Ortega o el tapado
El pensador de esos años tenía dos armas inéditas: la filosofía refrescante y nueva que aprendió en Alemania y la ideología política de actualidad que serviría para resolver el caso español
No sé bien quién debía estar más transitoriamente confundido, si Juan Ramón Jiménez u Ortega, pero en torno a 1913 los dos amigos han decidido pasar el año que viene juntos en San Lorenzo de El Escorial, o más exactamente, delante mismo del Monasterio de El Escorial. Allí los padres de Ortega compraron veinte años atrás un piso en la Casa de los Oficios nº 2, proyectada por Juan de Herrera y destruida en un incendio a principios del XIX. La reconstrucción sirvió para alojar a la servidumbre de la reina Isabel II y después para acoger a familias con posibles.La de Ortega tiene pocos posibles, porque su padre es un periodista con afición desmedida por los libros —Cervantes, Balzac, Stendhal, Dickens— autor de teatro con éxito y miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1902, José Ortega Munilla. Por el lado de la madre, sin embargo, la cosa cambia porque la familia Gasset es la fundadora de El Imparcial, el diario más influyente de su tiempo —cuando no existe siquiera el ABC—, pero además los miembros de la familia son tuercas y tornillos naturales de la Restauración, con sus feudos electorales en Galicia (aunque el apellido es de origen catalán), con cacicazgo ejercido a pleno pulmón y con uno de sus miembros, Rafael Gasset, tío de Ortega, incrustado en el consejo de ministros durante poco menos que veinte años de fomento de la obra pública con gobiernos de casi todos los colores (hasta 1923).
A la altura de 1913, sin embargo, todavía no ha pasado nada. O al menos de lejos y desde fuera no parece que haya pasado nada. De cerca y desde dentro todo tiene otro color. En 1908 los tambores de guerra empiezan a cambiar la modulación y ya no suenan igual que antes. Se han levantado las alarmas en las conciencias de muchachos que tienen entre 20 y 30 años, se sienten rebeldes, escriben a bocajarro y con una intrepidez que ha asombrado a muchos e irritado a unos cuantos. Están en guerra contra el sistema, sin paliativos, y sienten que encarnan un segundo nivel de la rebeldía de fin de siglo: los modernistas cambiaron el aire y el tono de los tiempos, irrumpieron como una sensibilidad nueva y desafiante, anticastiza y europeizante, espiritualista y hasta redentora. Pero ellos, los jóvenes de 20 años, ya no son exactamente lo mismo: sí rebeldes, sí hartísimos de la sociedad española, sí revoltosos, pero ya no de la misma manera.
El joven Ortega es bajito y acelerado, impaciente e infinitamente petulante, imbuido de un espíritu mesiánico a medias hecho de filosofía y de fe política, a medias hecho de fe en sí mismo y de fe en la capacidad renovadora de su paísLo que han descubierto en 1908 es que ha aparecido un hombre nuevo que todavía, que se sepa, no ha hecho absolutamente nada más que estudiar y escribir una docena de artículos. Es bajito y acelerado, impaciente e infinitamente petulante, imbuido de un espíritu mesiánico a medias hecho de filosofía y de fe política, a medias hecho de fe en sí mismo y de fe en la capacidad renovadora de su país. Es Ortega, claro, pero es también la leyenda que los demás crean en torno a Ortega: Joaquín Costa todavía está vivo en 1908, y siente que en ese muchacho de 25 años se encarna el relevo de su batalla contra la inequidad del sistema. Giner de los Ríos lo respeta tanto que le deja fumar en la Institución Libre de Enseñanza y Joan Maragall le escribe espontáneamente para dialogar con él (¡en 1910!). Unamuno le saca veinte años pero sabe que es alguien excepcional y, pese a que discrepan en muchos puntos, no discrepan en lo esencial, que es acabar con la pasividad moribunda y la pura inercia en que vive la sociedad española. Ramiro de Maeztu le saca casi diez años y sin embargo reconoce en 1910 al joven Ortega como a su maestro.Y es que Ortega tiene dos armas inéditas: la filosofía refrescante y nueva que ha aprendido en Alemania entre 1905 y 1907 y la ideología política de actualidad que servirá para resolver el caso. Porque en Alemania ha aprendido filosofía pero se ha hecho también socialista, como lo son sus maestros en Leipzig y Marburgo, Hermann Cohen o Paul Natorp. Y la buena nueva necesita predicarse más allá de los corrillos del Ateneo de la calle Prado y de las revistillas y las aulas; hay que empezar a hacer campaña para dar noticia de las nuevas soluciones y contaminar con ellas a los demás.
