Los que ponen cara a Don Quijote
No vamos a detenernos en esos papiros que se guardaron hace más de 3.700 años en los sarcófagos de los ilustres tebanos egipcios con las instrucciones precisas para emprender el viaje al más allá, por más que los Libros de los Muertos sean los más antiguos y bellos textos ilustrados que se conserven. Tampoco en aquellos códices miniados y libros de horas medievales que aún la Historia del Arte suele relegar a la letra pequeña. Quien haya visto algún facsímil del fabuloso Libro de Kells, un manuscrito ilustrado de los Cuatro Evangelios realizado en torno al año 800 de nuestra era en un monasterio irlandés, sabrá que la belleza no necesita estar en el Louvre para existir. Felizmente, la llegada de internet y la subsecuente aparición masiva de opiniones populares como garantes del valor han ido desplazando las jerarquías academicistas de cada época. Hoy cualquiera puede ver en alta resolución esas obras que referíamos y apreciar su mérito. O compartir una viñeta de El pequeño Nemo de Winsor McCay, una lámina de La sirenita de Edmund Dulac o incluso un cuentecito troquelado del melifluo Juan Ferrándiz, con el que muchos aprendimos a leer y felicitar navidades. Creadores capaces de poner rostro al mismísimo Dios.
Es casi imposible aprender a leer sin esas ilustraciones que, a pesar de no haber sido valoradas históricamente en la medida de sus cualidades artísticas, han construido imaginarios colectivosEn ocasiones, toda vez que la iniciación a la lectura como placer se ha hecho casi siempre desde la (mal) llamada literatura infantil, el pequeño lector creía que dibujante y contador eran la misma persona. La coincidencia entre escritor e ilustrador se ha ido sucediendo cada vez más, hasta llegar al presente donde no poca parte del mérito de la resistencia del libro impreso ante la globalización de los formatos digitales como soportes de la creación humana, la tienen autores cuyo principal reconocimiento deviene de su arte gráfico. Muchos siguen los pasos de los influyentes Maurice Sendak (EEUU, 1928-2012) y Beatrix Potter (Inglaterra, 1866-1943), igualmente brillantes como escritores y artistas. Los cuentos de los animalitos —Peter Rabbit a la cabeza— que escribió y dibujó con precisión entomológica la Potter, una naturalista muy adelantada a su tiempo, no deben faltar en ninguna biblioteca. Como tampoco, al menos, un ejemplar de Donde viven los monstruos, de Sendak, el autor que mejor ha sabido entender el mundo de las pesadillas infantiles. Ni la novela en francés más traducida y leída de la historia, El principito, esa alegoría escrita y dibujada por el aviador francés Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), que nos enseñó con sus trazos simples que un sombrero no es sino una boa que se ha tragado un elefante. Autores actuales que se manejan con brillantez en ambos campos son el australiano Shaun Tan (1972), cuya emocionante y multipremiada La cosa perdida fue adaptada por él mismo al formato animado, obra por la que ganó el Oscar al mejor corto de animación en 2011. O el francés Benjamin Lacombe (1982), un autor capaz de combinar el prerrafaelismo con la influencia estilizada del manga japonés y cuyas ediciones logran que el libro entero se convierta en un precioso objeto de arte.Hay creadores contemporáneos cuya influencia en el estilo actual de otros dibujantes es mucho mayor que la de sus maestros artísticos. Es el caso del pintor e ilustrador francés Martin Jarrie (1952), cuyo mestizaje entre Magritte, el espíritu de Jacques Tati y el aire naif del aduanero Rousseau lo significan de un vistazo. O el del belga Tom Schamp (1970), creador de los libros infantiles del gato Otto, pero cuyo estilo que mezcla el surrealismo, el pop, la línea clara y el arte popular sudamericano, le ha llevado a diseñar juguetes o portadas del New Yorker.
