Vivir para contarlo
Es muy temprano en Ciudad de México y Elena Poniatowska ya está en la calle, paseando a su perro Shadow, un labrador negro que la acompaña en sus caminatas matutinas. En casa ha dejado a sus dos gatos, Monsi y Vais, bautizados así en homenaje a su gran amigo, el escritor ya fallecido Carlos Monsiváis. En su escritorio aguardan un montón de papeles para cobrar forma de novelas, reportajes o artículos periodísticos, porque para ella el oficio es su mejor gimnasia, algo que a sus 81 años la mantiene en plena forma.
Sin embargo, hay algo que en las últimas semanas le preocupa sobremanera: la escritura del discurso que pronunciará en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, donde el 23 de abril recibirá el Premio Cervantes de las Letras.
“Había pensado hablar de mujeres, pero todavía no estoy segura”, dice, y admite que este asunto “es una gran preocupación”.
“He leído varios discursos: el de Sergio Pitol, que me gustó mucho; el de Carlos Fuentes, muy intelectual; el de Juan Gelman, muy entrañable; el de Octavio Paz, excelente como todo lo suyo; el de Ana María Matute, donde habla del muñeco que tenía de niña; el de Dulce María Loynaz, que habla de La Habana. Así que estoy viendo cómo lo voy a hacer y espero que me inspire la virgen de Guadalupe”, confiesa.
“El francés es mi idioma materno y yo pude haber escogido vivir en París, pero opté por México y eso ha sido decisivo, porque toda mi vida de escritora, mis temas, mis personajes y mi trabajo han tenido que ver con México”Poco habla de ello, pero los orígenes de Elena Poniatowska la vinculan con un príncipe y la hicieron ser desde su nacimiento, el 19 de mayo de 1932, la princesa Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor.“El último rey de Polonia en la época de Catalina la Grande se llamó Estanislao Augusto Poniatowski, y fue su segundo amante. Él llevó a Varsovia a grandes pintores como Canaletto y a personalidades como Casanova. En efecto, mi familia desciende del hermano de este rey, quien pidió que toda su familia llevara el título de príncipes”.
Por la parte mexicana, su ascendencia viene de una familia de hacendados que durante la Revolución de 1910 perdió sus posesiones y se trasladó a vivir a Biarritz.
“Esos son mis orígenes, y cuando fui a vivir a México, a los 10 años, nunca supe mucho de los Poniatowski, porque luego viví en Estados Unidos, estudiando en un convento de monjas donde permanecí tres años y finalmente, cuando me hice periodista en México, poco me importó el tema. Así que realmente el haber sido descendiente de un noble no fue definitivo en mi vida y no me marcó, porque México es una República y no fui a Polonia invitada como periodista hasta 1965. Quizá si no hubiera tenido el oficio de escribir le habría dado mayor relevancia, pero nunca lo hice”.
Poniatowska explica que sin embargo sí fue decisivo en su vida haberse establecido en México y no en Francia, como tuvo ocasión de hacer.
“El francés es mi idioma materno y yo pude haber escogido vivir en París, pero opté por México y eso sí ha sido decisivo, porque toda mi vida de escritora, mis temas, mis personajes y mi trabajo han tenido que ver con México”.
Poniatowska recuerda que cuando comenzó a trabajar como periodista en 1954, en México estaba prohibido hablar de pobreza y de miseria, porque se decía que denigraba a su país.
“Incluso Carlos Fuentes y Juan Rulfo, dos grandes escritores, fueron censores en cinematografía en aquellos años, porque en México se filmaban muchísimas películas y ellos no tenían que hacer nada más que decir, cuando atravesaba el escenario un perro flaco: ‘¡Corte, este perro denigra a México!’ Eso es lo que se veía de México en aquella época”.
Es más o menos el México que aparece en su primer libro, Lilus Kikus, publicado en 1954.
“Lilus Kikus es una novelita corta, la autobiografía de una niña en la que hay rasgos de amigas mías del colegio de monjas. Este libro inició la colección de Los Presentes, en la que se dieron a conocer después autores como José Emilio Pacheco, Álvaro Mutis y muchos otros escritores de América Latina que ahora son célebres”.