Para eso necesitan un instrumento público. Se llamará Faro y es una revista que fundan en 1908 los hermanos Eduardo y José Ortega y Gasset, con 26 y 25 años, como primer paso del revolcón que están dispuestos a dar al país. Tanto los más jóvenes como los algo mayores, sienten que ha llegado el momento de acabar con el sistema que ha hecho crisis en 1898 y descubren la evidencia de un lenguaje y unas ideas que ya no son las de siempre. Costa está muy mayor pero ha entendido el recambio y agradece conmovido la frase clave —porque Ortega empieza ya a fabricar frases clave— que pronuncia en 1908 en la sede de El Sitio en Bilbao: España es el problema y Europa la solución.
Pero eso tampoco basta. La movilización ha de ser a lo grande y las sensaciones de todos apuntan a que es inaplazable. Pérez de Ayala también lo cree, lo cree Eugenio d’Ors y lo cree Manuel Azaña, lo creen Fernando de los Ríos, Américo Castro, Manuel García Morente, Ramón Carande. Y lo creen Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, los dos contentos como unas pascuas de la energía neonietzscheana y (¡y socialista!) de ese joven superdotado y prematuramente calvo. Está contando con brío de estilo y solvencia ideológica en artículos en El Imparcial desde 1910 un programa de redención fiable, como si estuviese poniendo en marcha los motores de un movimiento dispuesto a impulsar la fe en la cultura y la ciencia como herramientas de transformación social y socialista del país. Pero lo primero que habrá que transformar son las mismas minorías profesionales e intelectuales, y eso necesita otros dos instrumentos: el primero, la toma de conciencia de sí mismos para dejar de ser una “generación fantasma”, como escribe en 1913; el segundo, una estructura que difunda y fomente la movilización. Y tras el verano de 1913, lo harán a la inglesa, a través de la fundación de una cosa un tanto rara aquí que se llama Liga de Educación Política.
Pero ¿cómo sabotear a los medios sistémicos y hacerse oír? La Liga necesita un altavoz potente y rotundo, algo que le dé visibilidad como plataforma de agitación radical y con futuro. El formato será una conferencia a la que se acude por estricta invitación, en el teatro de la Comedia; se titula Vieja y nueva Política y en marzo de 1914 sintetiza durante una hora y tres cuartos el programa de acción: abolir el régimen y refundar un sistema radicalmente democrático. El éxito de Ortega es clamoroso: enfervoriza a los suyos, los reformistas, ateneístas, socialistas, y empieza a asustar de veras a la vieja España. En julio de 1914, la conferencia ya está impresa en un folleto, pero el folleto lleva además el listado de las cien personas adheridas a la Liga y el compromiso de editar un boletín interno. Será desde enero de 1915 el semanario España.
Juan Ramón Jiménez no sale en la lista de firmantes del manifiesto de la Liga. Pero no porque no crea en ella ni porque dude de su valor o intenciones. Al revés: ha dedicado a Ortega en 1913 su libro Melancolía “fervorosamente”, porque cree en él con todas las letras. Lo que no puede hacer es participar activamente en política. Y eso que está emprendiendo Ortega junto con tantos otros jóvenes, y algunos que no lo son (como Antonio Machado y Ramiro de Maeztu), es en el sentido pleno de la palabra política. Por fortuna, sin embargo, tampoco Ortega hace solo política: su primer libro sale justamente en este mismo julio de 1914, se titula Meditaciones del Quijote y, desde luego, el Quijote es él.
Jordi Gracia publicará en mayo la biografía Ortega y Gasset (Taurus).