No poca parte del mérito de la resistencia del libro impreso ante la globalización de los formatos digitales como soportes de la creación humana, la tienen autores cuyo principal reconocimiento deviene de su arte gráfico Incluir a Gustavo Doré (1832-1883) en una lista de grandes ilustradores es jugar con ventaja. El prolífico francés fue uno de los artistas más importantes de su época. Su estilo minucioso y romántico le llevó a revelar cientos de clásicos de la literatura o de contemporáneos como Lord Byron. Compartió con otros grandes la tarea de haber ilustrado la Biblia y la Divina Comedia. Por supuesto, el Quijote. Y aunque la prosa de Cervantes era bien precisa, la imagen del ingenioso hidalgo en su biblioteca rodeado de libros que se metamorfoseaban en delirantes criaturas sirvió para inmortalizar su rostro. Doré no escribió nunca una historia. Para qué si podía apropiarse de todas. Su fama no la logró en vida el que hoy es considerado el más grande poeta visionario inglés, William Blake (1757-1827), cuya obra artística, pinturas o aguafuertes, fue concebida como un conjunto. Poemarios como El matrimonio del cielo y del infierno o su versión de El paraíso perdido de John Milton son obras maestras de la literatura y el arte, muy influidas por el colosalismo de Miguel Ángel.Otro londinense que tuvo un enorme reconocimiento como dibujante satírico en su época fue Sir John Tenniel, conocido por ser el mejor ilustrador de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo. Si bien la primera versión de este tratado oculto de matemática y lisergia fue dibujada por su autor Lewis Carroll y a lo largo del tiempo por dibujantes tan excepcionales como Arthur Rackham, sería este caricaturista de la revista Punch, que era ciego de un ojo y dibujaba de memoria, quien inmortalizara para siempre a Humpty-Dumpty o al Sombrerero Loco.
Tal vez porque visité antes libros y tebeos que museos, en mis altares artísticos siempre han tenido un lugar de privilegio los ilustradores. Sería capaz de decir que el humor macabro y surrealista que Max Ernst logró a base de collages, lo superó con sus inquietantes dibujos el norteamericano Edward Gorey (1925-2000). Chris Ware, David Wiesner, los españoles Max, Emilio Freixas, Miguel Brieva y Miguelanxo Prado, el checo, ilustrador y uno de los grandes maestros de la animación, Jirí Trnka, o cómo no, Robert Crumb…, son algunos de los centenares de ilustradores que colgaría en mi museo imaginario. Cierto que ya, pasados los años, no necesito ilustraciones para visualizar historias. Pero, cómo lo diría, mirando a los leones de Chauvet, he imaginado palabras que aún no sé cómo escribirlas.
Cómo mola Manolito
La verdad verdadera” y “el mundo mundial” son las tautologías por las que se conoce al más famoso y rentable personaje de literatura infantil creado en España —con permiso de Celia, la chica desenvuelta de clase alta que creó Elena Fortún a finales de los años veinte—: Manolito Gafotas. Las descacharrantes aventuras de este chico locuaz y enteradillo, primogénito de una muy creíble familia de clase obrera que vive en el barrio de Carabanchel Alto, han permitido momentos de comunión únicos a la hora de iniciarse en la lectura. Manolito nació de una voz. Su creadora, Elvira Lindo (Cádiz, 1962), que trabajaba entonces en Radio Cadena Española, escribía y leía sketches y pequeños cuentos. En un verano de vacío su voz alumbró a ese niño que llamaba a su hermano El Imbécil, tenía una amiga a la que llamaba Bragas Sucias, se tiraba la mitad de su existencia intentando esquivar las collejas de su madre, la Cata, y tenía opiniones sobre todo. Pasado el tiempo, se hizo libro. Desde 1994 hasta hoy, fue el madrileño Emilio Urberuaga quien dibujó a este chaval que combinaba inocencia, verborrea e ironía para recordarnos a los adultos cuántas idioteces somos capaces de hacer a lo largo del día. Veinte años después ya es casi un adolescente, ha vivido en ocho libros —el último, Mejor Manolo, fue publicado hace dos años por Seix Barral—, ha sido carne y hueso en dos películas y una serie de televisión, tendrá un parque con su nombre en su barrio real, le dio el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil a su autora en 1998 y sigue haciendo reír a niños y padres de todo el mundo. Y todo eso sin haber estudiado en Hogwarts, tener poderes arácnidos ni ser capaz de viajar a través del tiempo. Cómo molas, Manolito. Que no te operen nunca la miopía.