Intimismo y testimonio
La trabajadora
Elvira Navarro
Mondadori
157 páginas | 16, 90 euros
El anterior libro de Elvira Navarro, La ciudad feliz, era literatura volcada en la exploración intimista. Sus dos historias tomaban, sin embargo, un sesgo curioso. Como en un segundo plano daban cabida a un testimonio colectivo, casi se diría que a una alerta social. En la misma línea se sitúa su nueva novela, La trabajadora, solo que ahora la vertiente testimonial se acentúa y cobra nítido relieve. El propio título se convierte en indicio palmario de esta evolución. Elvira Navarro se inscribe, por tanto, en la reciente tendencia —esperemos que no moda— de revitalizar una literatura comprometida a través de una poética que asocia lo individual y el documento de una precisa circunstancia socioeconómica y que ha dado ya buenos resultados en la pluma de Belén Gopegui, Isaac Rosa, Marta Sanz, Doménico Chiappe y algún otro narrador más.
La trabajadora comienza con el relato de la locura de una joven, Susana, que refiere el descenso a los infiernos causado por su enfermedad (esquizofrénica y bipolar). El detallismo terapéutico y notaciones de raigambre naturalista marcan esa peripecia en primera persona solo interrumpida por las acotaciones entre paréntesis de alguien que le ha dado forma. El mundo sombrío de la enajenación mental se muestra con acentos muy dramáticos. Tal anécdota parece independiente pero su sentido y funcionalidad se van aclarando a lo largo del libro hasta esclarecerse del todo en el desenlace. La historia la ha escrito una amiga de la chica, Elisa, que toma la voz en la segunda parte y explica su fortuito vínculo. Elisa, la trabajadora del título, ha tenido que acoger realquilada en su casa a Susana por la inestabilidad laboral de su trabajo como correctora de pruebas en una editorial. Aquí se expone con bastante detalle la complicada relación entre ambas mujeres. El tono muy narrativo de este bloque, proclive a insertar anécdotas menudas, contrasta con la ceñida exploración psicologista del relato precedente, pero ambos textos se van fundiendo en un cuento unitario que pone ante los ojos del lector el espectáculo humano de unos seres perdidos en un mundo hostil por culpa tanto de las misteriosas enfermedades del alma como de un entorno que acentúa el desconcierto de personas desvalidas o poco fuertes.
Un ramalazo de sinsentido existencialista azota el libro, pero se contrarresta con acciones en que la voluntad y la dignidad se insinúan como alternativa a la desesperanza y la claudicación. Esta mirada compleja, sin catastrofismos, sensiblerías ni maniqueísmos, seria, en suma, es una contribución valiosa de la autora al análisis de la condición humana. Todo ello podría quedar limitado a una más de las innumerables exploraciones psicologistas que han alimentado el género novelesco a lo largo del tiempo. Sin embargo, la ambición de Elvira Navarro va más lejos. En buena medida, La trabajadora es tanto la historia de esas almas como la novela de una novela: en ella, unamunianamente, se cuenta cómo se cuenta una historia y se hacen observaciones sobre la propia literatura. Lo cual proporciona densidad al libro y emplaza el argumento en el atractivo marco de una relativa modernidad. Con ello se fortalece la veracidad del retrato social de época.
Elisa y Susana valen por una plástica metáfora del peregrinaje doloroso al que la sociedad actual aboca a los individuos. El testimonio indirecto de nuestro tiempo se alcanza por medio de la escritura exigente y arriesgada de esta autora con encomiable voluntad de originalidad que poco a poco gana peso entre nuestros jóvenes narradores.