Sin embargo, cuando Elena Poniatowska publica su segundo libro, Todo empezó el domingo (1963), desvela un México muy diferente.
“México es un país muy violento, en el que no puedes aislarte. A mi casa tocan a la puerta seis veces en la mañana y seis en la tarde. Cómo vas a estar encerrada en tu casa frente a tu máquina de escribir si afuera todo está desmoronándose”“Todo empezó el domingo fue resultado de un trabajo en común con un grabador mexicano que ha sido olvidado, un gran dibujante llamado Alberto Beltrán, a través de quien descubrí un México absolutamente desconocido que era el México de la pobreza, del cual nunca hablaban los periódicos”.De esta forma, Poniatowska dio un giro a su vida de 180 grados y sus siguientes obras, dice, fueron el resultado de su conocimiento de México a través del periodismo.
“De no haber sido entrevistadora o reportera jamás me hubiera podido acercar a personajes como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Octavio Paz, Dolores del Río, María Félix, Lola Beltrán, en fin, a todos los personajes de México que pude tratar, como a Carlos Fuentes, a quien veía en bailes cuando ninguno de los dos pensábamos que íbamos a ser escritores, y simplemente bailábamos la bamba y la raspa”.
Uno de los momentos clave en su carrera como escritora llegó cuando Poniatowska publica, en 1969, la novela Hasta no verte Jesús mío, en la cual narra la vida de Jesusa Palancares, una mujer de origen muy pobre, y pocos años después, en 1971, La noche de Tlatelolco, un gran reportaje con testimonios sobre la matanza de estudiantes a raíz del movimiento mexicano de 1968.
“Hasta no verte Jesús mío es mi encuentro con una mujer que de verdad existió y que se llamaba Josefina Bórquez, quien me pidió que no pusiera su nombre porque según ella yo no sabía escribir, y por eso le puse Jesusa Palancares, con ese apellido en recuerdo de un hombre que se ocupaba mucho de los pobres y los campesinos, que se llamaba Norberto Aguirre Palancares, y Jesusa por Jesús, para que hubiera una mujer Jesucristo. Así me lancé a escribir esta historia de la vida de esta mujer que en realidad fue soldadera y que para mí era un ser extraordinario”.
“La noche de Tlatelolco se publicó gracias a la valentía de don Tomás Espresate, director de la editorial Era que fundaron tres catalanes que vivían en México. A don Tomás lo amenazaron, le dijeron que iban a hacer volar por los aires su editorial si publicaba mi libro, pero él respondió que el libro se publicaba porque si había estado bajo la Guerra Civil española ya sabía lo que eran los bombardeos. Así que todo el mérito es de él. Y cuando el libro se publicó, se dijo que iba a ser requisado de todas las librerías, y eso lo único que logró fue que se hicieran tres o cuatro ediciones en un mes y sirvió mucho de propaganda. Lo que sucedió fue que no se podía hablar de la masacre del 2 de octubre de 1968 en los periódicos mexicanos, pero yo estuve recogiendo todos esos testimonios y la hija del editor un día vino a mi casa y me preguntó qué tenía sobre mi mesa. Le contesté que eran los testimonios rechazados por los periódicos sobre la matanza del 2 de octubre, y ella me propuso entonces publicarlos en Era. En ese momento había mucho miedo y mucha impotencia, pero recuerdo que muchas madres, muchas españolas que habían estado en la Guerra Civil, decían que si ya habían perdido a sus hijos qué más les podían quitar”.
