La libre reflexión
Como el que practicó en su día Ortega, el articulismo de Fernando Savater no es propiamente académico ni periodístico, sino de pensamiento, con todo lo que eso tiene de arriesgado
Los anglosajones suelen distinguir con términos diferentes dos tipos de textos que nosotros llamamos por igual “artículos”: usan generalmente article para los periodísticos y paper para los académicos. La diferencia está bastante clara: a los artículos científicos se les exige una metodología determinada, justificación objetiva de sus afirmaciones, elaboración lenta y minuciosa, ausencia de opiniones personales, aportación de conocimientos nuevos al acervo de la respectiva disciplina, alto nivel de especialización… A los artículos periodísticos se les pide, en cambio, actualidad, rapidez, generalidad y opiniones acordes con la ideología del medio que lo publica (que suele ser la del cliente que lo consume).Hay un tipo de artículo, desdichadamente infrecuente, que no se ajusta a ninguno de esos dos patrones, aunque toma elementos de ambos; es el que practica actualmente Fernando Savater, como lo practicó en su día Ortega y Gasset. No es propiamente académico ni periodístico: es un artículo de pensamiento, con todo lo que eso tiene de libremente arriesgado. Los autores de este tipo elaboran sus conceptos en el diálogo de los ateneos y el tráfago de los periódicos, en contacto directo con el mundo, a diferencia de los Kant o los Zubiri, que lo realizan en el monólogo de la cátedra o en el silencio de la biblioteca.
Los artículos de pensamiento al estilo de Savater suelen ser breves como los periodísticos, ágiles, claros, generalmente relacionados con temas de actualidad; pero, a diferencia de lo habitual en la prensa, se apoyan en una cultura muy sólida, apuntan a cuestiones de fondo y no se reducen a la aplicación de fórmulas ideológicas sino que están abiertos a la libre reflexión personal del autor que los firma. No siempre son cómodos para los periódicos y revistas que los publican, pues el librepensamiento es bastante impredecible, difícil de controlar y poco atento a la ideología del director y a la cuenta de resultados que determinará el beneficio de los accionistas.
Tampoco cumplen los requisitos académicos, ofrecen una interpretación subjetiva de la realidad, son espontáneos, plantean interpretaciones diferentes acerca de lo supuestamente sabido y no respetan los límites de la estricta profesionalidad porque se ocupan de cuestiones que trascienden la rígida mirada del especialista.
Un artículo científico tiene, en principio, más fiabilidad que uno de pensamiento, pero el problema es que el rigor del método suele ser inversamente proporcional a la amplitud y a la complejidad del fenómeno estudiado. Cuanto mayores son estas, más impotente es la ciencia. Queda entonces campo libre a pensadores e ideólogos. Ambos comparten la renuncia a la limitada certidumbre del científico, por lo que aciertan unas veces y se equivocan otras; pero el pensador, a diferencia del ideólogo, acierta o se equivoca personalmente; refuta a los sesenta años las opiniones que defendió a los treinta porque pensar supone precisamente la infrecuente capacidad para cambiar de ideas. Lo máximo que el ideólogo consigue, por el contrario, es cambiar alguna vez de rebaño para defender los dogmas del nuevo con la misma intensidad con que defendió antes los del viejo.
Con lúcida sinceridad lo ha confesado el propio Savater en Contra las patrias: “Soy una persona tan apasionada y obstinada en la parcialidad de mis ideas como el que más: me atrevería a decir, incluso, que aún más que el que más. Sin embargo, siempre, hasta dentro de mis mayores arrebatos de fanatismo, conservo la capacidad de comprender y valorar las dos o más opiniones en conflicto. […] En cualquier caso, nunca puedo ser del todo de los míos y me las arreglo muy bien para hacerme enseguida sospechoso ante los ojos de mis eventuales correligionarios y contradictorio sin remedio ante mi propia creencia”.
José Lázaro es profesor de Humanidades Médicas en la UAM, autor de Vidas y muertes de Luis Martín-Santos y de La violencia de la fanáticos. Un ensayo de novela