Muescas en la pared
Los desengaños
Antonio Lucas
Premio Loewe
Visor
62 páginas | 10 euros
Antonio Lucas tiene 37 años y eso se nota en este libro: se nota si uno cuenta sus poemas, que suman precisamente 37, y se nota porque la suya es una generación curtida en mil y un desencantos vividos en primera persona. Si no fuera por estos desencantos, los poemas hubieran parecido velas sobre un pastel de cumpleaños y no lo que en realidad son: muescas en la celda de un preso o en el árbol de un náufrago en una isla desierta. No son, en efecto, poemas para festejar estos de Los desengaños sino poemas para soportar mejor el encierro o la intemperie de la vida. Poemas que protestan, poemas que se rebelan, poemas que denuncian las mentiras institucionalizadas (desde la mentira del yo o del nosotros hasta la mentira del amor o la de la literatura). Poemas, en efecto, que hacen todo eso pero sin estridencias, sin desgañitarse, con una indignación que se transmite mejor boca a boca que con el megáfono en la mano. Y que, al hacerlo, por el hecho de hacerlo de esa manera, rompen una lanza a favor de la poesía en estos tiempos descreídos y antipoéticos: porque la poesía, aprende uno leyendo estos textos, puede seguir sirviendo a los seres humanos para poner sus desengaños a salvo de los que, queriendo hacer leña de todos los árboles caídos, no se conmueven con estos, ni con sus terribles consecuencias sociales y psicológicas, sino que los usan para enriquecerse todavía más.
Antonio Lucas escribe desengañado pero no con una venda en los ojos. Sabe lo que hay, sabe de lo que se trata, sabe a qué obedece que lo que pasa pase de una manera determinada y no de otra. Lo sabe sin idealismos y sin atajos. Lo sabe contra toda evidencia. Lo sabe, incluso, y quizás sobre todo, contra sí mismo, distanciándose de sí mismo, desengañado también de hasta qué punto él mismo, como ciudadano y como escritor, obedece inconscientemente a los poderes contra los que combate. Estos poemas se revuelven contra su autor pero no dan dentelladas, tampoco a él, porque en la celda o en la isla desierta hay demasiadas cosas urgentes que afrontar. Estos poemas quieren sobrevivir en un mundo, y en un modelo de civilización, inhumano. Estos poemas no se rinden, no se resignan a no encontrar una salida, no se ensimisman en la contemplación de fuegos de artificio. Por eso sus imágenes son contenidas: porque buscan la efectividad, no la efervescencia. Y por eso su ritmo es entrecortado: porque el sonsonete de los versos canónicos va bien para celebrar una fiesta y para las marchas militares, y aquí se trata de andar al paso de la vida cotidiana, de meter la poesía en la cesta de la compra.
Los desengaños se divide en cuatro partes que se explican solas: “Asamblea de intemperies”, “Paisaje de lo incierto”, “Estar solo” y una “Coda” cuyo único poema se titula “Fuera de sitio”. La intemperie, lo incierto, la soledad, el deslugar: los cuatro puntos cardinales de una generación cansada de vencer molinos de viento que enseguida son reemplazados por otros cada vez más grandes, cada vez con aspas más sólidas. Una generación que sigue leyendo (Rilke, Char, Noël), escuchando música (Portishead), viajando (Arlés, Cabo de Gata-Níjar, valle de Ordesa), experimentando con las drogas (de la mano de Timothy Leary, de Miguel Ángel Velasco) o haciendo el amor, pero que hace todo eso sin dejar de pedir un cambio, el advenimiento de ese cambio que ponga, por fin, las cosas en su sitio.