“Yo me politizo a partir de mi interés por la gente, por lo que no conozco, porque ninguna mujer de mi medio social me ha dado lo que Jesusa Palancares, ninguna me ha enseñado lo que ella me enseñó: su fuerza, su amor al país”Su siguiente obra, nuevamente un cruce entre la ficción y la realidad, fue Querido Diego, te abraza Quiela, una novela en la que narra la desgarradora historia de amor que vivieron en París el pintor Diego Rivera y la pintora rusa Angelina Beloff.“La línea entre realidad y ficción es muy fina. Yo siempre he escrito libros donde esa línea se desdibuja. Por ejemplo, otro libro mío sobre la fotógrafa Tina Modotti (Tinísima), una mujer que cambió la cámara por la militancia comunista y fue enfermera durante la Guerra Civil española, está basado en hechos reales, pero a mí me impactaron tanto que decidí hacer una novela con una serie de testimonios que había recogido con viejos comunistas que me habían conmovido por su sacrificio y entrega”.
“Cuando he escrito estos libros lo único que he hecho es seguir mi instinto. Me interesa el tema y a veces me esfuerzo porque me interese, porque en el caso de Tinísima, debido a mi formación muy estricta, me parecía escandaloso y muy atrevido que una mujer tomara el sol desnuda en una azotea. Es, finalmente, como hacer los deberes, pero puedo escribir sobre algo con lo que no me identifico, el problema es que no tomo ninguna distancia. Yo no podría escribir si tomara distancia de todo; al contrario, me meto demasiado y no sé si me tomo licencias como novelista, porque simplemente me meto en el personaje y lo asumo. Finalmente lo que hago es lo que yo siento, lo que de mí sale. Podría escoger otros aspectos de la vida de los personajes, pero escojo los que a mí me atraen, como la fuerza personal, la capacidad para vencer obstáculos, cierto aspecto heroico de la vida de cada ser humano, esas mujeres como Tina Modotti o Leonora Carrington, frágiles pero fuertes, duras, creativas en el sentido de que también se encienden. Leonora Carrington fue una mujer que se defendió y que finalmente se impuso y supo decir ‘No’. Y admiro eso, quizá porque yo no lo he hecho”.
Otro ingrediente de las obras de Elena Poniatowska es el compromiso político que reflejan muchos de sus personajes.
“En un país como México es muy difícil escapar de la realidad. Yo estoy segura que en Francia o en España puedes encerrarte en tu casa a escribir sobre lo que quieras; si quieres escoger el Medievo te puedes dedicar a eso. Lo mismo sucede en Estados Unidos, donde la gente pasa al lado tuyo sin verte y te puedes encerrar en un piso toda tu vida y escribir sobre el tema que has escogido. Pero en México la realidad te avasalla, entra en tu casa, te saca; la gente está afuera de tu ventana viéndote todo el día y suceden tragedias naturales como puede ser un terremoto, y cómo vas a estar encerrada en tu casa frente a tu máquina de escribir si afuera está desmoronándose el país. Entonces sales primero a repartir agua, a juntar ropa, a tirar a la basura medicinas caducadas para que no se las vayan a tomar, y luego empiezas a preguntarles si han sufrido pérdidas de familiares o amigos, de viviendas, y vas haciendo cosas y al mismo tiempo las vas escribiendo, como ocurrió con mi libro Nada, nadie: las voces del temblor. A mí Carlos Monsiváis me decía que no fuera a conseguir colchones ni que buscara cobijas, que eso no me tocaba, que yo solo tenía que escribir, pero yo creo que el hecho de ser mujer tiene que ver con que uno se meta mucho más profundamente. México es un país muy violento, un país en el que no puedes aislarte. A mi casa tocan a la puerta seis veces en la mañana y seis en la tarde. Ha venido gente a decirme que no tiene dónde dormir y mi casa es muy pequeña, apenas hay tres camas, pero yo les digo que se queden y que mañana se irán”.
