Contra las nociones heredadas
El mundo de Atenas
Luciano Canfora
Trad. Edgardo Dobry
Anagrama
544 páginas | 29,90 euros
De un modo u otro, Canfora tiene siempre presentes los problemas actuales cuando aborda los tiempos antiguos, y en ello —sumado a una visión heterodoxa de inspiración marxista— reside buena parte del impacto, no exento de polémica, que acompaña a sus publicaciones. ¿Hasta qué punto la época dorada de Atenas, caracterizada por la democracia, el imperio o el esplendor de los géneros literarios, no ha sido una construcción posterior, a menudo interesada? ¿Cuánto hay de mito en la idea de la sociedad ateniense —dirigida de hecho por una oligarquía implacable con sus enemigos— como una avanzadilla de progreso? Esa idea tiene una de sus matrices en la hermosa oración fúnebre de Pericles, la figura que dio nombre a su siglo y a la edad clásica de Atenas, transmitida en las palabras —no exactamente celebratorias e incluso irónicas, a juicio de Canfora— del historiador Tucídides, pero no fue indiscutida entre los griegos —ni siquiera entre los propios atenienses— y ha sido asumida por la posteridad de una manera demasiado acrítica, en muchos casos autocomplaciente.
En la estela de Max Weber, Canfora atiende a los contextos sociales que revelan muchas cosas que no vemos de manera explícita en los escritos conservados —aunque las conocemos gracias a ellos— y no pueden ser pasadas por alto a riesgo de tomar por buenas las construcciones ideales o puramente retóricas. Que algo de eso hay en las recreaciones tradicionales de la incuestionable grandeza de Atenas es evidente para cualquiera que tenga una mínima familiaridad con el periodo, pero no lo es tanto —baste citar las palabras de Alcibíades, de nuevo a través de Tucídides: “nosotros, gente sensata, sabemos bien lo que significó la democracia […] una locura universalmente reconocida”— el grado de distanciamiento con el que muchos griegos, y no solo los aliados de Esparta, acogieron las grandilocuentes proclamas de la dominación ateniense. Hubo el llamado espejismo espartano, por el que destacados ciudadanos de Atenas sucumbieron a la seducción de su rival, pero en otro sentido cabe hablar de un espejismo ateniense que en gran medida fue inducido por Roma y explotado después, aunque de distintas maneras, por todos los partidarios del imperialismo.
Al margen de su asombrosa erudición y de su perspicacia crítica, buena parte del valor del libro, que explora muchos otros asuntos, radica en que al cuestionar el mito de la democracia originaria Canfora está sugiriendo que el concepto actual —o su plasmación práctica— resulta no menos engañoso e igualmente sujeto a la manipulación por razones ideológicas. El lenguaje del poder no es nunca fiable —porque sus voceros no son inocentes— y corresponde a los espíritus libres rastrear el poso de realidad que hay debajo de las nociones heredadas, los bellos parlamentos y las estampas decorativas.