Los estratos de la vida
Te espero dentro
Pedro Zarraluki
Destino
192 páginas | 18 euros
Empecemos por el final: los agradecimientos son una declaración de principios del autor porque descubre algunas de sus cartas y deja claro que las raíces de sus historias se hunden en las arenas movedizas de su memoria compartida, de los recuerdos de otros que alumbran su imaginación. Pedro Zarraluki se ha tomado su tiempo para construir un libro de relatos que haga las veces de seña de identidad literaria, y el resultado es una obra en la que cada frase nace con vida propia. Con la compleja sencillez de un estilo diáfano que pone al lector ante una mirilla abierta a intimidades donde nada es lo que parece y las revelaciones estallan cuando menos te lo esperas. A bocajarro. Los cuentos de Te espero dentro tienen vasos comunicantes entre ellos pero son muy distintos entre sí. Inquietantes en un momento dado, incómodos en bastantes ocasiones, conmovedores cuando la guadaña de la vida hace de las suyas con algún personaje desdichado o abre en canal el cuerpo podrido de una familia. Zarraluki no se entromete como juez pero toma parte a veces cambiando levemente el tono de la narración o incorporando una frase que se basta por sí sola para abrirnos los ojos. O para cerrarlos, si hacemos caso al hermoso relato que abre fuego y juego (“cuando duermes los otros te quieren más”) mostrando la relación extraña y dentada entre un padre y una hija y con momentos tan extraordinarios como el “viaje” que hace el protagonista a la casa como sarcófago de recuerdos.
Poner el listón tan alto tiene sus riesgos. ¿Se mantendrá el nivel? “En espera del milagro” responde pronto: sí. De nuevo, contradicciones al canto, el canto enfermo de las contracciones mentales: “Le gustaba poner un gran empeño en algo y no conseguirlo”. Una narración que aguarda pacientemente el momento perfecto para desvelar una tragedia que explica muchas cosas: “La gente no tiene ganas de morir pero tampoco de enfrentarse a las cosas”. Atención a la escena en el interior de un cine: desoladora. El libro se vuelve súbitamente poético con “La Historia en un rincón”, amargamente poético al mostrar la irrupción de una “hibakusha”, persona bombardeada en japonés. “Hay cosas que no debemos ni podemos olvidar, cosas que nos persiguen”. Olvidar: qué palabra “tan falsa y tan triste”. Contra ellas luchan “las postales” que se guardan en ese rincón con historia dentro de la Historia. “Hay que conocer los estratos de la vida”. Un buen consejo que recorre todas las historias, de pronto desgarradoras (esos gemelos mal avenidos de “Yo sé que están buscando a un loco”, magnífico experimento con el punto de vista) antes de entregarse a un ejercicio de nostalgia tiznada de humor y ternura en “Teoría del saltamontes”: cómo olvidar a esa mujer que ve por primera vez la televisión en su aldea y aprende gracias a “El Padrino” lo que significa una elipsis, esa manera de dar saltos en la vida esquivando arpones y evitando retrovisores. En Te espero dentro hay fugitivas que lloran por todo y son capaces de reír y bañarse en lágrimas al mismo tiempo, hay matrimonios que se descomponen y encuentran en la catástrofe una excusa para seguir juntos (“La gente envejecía en sucesivos momentos de distracción”, como los barcos que parece que no se mueven y de pronto no los ves).
“Todo tiene consecuencias” en los relatos de Zarraluki, qué bien lo saben sus personajes agredidos por la vida, capaces de bajar la persiana para vivir un instante de goce sombrío con una prostituta o de existir esposados a las vidas ajenas inventadas por otros, y que pueden algún día estallar de rebeldía y rabia.
Te espero dentro concluye a lo grande con el cuento que da título al libro. Áspero, cruel, terriblemente emotivo aunque lo disimule. Luego llegan los agradecimientos: el autor sale a escena. Hora de ovacionarle.