“La rebeldía es un hilo conductor en toda mi obra, porque es algo que admiro mucho. Yo siempre he sido muy dócil. Toda la vida he hecho lo que los demás querían. Así que la rebeldía la pongo siempre en los libros”“Todo eso después se vuelve político, porque llega un momento en que te preguntan por qué haces esto, y entonces acabo estando al lado de gente como Andrés Manuel López Obrador, quien ha sido candidato a la presidencia de México, apoyándolo en todo porque lo escuchas y lo ves y sabes que cuando dice: ‘Primero los pobres’, es verdad. Y sabes que no va a robar ni a extorsionar, y aunque no creo que sea el mejor hombre en la tierra para mí es la mejor posibilidad para México. Yo me politizo a partir de mi interés por la gente, por lo que no conozco, porque mi medio social lo conozco, pero ninguna mujer de ese medio me ha dado lo que Jesusa Palancares, ninguna me ha enseñado lo que ella me enseñó: su fuerza, su amor al país, su conocimiento de las razones por las que ella hizo las cosas; era una mujer fuera de serie. Así que para mí ella es una inspiración, como lo es mi madre, una mujer que estuvo en la Segunda Guerra Mundial y conducía una ambulancia, una mujer muy valiente que jamás se quejó y tenía una calidad humana muy superior”.Precisamente la condición de la mujer es un asunto que se respira en toda la obra de Elena Poniatowska, un tema que le ha preocupado siempre y en el que reconoce ciertos avances en nuestros días.
“Muchas mujeres ahora se han levantado y han pedido el aborto, el control sobre su cuerpo, la prevención del embarazo y sobre todo la información, que en países como el mío ya funciona a pesar de la Iglesia católica, que ha sido un peso enorme, una lápida sobre los hombros de las mujeres de América Latina. Y ya hay muchas mujeres que se dan a respetar y elevan su propia voz. Yo me asumo como una mujer feminista, claro, pero no lo defiendo a gritos ni sombrerazos, porque creo que lo mejor que le puede suceder a cualquier hombre o mujer es estar enamorado, así que lo principal es eso, pero después sí creo que las mujeres tienen una gran desventaja respecto a los hombres”.
Por fin, a Elena Poniatowska le llegó el reconocimiento internacional con novelas como La piel del cielo (Premio Alfaguara 2001) y Leonora (Premio Biblioteca Breve 2011).
“La piel del cielo tiene su inspiración en el amor y en el descubrir lo que son las estrellas, el cielo que está encima de nosotros, qué es y qué significa. Es la biografía de un astrónomo cuya primera parte está basada en mi esposo, que fue el fundador de la astronomía moderna en México, pero en realidad es una novela en la que le atribuyo muchas cosas que no tienen nada que ver con él. Por eso después quise hacer una verdadera biografía suya que se titula El universo o nada. Biografía del estrellero Guillermo Haro, y esa es la vida de un mexicano en un país del tercer mundo que sí lo era porque cuando él murió, hace veinte años, en México se consideraba que no era necesario hacer ciencia porque teníamos una frontera de más de dos mil kilómetros con los Estados Unidos y podíamos importarlo todo de allá y saldría más barato”.
“Leonora no fue una deuda con Leonora Carrington, porque ella llegó en los años cuarenta a México y yo la entrevisté y siempre me pareció una mujer excepcional, fuera de serie. Por eso la estuve visitando en su casa y cuando envejeció, pocos años antes de su muerte, la encontré muy sola y yo la iba a acompañar y me contaba cosas que yo retenía porque ella odiaba las grabadoras y las entrevistas. Y con eso pude hacer esa novela. Lo que más me llamó la atención de ella fue su talento, su pintura, y su vida y su rebeldía, un hilo conductor en toda mi obra, porque la rebeldía es algo que admiro mucho. Yo siempre he sido muy dócil. Toda la vida he hecho lo que los demás querían. Así que la rebeldía la pongo en los libros”.
Poniatowska declara que, a sus 81 años, el tiempo ha ido cobrando una dimensión más acuciante.
“El tiempo es algo impuesto, podríamos tener otra manera de medirlo. Yo creo que la consumación del tiempo es la consumación de una vida. Así que el tiempo es un regalo, un intercambio. Obviamente a mí me queda poco tiempo para hacer lo que quiero hacer. Todavía tengo novelas, quiero ver crecer a mis nietos… Claro que si me muero, ni modo, pero sí hay cosas pendientes. Además trabajo sobre mí misma para ser una persona mejor. Y entretanto sigo haciendo periodismo como cuando empecé. Este oficio estará conmigo siempre”.