ha supuesto una cierta decepción esa Europa con la que soñamos tantos años?
—Es coyuntural y ya veremos cómo se resuelve esta crisis. Europa ha sido el proyecto más interesante que habido en el mundo en los últimos cincuenta años y está pasando un mal momento, pero quién sabe. Yo creo que hay que unirse más y crear un verdadero gobierno económico europeo. ¿Decepción? Hicimos una cosa muy bien: la Transición. Pero una cosa es que la Transición se hiciera más o menos bien y otra pensar que ya estaba todo hecho, que estábamos en Europa, que éramos ricos. Aquellos fastos del 92, la España moderna, éramos los más ricos y los más listos…
—¿Seguiría hoy Ortega diciendo aquello de “No es eso, no es eso”?
—Ortega lo dijo en la Segunda República, en unas circunstancias muy especiales, y además estaba molesto porque no se le tenía en cuenta tanto como él quería. Cuando Ortega hablaba de las élites estaba pensando en sí mismo. Supongo que hoy diría que nuestra democracia tiene sus defectos institucionales, pero lo más grave es que no hay una educación cívica adecuada, que no se ha transformado la sociedad y que, entre otras cosas, elige a unos líderes bastante malos, a los que no exige que tengan una capacidad profesional. Son gente de aparato, de partido.
—¿Somos consecuencia de aquella España del 14? ¿Es la Historia una línea recta?
—Somos herederos del 14 en la medida en que sigue estando presente el viejo sueño europeo, pero no sé si ese sueño es tan unánime como lo era entonces ni si sale de las élites y llega al conjunto de la sociedad. Estamos viendo en Europa muchos partidos antieuropeístas, xenófobos y ultranacionalistas. Quién sabe si ese es el futuro, si ganarán las elecciones los que halagan los instintos más bajos y rastreros. Ciertos errores se repiten.
—¿Es Ortega nuestra mayor figura intelectual?
—Ortega es lo mejor que ha dado España en los últimos siglos. No es un pensador de categoría mundial; no creó un sistema filosófico, pero dijo cosas sensatas y, sobre todo, magníficamente escritas. Fue un gran pedagogo, un magnífico introductor de las corrientes de pensamiento que venían de Europa, de Alemania.
—¿Y después de Ortega?
—Después vino el desierto del franquismo.
—Pero acabó hace cuarenta años.
—Sí, pero fueron cuarenta años y, no lo olvidemos, no produjo nada. No hay un solo libro de pensamiento que valga la pena recordar. Ni en historia, ni en filosofía, ni en ciencia política… Nada de nada. Y ocupó todas las cátedras, todas las Academias, todos los tribunales. Y ahora son esos señores los que deciden los puestos de los demás, con lo que el legado está ahí.